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Mi cuerpo cayó al suelo con más dramatismo del que planeaba, al igual que algunos de mis otros compañeros. Denver, por ejemplo, que se lanzó sin más al suelo para recuperarse.

Solté el arma para dejarla a mi lado, y una vez que la adrenalina había dejado mi cuerpo, el dolor había tomado el control.

Maravilla. —observo a Andrés caer de cuclillas frente a mí, mirándome con preocupación y un poco de enojo. —En tu vida vuelvas a hacer una estupidez así, ¿me oyes?

Sí, jefe. —murmuro con gracia, a lo que él me tiende la mano para ayudarme a ponerme de pie.

Yo creía que era para eso, pero no fue así; sin importarle nada más que mi bienestar en ese momento, Andrés me bajo el mono y observó con detalle cada centímetro de mi piel.

Estoy bien, si me hubiesen disparado lo sentiría. —le aseguré, uniendo sus ojos cafés con los míos para que viera que le decía la verdad. Y cuando se hubo sensoriado completamente, se recargó sobre un pilar dejando todos sus miedos abandonar su cuerpo en un suspiro frustrado.

Y una vez que estuvimos todos recuperados, subimos a la cafetería para contactar al profesor; quién no había avisado la situación y tampoco había respondido las llamadas desesperadas de Denver y Berlín.

Yo había sido la primera en tomar el teléfono, pero ese mínimo contacto con mi piel quemada había sido un infierno, haciéndome botarlo sobre la mesa y, además, preocupar a mis compañeros.

Andrés fue el primero en llegar a mí, tomando mi mano con rapidez para analizarla y luego mirarme con regaño.

Es solo una quemadura, me la hice al tomar la bomba de humo. —le explique.

Tú eres todo un caso, que andas sin chaleco en medio de un tiroteo y, para variar, coges una lata de esas sin guantes. —me recrimina Nairobi, dejándose caer en el sofá. Pocos segundos después, el teléfono comienza a sonar.

Berlín es quien lo coge y lo pone en altavoz, pero es Denver quien se encarga de putear al profesor.

¿Dónde estabas, eh? ¿¡Dónde cojones estabas!? —suelta mi amigo con rabia, golpeando la mesa.

Tenía que resolver un asunto fuera del hangar. —replica Sergio, con calma. —Lamento no haber podido llamaros, pero habéis hecho un trabajo increíble.

¿Eso crees, hijo de puta? —lo recrimino yo, sintiendo la mano de Andrés sobre mi hombro para tranquilizarme.

¡Hombre herido! ¡Hombre herido! —los gritos desesperados de Helsinki se hacen presentes en el lugar, haciendo que todos nos volteáramos a verle, cargando a un inconsciente Oslo con sangre en su cabeza. Joder.

¿Qué le ha pasado? —le pregunté, intentando acercarme a la vez que sentía el brazo de Berlín deteniéndome, y el ruso se encargaba de dejar a su primo sobre el sofá.

No actúes como si tú no estuvieses herida. —murmura Andrés entre dientes. Este tío estaba pero más que furioso conmigo.

Rehenes. —comienza a hablar Helsinki. —Fuga, golpe muy fuerte, traumatismo. —indica, haciendo que una parte de mí se desplomara. Un golpe así era difícil de tratar, mucho más en nuestras condiciones. Y aquí ninguno era neurocirujano, ni mucho menos doctor; por lo que no teníamos mucho que hacer para ayudarlo.

¿Alguien sabía de la fuga? —me atreví a preguntar, observando los ojos asustados de mis compañeros sobre mí, y luego sobre Denver. Él sabía.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora