Cap 16. Familias

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Priscila.

Siento que mi cabeza late tan fuerte, como si tuviera un temporizador dentro con la cuenta regresiva activada y en cualquier momento ya a estallar. Estiro mis brazos y piernas, estoy algo entumecida de dormir hecha un ovillo en la cama de perro.

Me percato de que Maurice ya no está en su cama, me levanto y la tiendo alisando perfectamente las sábanas, tal como me enseñó mi mamá. Ella dice que una buena esposa siempre tiene la casa limpia y la comida caliente en la mesa para su esposo.

Así quiero ser yo, quiero que Maurice vea que realmente deseo que nuestro matrimonio funcione, empezamos mal, demasiado mal, pero aún estamos a tiempo de corregir el camino.

Este fin de semana me demostró que es más que ese demonio sexual que me posee de formas perturbadoras, es más que el actor altanero y vanidoso que se pavonea por todos lados con aires de superioridad y definitivamente hay más dentro de él que un corazón blindado para no dejar que nadie entre.

Desde que escuché lo de su madre en la rueda de prensa no he dejado de pensar en ello, tiene un prejuicio con las personas de mi país por su mamá, no sé la historia ni cómo fue pero debió ser muy duro para él siendo un niño tener que sufrir la separación de sus padres, quizá si le demuestro que yo no iré a ningún lado me permita acercarme a él.

Porque realmente no iré a ningún lado.

Es mi esposo y el matrimonio es hasta la muerte. Lo dice la Biblia, cualquier mujer que se divorcie de su esposo y se una a otro hombre está cometiendo adulterio. Con un error que tuve fue suficiente, no defraudaré más a Dios, acepté unir mi vida a la de Maurice en sagrado matrimonio y es algo que solo la muerte podrá separar.

Será difícil por supuesto, pero la Biblia siempre tiene respuestas para cualquier tipo de desavenencia, sólo debo encomendar mis pasos al Señor y pedir que me guíe por su camino.

—Eres una holgazana, apenas despiertas —respingo inclinada sobre la cama por la impresión, estaba tan metida en mis pensamientos que no lo escuché acercarse.

—Buenos días —digo en voz ronca, tengo la garganta seca y el martillo de mi cabeza no se detiene, trato de incorporarme pero sus manos en mi espalda me mantienen en mi posición.

—Quieta —ordena—, ¿Qué haces de pie? ¿Quieres que te azote perrita? —Su mano estrujan mi trasero y yo aprieto los muslos involuntariamente.

—Estaba tendiendo tu cama —musito cerrando los ojos, mis mejillas se calientan, es tan vergonzoso cómo reacciona mi cuerpo con su simple cercanía.

Me hace sentir sucia mi comportamiento.

—Mmm, bien, no te azotaré, al menos no con el adiestrador. —Sin esperármelo me empuja sobre la cama y sube sobre mis piernas, está desnudo, puedo sentir sus partes íntimas recargadas en mis muslos.

Masajea mis glúteos con ambas manos, yo escondo la cara entre las sábanas, a pesar de que me ha visto desnuda y completamente abierta de piernas no puedo evitar el bochorno.

También logro ahogar los jadeos que salen de mi boca por la acción de sus manos, lo siento endurecer contra mis piernas y eso sólo empeora mi estado, estoy siendo una mujerzuela libidinosa deseando que lo deslice hacia mi interior, me doy asco yo misma por albergar estos pensamientos indecentes cada vez que uno solo de sus dedos roza mi piel.

Un golpe inesperado en mi glúteo derecho me hace proferir un grito, más por la sorpresa que por el dolor, después otro y otro. Mi trasero arde, pero de alguna manera estos golpes no son como los de la primera noche, van acompañados por caricias duras que intentan aliviar un poco la picazón que deja en mi piel cada impacto, no lo logran del todo, en cambio generan una sensación expectante en mi vientre.

Boda de OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora