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Inspectora Murillo. —la saludo amablemente, ganándome un asentimiento de cabeza por su parte. —Arriba las manos. —le digo divertida, con un poco de suspenso en mi voz. —Tokio, por favor. —me dirijo a la pelicorto a mi lado izquierdo, quien me sonríe con malicia antes de caminar hasta la inspectora para incautarla. —Entenderá que debemos ser cautelosos. —le digo a Murillo, quien observaba todo el lugar con detenimiento.

¿Dónde está el profesor? —pregunta ella, haciéndome soltar una risa.

Me pide que le disculpe, ha tenido una emergencia estomacal. —le digo con gracia, pero ella no se inmuta ante mi broma, a lo que yo le suelto un puchero.

No lleva armas. —anuncia Tokio al finalizar, volviendo a la formación.

Jerusa, tu turno. —le digo al rizado a mí lado, quien se encargaría de revisar a la inspectora con un detector de frecuencias en caso de que tuviera un micrófono escondido en algún lugar. —Espero que no tenga usted un micrófono espía, inspectora.

Entenderá usted que mi gente debe velar por mi seguridad también. —responde ella, haciendome alzar las cejas.

Entonces sí tiene un micro. —afirmo yo, a lo que Río comienza con su búsqueda.

Después de unos segundos, el detector detectó, valga la redundancia, el micro en su zona pélvica.

Es una zona interesante. —le digo yo, acercándome a ella a paso lento e intimidante. —¿O será que usted tiene un vibrador en las bragas? —cuestiono, volteándome a ver a mis compañeros con una expresión graciosa, haciéndolos reír. Lentamente desabrocho el cinturón de la mujer frente a mí, sin despegar mi mirada de la suya, y luego seguí con la cremallera de su pantalón. Metí mi dedo índice junto al medio entre sus bragas, hasta dar con el dispositivo. Lo tomé entre mis manos con una sonrisa triunfante, un micrófono negro y pequeño con la palabra rayo escrita en él. —¿Se sube el cierre usted o lo hago yo? —le pregunto divertida, a lo que ella inmediatamente lleva sus manos a su pantalón sin decir una palabra.

La policía y sus invenciones última tecnología. —la voz de Andrés se hace presente, aún con su careta en formación. —Un micrófono perianal. —se burla, haciéndonos reír a todos, menos a la inspectora, por supuesto.

Le entrego el micro a Río, quien se encarga de destruirlo con sus propias manos.

Por favor, venga conmigo. —le pido, adentrándonos al vestíbulo, en donde nos esperaban dos sillas frente a las grandes escaleras. —¿Le gustaría un café? —le pregunto.

Por favor. —afirma ella, a lo que mis ojos buscan los de Berlín para mandarlo a buscar el café. Él entiende mi petición, y no se niega como normalmente haría.

Tome asiento, inspectora. —le digo, señalando una de las sillas. —Los rehenes se están poniendo bellos para usted, comenzarán a bajar en unos momentos. —aviso, a lo que ella asiente levemente mientras se sienta, acción que imito. —¿Cómo van las cosas ahí afuera?

Supongo que estáis enterados de todo. —responde ella, dándome una mirada rápida. —Y bueno, supongo que también está enterada usted de que sus padres por fin la han encontrado gracias a la policía.

Padres son los que crían, inspectora Murillo, no los hijos de puta que abandonan. —respondí yo, a la vez que aparece Berlín con una taza negra, acercándose a la inspectora.

Es descafeínado, no vaya a ser que después no pegue ojo. —le dice él con gracia antes de pararse a mí lado, como un perro guardián.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora