Promételo.

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—Ciento cincuenta y dos —dijo Juliette, sin ocultar su orgullo.

Carlo rebuscó en su dinero y le dio unos cuantos billetes.

—Ojalá caigas en la ruina, zanahoria.

—Así solo la llamo yo, controla las palabras —le advirtió Ernst.

Damien rodó los ojos, divertido.

De vez en cuando Verina y él iban al refugio a jugar un par de juegos o pasar la noche, los seis habían creado una amistad bastante cerrada y cómoda.

Se lo pasaba muy bien con ellos.

Y se lo pasaba bien con Selena y Valeria, esta última estaba sentada en sus piernas mientras jugaba por él, Damien le susurraba lo que tenía que hacer, pero ella acababa haciendo lo contrario.

Definitivamente eran hermanos, aunque esa historia se la contaría más adelante.

—Este juego es eterno —se quejó Carlo.

—Vete con tu novia, nos haces un favor —dijo Ernst.

—Lleva encerrada con Bonnie media hora, no quiero encontrarme nada raro.



Bonnie

—¡Ah! —gritó Verina.

—¡Pero no grites! —gritó Bonnie.

—Es que me va a dar un síncope. Estás guapísima.

Se había dejado el pelo suelto y llevaba un vestido corto y suelto de un verde pastel, haciendo resaltar sus ojos aún más.

—¿Segura? Creo que me viene pequeño —dijo Bonnie.

Pero solo era una excusa para retrasarse a sí misma, porque le venía como dedo al guante.

—Espera un segundo. —Abrió la puerta y pegó un grito—. ¡Juliette! ¡Emergencia!

En menos de dos segundos la pelirroja apareció por la puerta y puso su boca en forma de o.

—¡Bonnie! ¡Pero si pareces dulce y todo!

—¿A que sí? Está preciosa, Damien va a flipar.

—Uy, me acabo de dar cuenta de algo. —Señaló su blusa roja, la falda azul de Verina y el vestido de Bonnie—. Somos las supernenas, con el pelo y todo.

—¡Hala! Es verdad —coincidió Verina.

—Y Bonnie está igual de amargada que la verde.

—¡Me voy! —sentenció Bonnie, con hastío.

Pero salir de su cuarto fue aún peor, porque tuvo que soportar el interrogatorio de su madre. Cuando logró llegar al salón, los ojos de los cuatro se posaron sobre ella.

—¿Esa quién es? —murmuró Carlo, llevándose una colleja de Ernst.

Bonnie los ignoró y se acercó a Damien, sin decir nada lo cogió del brazo y se lo llevó a trompicones hacia la puerta. Valeria se sentó en el sitio donde él estaba, mirándolos confusa.

—¡Portaos mal! —gritó el moreno.

Salió casi corriendo y se lo llevó a la cabaña, pasando por alto las miradas curiosas de los guardias, que ya estaban enterados de que Damien y Verina podían entrar y salir a sus anchas. Cortesía de Pierre.

Damien la había invitado a pasar una noche ahí, cenar y hablar un rato sin el miedo de que estén escuchando tras la pared. Era una cita y Bonnie lo sabía, sin saber muy bien por qué aceptó. Y se estaba arrepintiendo porque le ponía nerviosa estar con Damien ahora, desde que había llegado ese día cuando ella estaba mal y se había dado cuenta de que algo en él la tenía loca y le hacía sentir cosas raras.

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