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Barcelona se trepó con facilidad sobre los ductos de la ventilación del baño, pero apenas hizo contacto con la superficie del túnel en gateos, sintió la herida en su muslo escocer por el estiramiento de la piel. No logró avanzar más de quince centímetros cuando sintió un líquido caliente bajar por su muslo: estaba sangrando, lo cual no era nada bueno si iba con la disposición de luchar a muerte contra quien fuese que andaba rondando por la ventilación.

Las posibilidades eran muchas... como encontrarse con una rata a medio camino.

Pero eso no le importaba, siempre y cuando tuviese la seguridad de que no estaban en algún peligro.

Y Andrés estaba a punto de perder la poca paciencia que le quedaba con su mujer, entre el miedo que tenía de perderla y el riesgo al que ella se sometía cada vez que podía, estaba seguro de que se iba a morir de la angustia.

Pero su angustia no estaba ni cerca de alivianarse.

Denver apareció por la otra punta del pasillo y se dirigió directamente hacia Berlín, haciéndolo fruncir el ceño, porque Denver nunca tenía intenciones de acercarse a hablar con él si no era de vida o muerte, o si no era extremadamente necesario. Pero ahí estaba, y en su mirada, Andrés pudo ver que estaba rallado por algo.

Denver...—lo saludó, sin emoción aparente.

El ojiazul se detuvo apenas llegó a Berlín, rascándose la nuca con una pizca de duda en su mirar. Y es que sabía que con ese señor era imposible comunicarse, peor aún si el tema de conversación circulaba alrededor de su querida mujer. —¿Has visto a Barce?

Tal y como esperaba. Berlín levantó ligeramente su mentón y esbozó una pequeña sonrisa inquietante. —¿Para qué la buscas... si se puede saber?

Necesito hablar una palabrita con ella. —Andrés tuvo la sensación de que esa palabrita sería sobre Tokio y todo lo que había ocurrido en aquella cocina, y la verdad no estaba muy seguro de que hablar sobre eso le hiciera bien a Barcelona, no en ese momento.

No creo que sea posible, Denver... justo ahora Barcelona está dando vueltas por los ductos de ventilación buscando fantasmas. —expresa con una risa irónica, haciendo que Denver arrugue el ceño antes de soltar la bomba.

¿La has dejado meterse ahí con un disparo en la pierna? —a Andrés le cambió la cara en menos de un milisegundo, entre confusión, culpa y otro montón de sentimientos que no logró identificar dentro suyo.

¿De qué disparo estás hablando?

No lo sabía, y tampoco se había dado cuenta.

Me cago en la puta. —musitó Denver al concluir que Barcelona no le había dicho a nadie de su herida y que, lo más probable, tampoco se la había curado.

La desesperación sacudió todo dentro de Andrés porque, sin realmente quererlo, su mente viajó a aquella escena en el monasterio, cuando la encontró en ese baño desangrándose a conciencia por querer escapar de la vida. Ese miedo lo paralizó, aunque muy en el fondo comprendió que Barcelona lidiaba con su sufrimiento al acaparar cualquier otro tipo de dolor. Había enfrentado la ausencia de Martín con odio contra sí misma, desvalorizando todo lo que era. Y ahora estaba enfrentando la muerte de Tokio y su culpa con el dolor desgarrador que provocaba llevar una bala quemando sus carnes.

Era un dolor tan fuerte que lo único que quería era detenerse y llorar, pero al mismo tiempo le recordaba que estaba viva, que seguía estando ahí, y que tenía que seguir adelante.

Esa era su misión.

Maravilla...—la voz de Andrés en su oído caló profundamente en su interior, tal vez por el tono de su voz, que la llamaba casi con suplica. —Regresa ahora mismo, estás herida, y si no te curamos pronto se puede infectar...

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora