Completamente maravillada.

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Bonnie calculaba que había pasado más o menos media hora desde que se había despertado. Se negaba totalmente a salir de su cuarto y tenía varias razones.

La primera era que Damien la había visto llorar y le daba vergüenza verlo ahora a la cara.

La segunda era que Damien la había ayudado a calmarse y sabía que en algún momento le debería devolver el favor.

La tercera era que Damien la había desmaquillado anoche así que le debía dos favores.

Y la cuarta era que Damien —oh, qué raro— se había quedado mucho tiempo mirando sus labios mientras le quitaba el rojo que los cubría y la había besado.

Esto último no habría sido un problema, claro. Excepto que no había sido un beso como el del piso franco, ni como el de aquella noche. La había abrazado, había pegado su frente a la suya y había unido sus labios gentilmente, como una caricia.

Entonces algo cruzó su mente, algo lo suficientemente grave como para ponerla en pie.

Juliette.

Salió disparada de la habitación y encontró a los cinco sentados en la mesa, desayunando. Su madre aún no se habría despertado y a su hermana aún le faltaban unas cuantas horas.

—Me vais a explicar qué hace ella aquí —ordenó, con el dedo estirado señalando a la pelirroja.

Damien notó como su tono se había vuelto a oscurecer.

—¿Puedo contar yo la historia? —preguntó emocionada Verina.

—No, deja que la cuente Ernst, seguro que le pega una paliza y necesito ver eso —contestó Carlo.

Ernst miró a Bonnie con un poco de miedo.

—Se empeñó en acompañarme a casa de los rusitos y la dejé en el coche nada, cinco minutos, se la llevaron y Anja la salvó.

—¿Cómo que se la llevaron? —inquirió Bonnie levantando la voz.

—Los amigos de los rusos.

—¿Tiene suero?

Deseaba una respuesta negativa, pero no la obtuvo. El silencio fue suficiente para que ella diera un paso largo hacia Ernst, él se levantara asustado y Damien la cogiera del brazo.

—¿Podemos hablar de la explosión de ayer? Juliette parece que está de maravilla.

—Lo estoy —confirmó.

—¿Qué tiene? —siguió Bonnie.

—Oh, nada grave, puedo meterme en los sentimientos de Ernst. Me ha costado un poco, pero ya lo controlo más. Excepto cuando son muy fuertes, ahí es más complicado.

Bonnie recuperó un poco el aliento, de todo lo malo no lo era tanto. Pero los nervios volvieron cuando se preguntó por qué le habían inyectado ese suero y no otro, uno más útil.

Sin embargo, se guardó las inquietudes para ella misma.

—Sabían que íbamos a estar ahí —dijo Ernst—. La depredadora es de Der Unioun.

—Te recuerdo que también había personas de ese bando —repuso Verina—. Son de Der Famill.

—O de ninguno —sugirió Damien—. La vi huir, sabía hacia dónde ir y..., mierda, desapareció.

Todos se giraron hacia él, contemplando esa posibilidad. Bonnie la veía posible, sabía de primera mano que había más organizaciones de ese tipo. Pero esta no parecía querer a más Elegidos, ni Voluntarios, parecía que su objetivo era acabar con todos sin dejar apenas rastro. Y de momento iba muy bien.

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