Priscila.
—Gime para mi, perra, me excitas, me pones jodidamente duro. —Sus horribles palabras vulgares me hacen respirar irregular, es tan humillante lo que me dice pero a la vez generan una presión insoportable en mi vientre—. ¿Quieres correrte otra vez? ¿Cuántos llevas ya?
—Cuatro —respondo y mi rostro arde en vergüenza. ¿Qué clase de mujer podría sentir el mínimo placer en medio de tantas vejaciones?
—Creo que necesitas otro. —Asiento a sus palabras y a la vez niego, quiero y no quiero otro. Lo deseo porque me gusta esa descarga que recorre mi cuerpo, sin embargo cada vez que sucede me siento peor por permitir que mi cuerpo reacciones de una forma que yo no concibo.
Su lengua se abre paso entre la piel irritada de mi intimidad, suave, húmeda y tibia, la sensación es reconfortante, alivia un poco el ardor y genera palpitaciones que me hace tener pensamientos contradictorios.
Mi respiración es un caos, es abrumador todo lo que siento, todo lo que me hace, la forma en que me toca, como posee mi cuerpo y cuando creo que no podré soportar nada más me hace llegar otra vez y desear que vuelva a hacerlo.
Ave María purísima.
Soy una mujerzuela por gemir como lo hago y por disfrutar de estas obscenidades.
Sus manos se apoderan de mis pechos y los amasa mientras su lengua sigue lamiendo ese punto prohibido que me hace estremecer, jadear y perder la compostura. Me acerco a esa sensación enloquecedora, mi pecho sube y baja acelerado, aprieto los puños y me retuerzo, quiero que llegue ya esa explosión, quiero que esto acabe, me siento exhausta física y emocionalmente.
—Por favor —suplico y gimoteo, quiero que se detenga y a la vez que continúe.
—¿Quieres esto? —Su lengua se mueve rápido, mis manos también sin habérselo ordenado, atrapo su cabello y mi cuerpo se pone rígido cuando esa maravillosa sensación se da.
Se ríe levantándose y lamiendo sus labios, por mi parte estoy sumida en una bruma que no me permite pensar correctamente entre lo que está bien y lo que no. Apenas soy consiente de que acomoda mis piernas en sus hombros, ubicándose entre mis piernas una vez más, frotando su hombría contra mi ya demasiado sensible feminidad.
—Ya no más por favor —imploro, no creo poder tolerarlo.
—Sólo uno más. —Entra en mi despacio, gentil y yo ahogo un quejido mezclado con un jadeo por la sensación—. Después nos vamos a dormir.
Con cada uno de sus movimientos mi cuerpo se sacude con él, baja la cabeza para atrapar mi pecho, lo lame, lo mordisquea, lo chupa poniéndome mal, un calor arrasador me recorre, es tanto lo que me hace sentir, me abruma de una mala manera.
Lo beso para que despegue su boca de mi pecho, me duele por la cantidad de tiempo que ha pasado con ellos en su boca o apretándolos. Los labios también me duelen, los siento partidos por el asalto de los suyos.
Entra y sale sin descanso, marcando mi cuerpo con sus manos, robándome el aliento con sus besos intensos, haciendo añicos mi estabilidad mental y emocional porque no sé cómo sentirme respecto a él, no sé que pensar y no sé que pasará mañana.
La noche se me ha hecho eterna teniéndolo sobre mí, pero a la vez los minutos se me van como agua mientras me besa y se mueve con esa cadencia que hace a mi cadera acompañarlo por momentos, acoplándome a su ritmo, a su posesión.
No es para nada la noche de bodas que esperé, creí que sería un momento mágico e inolvidable, aunque inolvidable si va a ser. Después de que me trató como si fuera una mujer de la calle ha sido atento, incluso podría decir cuidadoso, pero ese lenguaje tan soez me repugna a la par que me inquieta. No entiendo su comportamiento, por qué hace lo que hace y piensa como piensa, es extraño y me intimida sin embargo también me atrae y me intriga.

ESTÁS LEYENDO
Boda de Odio
RomanceBilogía Tentación #1 Bien dicen que del odio al amor solo hay un paso, pero del amor al odio también. Él juró odiarla hasta la muerte, ella prometió que nada los separaría. Un matrimonio obligado en el cual la inocencia y la religión juegan un papel...