Cap 18. Regalo

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Maurice

Cuando despierto de nuevo ya pasa de medio día, aunque aún tengo sueño ya no estoy tan cansado, las últimas dos semanas he estado durmiendo cuatro horas como máximo y ya necesitaba poder dormir ocho horas corridas. Me asomo por el borde de la cama, la perra ya no está durmiendo, debe andar en el baño o algo así.

Me dirijo a mi baño dispuesto a sacarla, este es sólo mío, pero tampoco la encuentro ahí, aprovecho para darme una ducha y ponerme ropa de andar en casa. Ella está en la sala, hincada, limpiando con un paño y el spray desinfectante las superficies de la pantalla y las consolas, no voltea a verme cuando camino a su lado en dirección a la cocina, tengo hambre.

En la barra ya está esperando el desayuno, no tiene mucho tiempo que lo hizo porque aún está tibio. Tomo una taza y la lleno con café, por lo que veo ya aprendió a usar la cafetera y le queda bastante bien el café.

Me dirijo con el plato y la taza a la terraza para desayunar, nuevamente no me mira cuando paso a su lado, mantienen el rostro bajo por lo que no puedo verla bien, sólo como su cabello sujeto en una coleta alta cae por los costados de su cara. Me siento y desayuno en silencio, por primera vez ingiero algo de lo que ella preparó y debo decir que no lo hace tan mal, ha estudiado las recetas que me proporcionó la nutrióloga.

Al terminar dejo los trastes en el fregadero y antes de que salga de la cocina ella ya se está dirigiendo a lavar los trastes, gateando, sin mirarme. Me fastidia que no me ponga atención, que no me hable, pero no digo nada porque no le voy a dar importancia a sus berrinches de niña malcriada. Me siento en la sala a escuchar música mientras ella continúa haciendo el aseo en silencio.

La veo limpiar el piso con sus manos y un paño, no lo hace con el trapeador, la forma en que se inclina y estira para alcanzar los lugares más apartados me dejan ver su cuerpo esbelto y su trasero levantado poniéndome erecto instantáneamente cuando veo su sexo rosado exhibirse, tentándome.

—¿Estás intentando provocarme? —No voltea, no habla, se limita a negar con la vista en el piso y seguir con su labor.

Gruño por su maldita rabieta, es una ridícula, esas tontería de la ley del hielo sólo lo hacen los adolescentes estúpidos. Dejo de mirarla, lo que quiere es llamar mi atención con su berrinche, como cuando supuestamente huía de mi en el pueblo y lo único que quería era tenerme tras de ella.

Se jodió porque no voy a volver a caer en su jueguito.

Tomo mi teléfono y me hago algunas fotos para subirlas a mis redes, en los días anteriores no he tenido tiempo ni ganas para hacerlo, poco he revisado mis redes sociales. Cómo lo imaginé tengo miles de mensajes, algunos no los he revisado desde el fin de semana de mi matrimonio, como los de Gissell.

Me mandó montones de notas de audio lloriqueando cuando se enteró de la noticia, escucho aguantándome la risa por sus berridos incomprensibles, me pregunto porque las malditas mujeres son tan dramáticas, esta loca me hace reclamos como si entre ella y yo hubiera algo, es la presidenta del club de fans, no mi novia.

Empiezo a responder sus mensajes excusándome por no haber respondido antes, apenas llevo escrito algunas líneas cuando aparece conectada y me manda un audio llorón diciendo lo sentida que está conmigo.

«Tranquila nena, tú sigues siendo una de mis consentidas» escribo. Manda un emoji de corazón roto y ruedo los ojos.

«Iré en un par de horas al Music Store de Kendall. ¿Te parece si nos encontramos ahí?» propongo, voy a tener que soportar ahora a dos viejas dramáticas, pero al menos Gissell me importa más que Priscila, es la mejor presidenta.

Boda de OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora