Maurice.
—Yo no le hice nada —me defiendo por milésima vez. Todos me mira, todos me señalan y me acusan de lo que le está pasando a la santurrona.
—Eso ya lo veremos cuando traigan los resultados de los análisis —amenaza el tal Carlos Alfredo, lo único que me faltaba es que la puta mojigata fuera hija de del jefe de la policía de la Azulita.
El puto jefe de la policía.
Mierda.
—Mi niña —llora la mujer que creo es Lucrecia, la mamá de Priscila, igual de mal vestida que ella, es una mujer guapa a pesar de ya estar entrada en años, lleva el mismo aspecto de anciana fanática de la iglesia—. Dios mío, apiádate de mi, he sido una buena hija —implora juntando sus manos al frente y comienza a rezar.
Que ridícula.
Miro en todas direcciones, el maldito Mateo no aparece por ningún lado, estoy sólo aquí, rodeado de una docena de policías de mierda que me miran como si quisieran matarme. No le hice nada a la santurrona, me la cogí si, pero ella accedió, ella se fue conmigo a mi habitación, no la obligué.
Las horas pasan, la madre no deja de lloriquear y rezar poniéndome los nervios alterados, haciendo que me duela la cabeza. Su padre camina de un lado a otro y murmura cosas para los policías que lo escoltan, Juan se fue apenas llegó él, no sin antes lanzarme una mirada reprobatoria.
Me importa un carajo.
Un doctor aparece acercándose al padre de Priscila, su madre se pone de pie inmediatamente para unirse a la plática, el médico trae consigo una perisqueta con varios papeles aprisionados, aunque hablan en voz baja logro escuchar algunas frases de lo que dicen y mis sentidos se ponen en alerta cuando los veo mirarme inquisitoriamente.
—...sobre dosis de metilendioximetanfetamina... desgarro... laceraciones vaginales...
—Tú, desgraciado. —Carlos Alfredo se dirige a mí con gesto furioso, me toma de las solapas para estrellarme contra la pared, es un hombre mayor, sin embargo reconozco que aún tiene algo de fuerza.
Pero no más que yo.
Me deshago de su agarre sin ningún problema lo pongo a él contra la pared dándonos la vuelta en un segundo, he tenido que aprender defensa personal y artes marciales para interpretar algunos de mis personajes. Su séquito de subalternos se ciernen sobre mi para sujetarme, me inmovilizan y el hombre me enfrenta de nuevo.
—¡La drogaste y la violaste! —grita.
—¡No! —refuto—, no la drogué ni la violé, ella accedió a irse a la cama conmigo.
—¡¿Qué está pasando?! —Mateo entra corriendo y se dirige a mi para tratar de soltarme de estos sujetos pero también es inmovilizado por los otros policías—. ¿Maurice qué está pasando?
—Este malnacido drogó y violó a mi hija. —Me señala como si fuera un criminal y eso me hace enfurecer.
—Yo no la drogué y mucho menos la violé, ya le dije que ella accedió a tener relaciones conmigo, hay testigos que nos vieron en el bar.
—¿En el bar? —Habla la mamá que hasta ahora no ha hecho más que llorar a gritos.
—Vamos a tranquilizarnos —propone Mateo y relaja el cuerpo, mira a los hombres que lo mantiene sujeto y estos aflojan su agarre pero no terminan de soltarlo. —Señor, hay testigos que su hija estuvo bebiendo en al bar, Maurice no la obligó a nada.
—Mi hija no bebe y mucho menos se droga, este sujeto le hizo algo. —El tipo sujeta mi rostro y mira directamente a mis ojos, trato de desviar la vista pero es inútil, debe percatarse que aún estoy bajo los efectos de MDMA—. Está drogado —dictamina—, estoy seguro que si le mando hacer pruebas toxicológicas voy a comprobar que también ingirió éxtasis.

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Boda de Odio
RomanceBilogía Tentación #1 Bien dicen que del odio al amor solo hay un paso, pero del amor al odio también. Él juró odiarla hasta la muerte, ella prometió que nada los separaría. Un matrimonio obligado en el cual la inocencia y la religión juegan un papel...