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Hijos de la gran puta.

Barcelona ni siquiera se sorprendió ante esa elección de primeras palabras por parte de Tamayo, aunque sí esperaba algo mucho más creativo para una persona de mecha corta como el coronel, que en su normalidad se la pasaba gritando en nombre de la madre de Panete. Y tampoco le sorprendió cuando, en cuestión de segundos, Tamayo se dio la media vuelta con la intención de llamar a sus perros guardianes y abatir a esos tres en ese mismo instante.

Pero ella fue más rápida, colocándose frente al coronel con esa sonrisa intrépida en su rostro sereno, negando exhaustivamente con la cabeza ante el intento que hizo Tamayo de pasar sobre ella una vez más.

Coronel Tamayo, es un verdadero placer...—habla Berlín, alzando su mentón con altanería para enfrentarse al enemigo. Y Barcelona señala a su marido con la cabeza ante la intensa mirada que mantenía Tamayo sobre ella, asesinándola muy lentamente en su cabeza. —Si es tan amable, le pido por favor que venga conmigo.

No, no, no, no, no...—negó el coronel, esbozando una sonrisa incrédula antes de voltearse hacia el líder de la banda, tan pacífico que no parecía haber estado batalla tras batalla los últimos cuatro días.

Yo creo que le conviene, señor Tamayo. —hace presencia Palermo, caminando como un felino alrededor del coronel hasta terminar a un lado de Barcelona, que le sonríe con astucia. —Pero los niños se quedan afuera mientras los adultos hablan, eh. —espeta, señalando con la cabeza al subinspector Rubio y a Antoñanzas, este último parecía tan petrificado que Barcelona creyó que se iba a desmayar.

El subinspector, por otro lado, parecía ya haber aceptado la derrota.

Muy bien, pero primero necesito saber en qué estado están mis compañeros. —exige el señor Rubio, observando de soslayo a los dos geos todavía en posición en el balcón, y cuando la castaña se percató, chasqueó sus dedos dos veces para llamarles la atención.

¡Denver, Río, ya podéis ir a cambiaros!

Por supuesto que eran miembros de la banda.

Eso, primero quiero ver a Suárez y al comandante Sagasta. —concuerda Tamayo, con las venas de la cólera ya marcadas en sus sienes.

Y Berlín, con una simple mirada, les da la orden a Barcelona y a Palermo.

Claro que podéis verlos, seguidme por favor. —pide la castaña, sacando a luz su mejor actuación como anfitriona, guiando a sus tres invitados por las escaleras mientras Berlín y Palermo los seguían sonrientes. —Vale, en este primer despacho tenemos al queridísimo comandante Sagasta...—anunció, abriendo la puerta de golpe.

Ahí estaba, atado a una silla y amordazado, en caso de que le salieran ganas de hablar de más.

Vamos, salúdelo, estoy seguro de que está muy feliz de ver una cara conocida. —se burla Berlín, agitando su mano en el aire en forma de saludo para el comandante, pero muy rápido, Barcelona vuelve a cerrar la puerta para mirar a Tamayo.

Lo tenemos aisladito, por si salía con otro de sus planecillos homéricos. —le comenta, dándole un golpecito en la espalda al coronel para que siguieran hacia la otra puerta, que ahora se encargó de abrir Palermo.

Ahí estaba la sorpresa más grande.

¡Don Suárez y su rebaño! —anunció Palermo con dramatismo, y a Tamayo se le cayó la cara de vergüenza cuando los vio. Los trece geos sentados en el suelo, atados y amordazados, dos completamente dormidos y otros dos casi desnudos... Y Suárez, que ni siquiera se atrevió a mirar a su jefe a la cara.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora