Cap 19. Rézame

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Priscila.

Una vez que termina la música seguimos en silencio hasta llegar de nuevo al condominio. Deja la guitarra junto a las de él aún en su caja y se va a la habitación con el paquete misterioso. Quisiera quedarme en la sala para no tener que verlo, no porque yo no quiera verlo, pero es evidente que no quiere verme a mí, sin embargo debo quitarme la ropa y las sandalias altas.

Con el ánimo por los suelos por todo lo que ha pasado hoy me encamino a nuestra habitación. Está sentado en la cama sólo con ropa interior y ese abdomen marcado y hermoso hace que me muerda el labio.

—Quítate la ropa —ordena con voz ronca.

Mis piernas tiemblan un poco, ni siquiera es de miedo porque me castigue por no estar ya desnuda y a gatas, sino por lo que hay tras esa orden. Mis manos van al cierre del pantalón de mezclilla, lo abro para deslizarlo por mis piernas, me quito las sandalias para terminar de sacármelo. Continúo con la blusa, en ningún momento aparta la vista de mi, lo que hace que a parte de los temblores de mis piernas también haya un ligero temblor entre ellas.

Tú ya no tienes salvación Priscila.

—Dije que no te voy a obligar y no pienso hacerlo, si no quieres venir a la cama conmigo puedes quedarte en ropa interior y retirarte —lo dice serio, ni siquiera parpadea cuando habla.

Me sorprende que me dé la posibilidad de elegir, en primera decidir si quiero o no hacerlo con él y en segunda que pueda quedarme vestida con la ropa interior en el caso que no quiera hacerlo. Ni siquiera lo pienso, no me detengo ni un segundo a pensarlo como debería hacerlo, soy una tonta ilusa estoy consiente de ello, pero a pesar de saber que él no me quiere yo sí siento que algo está naciendo en mi por él, algo que no puedo detener y si lo único que tengo de Maurice es el deseo que siente por mi cuerpo no dejaré ir la oportunidad de tenerlo así.

Porque yo también lo deseo.

Mis manos van al broche del sostén para soltarlo, ya no me da pena desvestirme frente a él, no después de estar quince días desnuda, en los cuales no me ha pasado desapercibido cómo me mira, como ve mis pechos y se relame los labios, como observa mi trasero mientras gateo a su lado y aprieta la mandíbula. Luego las dirijo al elástico de las bragas, mi piel se siente tan suave, me hace sentir bonita y... sensual.

Más aún cuando su mirada me repasa de arriba abajo, ambiciosa, brillante, lejos de cohibirme me siento deseada.

—Ven. —Su voz se ha puesto ronca, oscura y mi vientre cosquillea porque sé lo que eso significa. Avanzo los pasos que nos separan y me ubico entre sus piernas, mis pechos muy cerca de su rostro—. Te compré algo. —Coloca las manos en mi cadera, la masajea suavemente y luego las dirige a mis glúteos para hacer lo mismo—. Es mi forma de reponer el rosario.

Su declaración me intriga, toma del piso el paquete misterioso, ni siquiera había visto que estaba ahí, toda mi atención ha estado puesta en él desde que entré a la habitación. Saca de la bolsa una caja con un dibujo extraño y también un tubo que parece de crema, los deja en la cama y se pone de pie para besarme. Un beso igual de intenso que el del auto, que hace que mis piernas quieran ceder a los deseos que invaden mi cuerpo, los que él provoca con sus caricias y besos.

Gira para llevar mi cuerpo contra la cama colocándose arriba de mí, su peso se siente maravilloso y más su erección haciendo presión contra mis partes íntimas, cuando creo que va adentrarse en mi comienza a descender. Lame y mordisquea mis pechos, baja por mi abdomen y un cosquilleo insoportable inunda mi vientre al bajar más, hasta llegar a estar entre mis piernas.

Jadeo con el tacto de su lengua ahí, mis piernas quieren cerrarse por el montón de sensaciones que me regala su boca y la mía no deja de proferir leves gemidos de satisfacción, porque me gusta lo que hace.

Boda de OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora