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Caminé lentamente por el museo con aquella fotografía en mi mano, en busca de Andrés, la única persona con la que podía contar en estos momentos. Y quien, de igual manera, merecía saber todo lo que estaba ocurriendo entre la policía y yo.

Ingresé al despacho del señor Arturito, el despacho principal de Berlín, en donde solía echarse siestas de una hora y media. O encerrarse en su propia desgracia. Todas las miradas se posaron en mí, pero para sorpresa mía, él no estaba en el recibidor de la oficina. Y las puertas de esta estaban cerradas.

El señor Berlín está con la señorita Ariadna allí dentro. —me dice la señora nerviosa, como si hubiese escuchado cada uno de mis pensamientos. Yo me acerco lentamente a las puertas para abrir, pero la voz de Andrés me interrumpe desde adentro.

Él de vez en cuando iba a verla, para que le devolviese la alegría. —oigo su voz, rodando mis ojos al oírlo hablar tonterías como siempre.

Yo puedo ayudarle a solucionar sus problemas. —escucho esta vez a Ariadna, haciendo que mi ceño se arrugue a mil. ¿Acaso esta mujer se estaba ofreciendo sexualmente a Andrés? ¿Qué cojones?

¿Tú crees que yo estaría con una mujer que viniese a mí, en contra de su voluntad, con un notable desprecio?

De verdad yo quiero. —le responde la de ojos claros, provocando que la sangre comenzará a hervirme. Sabía perfectamente que esto se trataba de una manera de asegurar su vida, acostándose con el hombre al mando. Y lo peor de todo, es que Andrés caería, y se creería enamorado de ella igual que las otras cinco veces. —Prúebeme, señor Berlín.

¿Estás de coña? —espeto yo, ingresando a la habitación sin más, haciendo que Andrés me mirara poniéndose de pie y Ariadna con temor en sus ojos. —¿Esa clase de mujer eres, Ariadna?

Señorita Barcelona...— musita ella, temerosa.

Te vas a ofrecer a este tío y después, cuando salgamos de aquí, lo vas a acusar de haberte violado, ¿no? —le pregunto, parándome frente a ella, quien por primera vez evitaba mirarme a los ojos. —Dirás que te follaba sin tu consentimiento cuando eres tú la que ha venido a chuparle los huevos...

Maravilla... —me interrumpe Andrés, tomando suavemente mi brazo. —No le des importancia, no tenía pensado aceptar...

¿No? —lo interrumpo esta vez yo, con ironía en mi voz. —Que te conozco, gilipollas, que tú tienes el cerebro ahí. —le digo, señalando sus partes íntimas haciéndolo reír. —Que no hace gracia, tarado.

Ariadna, por favor, déjanos solos. —le pide a la mujer detrás mío, que sin decir ni una palabra se retira rápidamente. —Oye, escúchame... —pide, tomando mi rostro entre sus manos una vez que oyó la puerta cerrarse. —No iba a tener sexo con esa mujer, sé perfectamente que lo hizo por supervivencia...

No me vengas con mierdas, que te conozco mejor que tú mismo. —espeto, sacando sus manos de mi cara de un puro manotazo. Me alejó un par de pasos, aprovechando el silencio para calmarme y hacer lo que había venido a hacer. Andrés me mira, y yo lo miro a él antes de depositar la fotografía de nuestro retoño con fuerza sobre su pecho, para luego alejarme hacia la ventana.

Tiene tus ojos y tu boca. —dice después de unos largos minutos. Lo oigo sentarse, así que lo miro, él observaba a su hijo detalladamente, posando su dedo índice entre sus labios. Con un brillo especial en sus ojos, que solo había visto la primera vez que acobijó a Alonso entre sus brazos. —¿Fue Raquel?

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora