Epílogo

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Diciembre 2020

Maurice

—¿Maurice te puedes tomar una foto conmigo? —pide una chica, la veo de arriba abajo mientras tomo el último trago de whisky en mi vaso, ya no puedo enfocar bien la vista, he ingerido tanto alcohol que ni siquiera hablo bien.

—Porrrr supuessssto —murmuro arrastrando las palabras, soy consciente de mi grado de embriaguez, lo hago todos los días que siento que su maldito recuerdo no me deja en paz.

Me pongo de pie para rodear a la chica con mi brazo, le entrega su teléfono a otra que se encarga de tomarnos fotos y luego se nos une para capturar una selfie. Los destellos del flash me dejan la vista manchada con motas oscuras, ellas besuquean mis mejillas y regresan a su mesa. 

Sonrío por costumbre, de manera automática, estoy habituado a sonreír para las cámaras y mostrarle al mundo que soy feliz teniendo el éxito que tengo. El iPhone vibra en mi bolsillo del blazer, lo saco de mala gana, sé quién es, se pasa todo el día encima de mí, jodiendo.

—¿Qué mierda quieres? —gruño, no debería contestarle, no son horas de trabajo.

—¿Estás embriagándote otra vez, pelotudo? Mañana das tu primer maldito concierto y en lugar de estar descansando y preparándote andas de tragos.

—Estoy listo —aseguro—. El ensayo estuvo bien, deja de joderme.

—Mándame tu puta ubicación, iré por ti.

—Vete a la mierda, Mateo. —Termino la llamada y pido otro whisky, mientras lo sirven me levanto para ir al baño.

Están vacíos a pesar de que el bar está a todo lo que da en capacidad, entro en un cubículo y cierro la puerta, no quiero fotos mías orinando por ahí. Recargo la cabeza en la puerta mientras sostengo mi miembro con la mano, me da vueltas el mundo, la puerta de los servicios se abre y escucho pasos entrar junto con la música de fuera y risillas que se unen a los pasos.

—¿Viste quien está sentado en la barra de la zona VIP? —pregunta una voz de hombre intentando ser afeminada.

—¡Maurice Von Hildebrandt, si lo vi! —responde otro emocionado, resoplo por su entusiasmo, si supieran la mierda en la que vivo no se emocionarían de verme.

—Deberíamos acercarnos y decirle que tenemos su disco y boletos para su concierto de mañana. ¡Quizá nos deja ir tras bastidores y nos lo firma!

—¡Quizá nos deja darle una mamada en el camerino! Dicen que desde que lo dejó Priscila no se le ha visto con nadie, a lo mejor se pasó de nuestro bando. —Se ríen como cacatúas, no pongo atención a sus palabras estúpidas, sólo en la única que me importa.

Priscila.

Odio que alguien la mencione, odio cuando los periodistas preguntan si es cierto que nos separamos, no he dado declaraciones sobre eso, pero es más que notorio después de tres meses de haberse ido a Venezuela, después que corroboraron que tuvo un aborto.

—Yo a ese bombón le chupo lo que quiera y lo dejo hasta ponerme de cabeza.

—¡Zorra! —Se escucha una palmada seguida de más risas y luego salen de nuevo del baño.

Me quedo para aún sosteniendo mi miembro, he terminado, pero mi mente está atrapada en esa única palabra. Priscila. Tan solo decir su nombre en mis pensamientos produce un tirón en mi pene que mantengo envuelto en mi mano, saco el teléfono de mi bolsillo y busco el video, lo he visto cientos de veces, también el de la última noche que estuvo en casa, los veo cada vez que necesito sentirla cerca para no dejarme caer. 

Boda de OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora