2.2 El Principio del Caos

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𝗔𝗶𝘁𝗮𝗻𝗮 

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𝗔𝗶𝘁𝗮𝗻𝗮 

El rugido de los motores y el eco de las sirenas rodeaban el túnel mientras Rhodey, en su imponente armadura, se mantenía firme frente a nosotros. Las luces rojas y azules parpadeaban en la distancia, proyectando sombras largas y siniestras en las paredes. Nos habían acorralado.

Steve, con el ceño fruncido, escaneó el área en busca de una salida, pero estaba claro que la situación era desesperada. Sam, aún en el aire, sobrevolaba con cautela, sabiendo que cualquier movimiento en falso podría desencadenar un desastre.

—Ríndanse. No tienen a dónde ir —repitió Rhodey, su voz resonando en el túnel, amplificada por los altavoces de su traje.

Bajé la mirada, evaluando mis opciones. Mis poderes aún vibraban bajo mi piel, listos para desatarse, pero sabía que estábamos superados en número y fuerza. Miré a Steve, esperando una señal, cualquier indicio de un plan, pero sus ojos me decían que él también sabía que esta vez no había escapatoria.

—Steve... —murmuré, esperando una respuesta, una solución que no llegaría.

Él suspiró y asintió con resignación, su rostro endurecido por la decisión que estaba a punto de tomar.

—No tiene sentido seguir luchando —dijo finalmente, dejando caer el escudo que había sido su compañero de batalla durante tanto tiempo—. Aitana, Sam, ya hemos hecho todo lo posible.

 Sam descendió lentamente, plegando sus alas mientras aterrizaba a mi lado. No había espacio para moverse, ningún lugar donde escapar.

—Rhodey, sabes que esto no es lo que parece —dijo Sam, intentando razonar con él—. No somos los enemigos aquí.

Rhodey bajó un poco las armas, pero no del todo. Sabía que había verdad en las palabras de Sam, pero también sabía cuál era su deber.

—No quiero hacer esto, pero tengo órdenes directas. Todos ustedes son considerados amenazas. No me dejen otra opción.

Los vehículos del FBI llegaron en ese momento, bloqueando la entrada del túnel. Agentes con armamento pesado descendieron rápidamente, rodeándonos con precisión militar.

Uno de los agentes, un hombre de mediana edad con una expresión severa y gafas oscuras, se adelantó, manteniendo su arma en alto.

—Manos arriba, todos. Están bajo arresto —su tono era autoritario y cortante.

Steve levantó las manos lentamente, seguido por Sam y finalmente por mí. Sabía que resistir solo empeoraría las cosas. Estábamos atrapados.

Los agentes se movieron con rapidez. Steve fue esposado con firmeza, pero sin brusquedad. Lo mismo ocurrió con Sam. Pero cuando llegó mi turno, noté que las esposas brillaban con una tenue luz azul: estaban diseñadas para neutralizar mis poderes.

𝐃𝐨𝐬 𝐌𝐮𝐧𝐝𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora