Cap 39. Traición (parte 1)

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Priscila.

Aunque me molestó mucho lo que hizo Maurice con mi rosario y permanecí con el coraje durante un par de días, es muy difícil mantener el cabreo cuando se comporta de la manera en que lo ha hecho últimamente, sonriendo conmigo, bromeando, besándome sin importarle mi renuencia a hacerlo por mantener mi actitud digna ante su último castigo, llevándome  conocer todo Múnich en citas románticas aunque él asegure que no lo son y sobre todo durmiendo entre sus brazos cada noche mientras le doy la espalda e ignoro sus insinuaciones sexosas.

A pesar de según estar molesta todavía con él, me siento en el mejor momento de nuestro matrimonio, soy feliz fingiendo indiferencia a sus manoseos por debajo de la mesa y provocando que sus manos traviesas no quieran apartarse de mi cuerpo.

—¿Vas a seguir con la misma actitud? —Lo miro de reojo sentado al borde de la cama mientras desabrocha su abrigo, acabamos de llegar de un tour por las pinacotecas de Múnich y una visita rápida a la cervecería a la que tanto insistió en ir.

—No tengo ninguna actitud —finjo demencia, comienzo a quitarme las botas bajo su mirada incrédula.

—Entonces vas a dejar que te folle. —No es una pregunta, lo está afirmando. Quiero que lo haga, desde hace seis días que no tenemos relaciones porque necesito que entienda que no está bien lo que hace, él puede tomarme a mi, puede hacer lo que quiera con mi cuerpo, pero debe respetar a mi Dios.

—Estoy muy cansada —musito en voz baja, batallando con mi interior y con las ganas de pedirle que por favor no deje un segundo más mi cuerpo sin su manos o mantener mi dignidad.

—Bien —rumia—, me voy a bañar. —Se levanta y dirige al baño sin decir más, me siento en la cama un poco bajoneada, no hay nada que desee más que tener su cuerpo perfecto poseyéndome, pero quiero que lo haga de la manera correcta, no con perversiones que ofenden mi fe.

Tarda mucho en volver a la cama, cuando lo hace viene desnudo, mostrando su glorioso cuerpo y sus músculos deliciosamente definidos y trabajados. No solo eso, lo que hay entre sus piernas también se exhibe en todo su esplendor, tan largo y duro, imposible no verlo y relamerme los labios por las ganas de arrodillarme frente a él y posar mis labios sobre la piel suave de su erección.

Me levanto para ducharme ahora yo, a diferencia de él lo hago rápido, no sé cómo soporta estar en el baño tanto tiempo con la temperatura nocturna de Alemania. Cuando regreso me quedo en shock un par de segundos al ver la imagen que ofrece. Tirado en la cama con las piernas separadas y su manos subiendo y bajando agresivamente a lo largo de su miembro mientras mira algo en la pantalla de su celular.

Se está masturbando.

Y aunque eso es algo indebido no puedo evitar apretar mis muslos con fuerza de ver su bonita erección, su abdomen contraído y sus labios apretados. No se preocupa por mi presencia, no hay el mínimo rastro de vergüenza en su rostro por verlo hacer esto, al contrario, parece excitarse aún más con mi expresión perpleja. Deja el teléfono sobre la cama, sus ojos fijos en los míos mientras sigue moviendo su mano, rápido, violento, casi como sus embistes cuando me posee.

Gruñe y aprieta los ojos, entonces puedo ver cómo expulsa su esencia, la cual cae sobre su abdomen y aprieto una vez más los muslos recordando la sensación de sentir su semen tibio golpear mi cuerpo. Por fin recupero el control de mis pensamientos y de mi cuerpo y camino hacia la cama para sentarme en ella y comenzar a cepillar mi cabello mientras él se levanta y vuelve a entrar al baño.

—Debo que masturbarme porque tengo una esposa que no satisface mis necesidades —dice desapareciendo por la puerta, sus palabras pinchan mi interior de una forma dolorosa.

Boda de OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora