argentina vs españa

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07 de septiembre del 2010

Florencia, Italia.





Hoy era un día monumental, en el cual la guerra iba a estallar en cada rincón de ese viejo apartamento. Sería un día épico, porque era la primera vez que Martín Berrote y Barcelona Gonzalves se preparaban para mirar un partido de fútbol entre Argentina y España juntos. Y absolutamente todo podía salir mal.

El argentino se había aparecido con una camiseta de la selección argentina, se había dibujado en las mejillas una línea celeste y otra blanca, había comprado fernet, tenía el mate preparado, y lo único que le faltaba era el asado. La española había llegado envuelta en una bandera española de casi dos metros, con una camiseta con la cara de Fernando Llorente en todo el pecho, una peluca roja con amarillo en la cabeza y se había preparado dos jarras de sangría y una chorrada de cerveza.

Se miraron uno al otro como si estuviesen en una película de vaqueros.

Que gane el mejor. —le dice la castaña, alzando su mentón para mirarlo fijamente a los ojos. Martín suelta una risa y le da un sorbo a su mate.

Argentina, por supuesto. —alardea él, con tanta burla y seguridad que Barcelona lo miró con los ojos entrecerrados.

No empieces, eh, que terminamos matándonos ya antes de tiempo. —amenaza ella, haciendo que Martín suelte otra carcajada.

Tranqui, petisa, que yo ya arreglé todo para el funeral tuyo y el de todo tu país, te podés morir tranquila. —se burla él, dándole otro sorbo a su mate para sentarse en el sofá frente a la tele, con la mirada penetrante de la castaña en su nuca.

Barcelona se sienta al lado de Martín, sirviéndose un vaso de sangría mientras miraba con atención la pantalla frente a ellos. Ambos equipos comenzaban a aparecer en el campo, y la emoción surgía lentamente por las entrañas de ambos.

Barcelona era mucho menos competitiva que Martín, pero sí era muy patriótica, muy hincha de su selección, y tenía la buena sensación de que podrían ganar. Martín, por el otro lado, era muy competitivo, y le iba a echar mierda a los españoles ganasen o perdiesen. Cualquier error del equipo español él lo iba a usar para burlarse de su mejor amiga por el resto de sus días.

Y esa enemistad que iba a surgir, ya no había nadie que la detuviese, porque Andrés seguía en la cárcel. Y ella estaba muy segura de que, si el pelinegro estuviese presente, no los hubiese dejado ni de coña ver ese partido. Eran como dos adolescentes cuando los padres se iban de casa por el fin de semana: hacían fiestas, destrozaban, dejaban aquella casa convertida en un total caos. Por esa exacta razón era que, ese partido, era el primero que veían juntos.

Andrés sabía que un partido entre España y Argentina se convertía en un versus entre Barcelona y Martín, el cual, en el mejor de los casos, terminaría con los dos amigos no hablándose por semanas o, en el peor de los casos, terminaría con los dos agarrándose a las piñas. Entonces él, como buen intermediario, no les permitía ver fútbol.

Pero ahí estaban. Martín se puso de pie con todo el orgullo del mundo cuando comenzó la entonación del himno de su país y mirando a la castaña de reojo le dijo: —Vos ni respires, eh, que se viene el mejor himno del mundo.

Y Barcelona se ríe con sorna, viéndolo ahí con los ojos cerrados, escuchando su himno con todo el respeto del mundo.

Al contrario para la castaña, que cuando empezó a sonar el suyo, se puso de pie meneando la enorme bandera en el aire mientras que imitaba a gritos cada instrumento musical que componía el himno de su país.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora