Cap 31. Espera

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Priscila

Siempre tuve la idea que los suegros y las suegras son personas difíciles de tratar, al menos para mis padres así lo fue, pero Dedrick es un hombre sumamente cariñoso y alegre a pesar de su enfermedad, lo percibo como esos abuelitos que nuca tuve, supongo que así de consentidores deben ser. 

Hemos pasado la mañana entera viendo los montones de álbumes que guarda, durante horas he observado maravillada las fotos de Maurice siendo un niño, desde pequeño se veía que sería todo un galán, su cabello tan rubio oscureció con los años pero me gusta más como es ahora, se nota que fue un niño que creció mimado y aunque se le ve rodeado de lujos en algunas fotos su expresión es decaída.

—¿Por qué se ve tan triste en estas fotos? —Señalo varias en la página, es un Maurice de unos nueve o diez años, hay adornos navideños a su alrededor, sin embargo no se ve alegría en su entorno.

—Ese año fue cuando Eliana nos abandonó —explica mi suegro, en su voz se nota que aún le afecta, después de tantos años sigue doliéndose por su esposa. Acaricia la imagen de su hijo y mi corazón se encoge pensando lo que debió sufrir Maurice la separación de sus padres siendo tan pequeño.

—¿Qué edad tenía Mau? —Parpadeo repetidas veces para despejar las lágrimas que se me quieren acumular, el gesto de Dedrick es casi tan doloroso como el de mi esposo en la fotografía.

—Nueve años, acababa de cumplirlos en diciembre, Eliana se fue en medio de la cena de año nuevo, esa fue la última vez que celebramos navidad, desde ese entonces no lo hemos vuelto a hacer. —Él no trata de disimular la humedad en sus ojos llenos de arrugas y mi corazón se encoge aún más.

—Nueve años —susurro. Mi mente hace las cuentas rápido cuadrando fechas, Maurice es nueve años mayor que yo, por lo que su madre debió abandonarlos el mismo día que yo nací—. ¿Fue en el dos mil dos? —pregunto dudosa, no quiero escarbar en su herida, pero es algo importante para mí saberlo—. ¿El primero de enero del dos mil dos?

—Sí, en cuanto dieron las doce campanadas ella se levantó de la mesa, tomó sus maletas y dijo que se iba. —Dedrick retrocede una página en el álbum para mostrarme de nuevo la fotografía de navidad anterior, en ella se ve a la mamá de Maurice, hermosa y elegante, apartada unos pasos de ellos dos que sonríen para la cámara, ella no, se limita a sostener una copa de vino en la mano—. Debí darme cuenta, tenía meses distante conmigo, incluso con él, nunca fue demasiado cariñosa y para mí estaba bien, es sabido que los alemanes somos un tanto fríos.

—¿Cómo pudo hacer eso? —digo en shock—. ¿Cómo se atrevió a dañar así una fecha importante? ¿No pudo esperar al otro día? —Dedrick niega, opta por pasar la página y seguir mostrándome otras fotografías de Maurice en donde se le ve igual de inexpresivo.

—No lo sé, pero nunca podré perdonarle haberse ido de la forma en que lo hizo, mi hijo le suplicó mucho que no se fuera y a ella no le importó, sólo le dijo que dejara de llorar y fuera un hombre. —Una lágrima desciende por el costado de su ojo, él se apresura a limpiarla, yo lucho contra las mías para no dejarlas salir, tan solo de imaginar al pequeño niño rubio de ojos azules de las fotos llorando por la partida de esa mujer se me rompe el corazón.

—¿Sabe algo? —digo sorbiendo mi nariz, parpadeo rápidamente para despejar mis ojos—. Yo nací el primero de enero del dos mil dos, en el primer minuto del año —informo—, los tiempos de Dios son perfectos Dedrick, el Señor tiene un designio para cada uno de nosotros y ahora sé que el mío era llegar a la vida de Maurice para borrar ese sufrimiento que ha cargado por años, aunque él no lo diga, lo de su mamá aún le duele, lo he notado las pocas veces que habla de ella.

Boda de OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora