Priscila.
—¿Puedes darme mi rosario? Por favor. —Me analiza con la mirada y me encojo un poquito arrodillada frente a él.
En general hoy se ha comportado amable, pese a que sigue manteniendo las reglas dentro de la casa, fuera de ella fue atento, incluso cariñoso. Todo el tiempo que estuvimos frente a los periodistas mi corazón latió tan fuerte que no sé cómo no lo escuchaba todo el mundo.
Y no fue por los nervios aunque si estaba nerviosa, era por él, por la forma en como me miraba, sus hermosas sonrisas, su mano presionando la mía afectuoso y todo lo que dijo. Sé que es un guión preparado para la prensa pero aún así me removió todo, no por las palabras en si, sino por la forma en que las dijo.
—¿No fue suficiente con lo que rezaste en la iglesia? —Niego, mi penitencia fue larga, sin embargo quiero rezar más.
—Llevo dos días sin rezar el rosario, por favor déjame usarlo. —Mis ojos suplican al igual que mi tono de voz que me permita tenerlo, es sólo un rosario para él, pero para mí es muy importante.
—Elige, el rosario o la ropa interior. —Ladea la cabeza unos centímetros y esa sonrisa perversa hace acto de presencia, quiero poder vestirme aunque sea con ropa interior, también quiero mi rosario, puedo rezar sin él, pero lo quiero, sin él me siento realmente desnuda.
—El rosario —elijo y su sonrisa se ensancha, cínica, perturbadora.
—Me gusta tu elección. Vamos. —Se pone de pie y lo sigo a gatas por el pasillo hasta nuestra habitación.
Abre la puerta del cambiador y extrae mi maleta para ponerla sobre la cama. La abro inmediatamente buscando mi rosario, tiene un significado especial para mí porque mi mamá lo hizo con sus propias manos para mi comunión.
Es sencillo y las cuentas de madera oscura ya están algo gastadas pero aún así es el objeto más valioso que poseo. Lo tomo y lo dirijo a mi cuello para colocármelo, su mano me detiene y lo atrapa entre las suyas para ser él quien lo abroche. Me pone de pie, sus dedos rozando mi piel son una tortura, no sé que me pasa con Maurice que el más sencillo toque me inquieta.
Al terminar de abrocharlo desliza sus manos sobre mis hombros y sujeta mis brazos para darme la vuelta. Me examina con su mirada azul y mi cuerpo se eriza imaginando lo que debe pasar por su mente al verme desnuda sólo llevando el collar de cuero y el rosario.
No soporto la tensión que se genera en mi vientre cada vez que me mira así de intenso, empeora cuando su mano va a mi pecho, juega con él y sonríe burlándose de la reacción de mi cuerpo.
—Combina con el collar. —Toma el crucifijo entre sus dedos y lo coloca centrado entre mis pechos—. Puedes usarlo dentro de la casa pero no fuera. —Asiento aceptando otra de sus reglas.
Guarda de nuevo mi maleta en el armario y yo me hinco sobre mi cama con huellitas rosa para comenzar mis oraciones. Cierro los ojos para no verlo, él es una distracción que no me permite concentrarme cuando comienza a pasearse por la habitación quitándose la ropa.
Grito en mi mente el inicio de la oración del rosario y hago la señal de la cruz, seguido comienzo a susurrar el acto de contrición sacando el rosario por mi cabeza.
—Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío. —Lo escucho acostarse en la cama, mantengo mis ojos apretados mientras sigo rezando para mí—. Por ser Tú quién eres, bondad infinita, y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido. —Se mueve y me parece que ahora está a mi lado, casi puedo sentir su mirada azul intensa—. También me pesa que puedes castigarme con las penas del infierno. Ayudado de tu divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén. —Siento su respiración cerca, se estrella en mi cuello, me niego a abrir los ojos, sostengo fuerte el rosario entre mis dedos.

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Boda de Odio
RomanceBilogía Tentación #1 Bien dicen que del odio al amor solo hay un paso, pero del amor al odio también. Él juró odiarla hasta la muerte, ella prometió que nada los separaría. Un matrimonio obligado en el cual la inocencia y la religión juegan un papel...