vainilla

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26 de mayo del 2014

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26 de mayo del 2014

Gavinana
Florencia, Italia.


Había pasado un mes desde la última vez que vio a Martín, desde la última vez que se rieron juntos, que se dijeron que se querían. Un mes desde que todos los planes que habían hecho juntos se cayeron en cientos de pedazos gracias a esa noche.

Y también, había pasado un mes desde la última vez que vio a Andrés.

Lo último que supo de él es que había vuelto a Florencia, al monasterio, y que su vida seguía siendo igual que siempre. Andrés nunca había dejado de llamarla, porque esperaba realmente poder solucionar las cosas al menos con ella; pero Barcelona aún no estaba preparada para mirarlo a la cara.

Primero quería encontrar a Martín.

Y eso iba muy mal.

Llevaban semanas intentando localizar el jeep que Martín se había llevado, pero parecía que la tierra se lo había tragado junto con el argentino. Y ella seguía pensando en el peor de los casos. Incluso llegó a preguntarse si Martín había vuelto a Argentina, o si se había ido a otro país. Y eso la desesperaba, porque no podía ni dormir pensando en el bienestar de su mejor amigo.

La castaña seguía llamándolo, al menos tres veces al día, esperando que él contestara al menos una.

Pero no lo hacía, porque apenas Martín llegó a Palermo, se deshizo de ese móvil, dejándolo en un sector tan abandonado que nadie iba a pasar por ahí. Nadie lo vería, nadie lo recogería. Y ella seguiría llamando, esperando que cualquiera de esas llamadas dejara de darle el tono de apagado.

Barcelona llevaba ya tres semanas viviendo en un viejo departamento al suroeste de Florencia, lo más lejos del monasterio que pudo encontrar. Vivía justo arriba de un bar, en el que pasaba casi todas las noches martillándose la cabeza por Martín; tenía un pequeño balcón desde el que podía ver los cerros, los árboles, y todos los edificios del mismo color. Era tan tranquilo que, después de convivir constantemente con el ruido y el caos, comenzaba a gustarle. Estaba muy feliz viviendo sola, aunque, obviamente, estaría mucho más feliz teniendo a Martín viviendo con ella.

La castaña se asomó por el balcón con una lata de cerveza en su mano, apoyo sus codos en la barandilla y observó con tranquilidad su alrededor. Eran las cinco en punto, por lo que la gente comenzaba a llegar lentamente al bar.

¡Signorina Carla! —oye que le gritan desde abajo, era su arrendatario, y el dueño del bar, que le sonreía y agitaba su mano en al aire de un lado a otro. Le recordaba a Giovanni.

Petro, ¿come va il lavoro? —saluda ella, escondiendo rápidamente la lata de cerveza que se había robado de su bar. Y al mismo tiempo, ve un conocido coche estacionándose justo afuera de su edificio, y de este se baja el rizado. —¡Rafael! —lo llama.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora