Cap 8. Boda de Odio

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Priscila.

Las sensaciones de su mano tomando la mía me generan confusión y estrés. No me gusta la calidez de su tacto y menos cuando me acaba de demostrar que no le importa hacerme daño, y sin embargo siento ese cosquilleo en las yemas de mis dedos como lo he sentido desde la primera vez que lo vi.

¿Qué es lo que me pasa? ¿Qué hay de mal en mi que no puedo evitar los latidos enérgicos de mi corazón cuando el juez comienza a hablar? ¿Por qué el cosquilleo de mi mano sube por mi brazo y viaja hasta mi abdomen velozmente?

No lo entiendo.

No me reconozco.

Es una mala persona y yo estoy aquí como tonta sintiendo mi rostro sonrojarse cuando lo veo curvar sus labios hacia arriba en una sonrisa cínica que me hace estremecer.

Es aún peor cuando los míos quieren imitar su imagen, porque por algún motivo, ver a Maurice sonreír, aunque sea de esa forma que me advierte que debería temer, me sumerge en un estado de adormecimiento. Su sonrisa es como un bálsamo a todo el dolor, la vergüenza y la humillación que he sufrido los últimos días por su culpa.

No lo entiendo.

No debería ser así.

Pero decido no pelear con eso cuando recuerdo que estoy a minutos de convertirme en su esposa ante la ley lo que me hace preguntarme ¿Por qué accedió a casarse conmigo? Mi padre dice que él lo obligó a responderme, pero algo dentro de mí dice que no fue ese su motivo, tiene dinero, fama y a la prensa de su lado.

¿Cómo podría mi papá, un simple policía de pueblo, obligarlo a casarse? ¿Por qué luce tan tranquilo haciendo esto si es por obligación? Su semblante es casi como si lo estuviera disfrutando, como si casarse conmigo no fuera una imposición.

Mi corazón late cada vez más rápido y fuerte imaginando toda clase de respuestas posibles y más se alborota cuando me dedica una mirada conmovedora antes de decir «si, acepto».

Esa brevísima frase me detiene los latidos y los reanuda tan fuerte que es casi doloroso, no soy capaz de retirar la mirada de sus ojos azules cuando mis labios se mueven automáticamente para responder a la pregunta del juez con un simple «acepto» y veo su sonrisa de dientes perfectos eclipsar a cualquier otra persona que se encuentra presente.

Después de eso no soy consiente de nada de lo que sucede a mi alrededor porque mi corazón ha comenzado a latir de una manera distinta a como lo ha hecho todo mi vida cuando el juez nos declara marido y mujer ante la ley.

La presión que su mano ejerce de nuevo es un tanto dolorosa, me hace respingar y soltar un leve jadeo antes que tire de ella y pose sus labios sobre los míos. Me besa frente a los presentes. Frente a mis padres. Y es cuándo reacciono y comprendo que ahora soy legalmente su esposa.

Su. Esposa.

—Felicidades señora Von Hildebrandt. —Se acerca el que ahora sé, es su representante—. Señor Von Hildebrandt, mis más sinceras felicitaciones.

—Gracias —respondo en un susurro ahogado.

Señora Von Hildebrandt.

Ya no soy Priscila Insignares Gallardo, ahora soy Priscila Von Hildebrandt.

—Mi niña... —Papá sujeta mi brazo y lo jala haciendo que mi mano suelte la de Maurice.

Me estrello contra su pecho cuando me abraza muy fuerte, comienza a sollozar besando mi coronilla y mamá se nos une en un abrazo colectivo.

Ambos me dicen que ahora soy una mujer y que mis responsabilidad de esposa es obedecer a mi esposo, si bien aún no nos hemos unido ante la ley de Dios, desde ya debo cumplir con mi papel de ser una cónyuge ejemplar, a lo que yo no soy capaz de responder con palabras ya que mi cerebro está tratando de asimilar todo, así que solo asiento en silencio.

Boda de OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora