nos volvemos a ver

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20 de diciembre del 2014

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20 de diciembre del 2014

Florencia, Italia



Estrechez de Corazón sonaba a todo volumen entre las cuatro paredes de la capilla del monasterio, y es que gracias a dios era sábado por la tarde, porque del contrario, Barcelona tendría a una fila de monjes golpeándole la puerta para que bajase el volumen de la música. Los fines de semana los monjes solían ir a visitar a sus familias, y Andrés solía salir con Tatiana, como en esta ocasión, que estaba a punto de irse para despedir a su mujer en el aeropuerto. Y el monasterio quedaba completamente solo, para ella, que se ponía a bailar en los pasillos, en el patio, y dejaba salir todo tipo de improperios mientras cantaba.

Pero ese día estaba más tranquila, concentrada en terminar la maqueta del Banco de España que había quedado a medio hacer después de la repentina retirada de Martín. No le gustaba dejar las cosas inconclusas, y si no la terminaba ella, no lo haría nadie.

¿Sigues con eso? —le pregunta Andrés, apareciendo frente a la castaña, acomodándose su chaqueta de vestir negra. —Deberías empezar con la de la Fábrica, es más importante.

Bueno, tú a lo tuyo, yo a lo mío. —replica ella con seriedad, pegando contra la superficie los pequeños barrotes del balcón. Y Andrés deja escapar un sonoro y dramático suspiro, porque esa actitud de mierda que tenía la castaña contra su persona ya lo tenía completamente agotado.

Aún así, no se arrepentía de haberla llevado de vuelta al monasterio.

Barcelona lo miró de soslayo al oírlo, y luego se rio por la nariz.

Me voy. —espeta el pelinegro, colocándose su sombrero negro. Y ni siquiera se molestó en esperar una respuesta por su parte, porque sabía que perdería el tiempo, entonces se fue.

Y ella ni siquiera se molestó en mirarlo partir.

Desde que había vuelto al monasterio, hace un mes exacto, había vivido por primera vez la enorme incomodidad de la expresión tocar el violín. Tenía que desayunar con Andrés y Tatiana comiéndose las bocas, almorzar con Andrés y Tatiana comiéndose las bocas, y luego cenar, con Andrés y Tatiana comiéndose las bocas. Y dormir. Dormir escuchando a Andrés y Tatiana hacer más que comerse las bocas.

Muchas veces le pedía a dios que le quitase la habilidad de escuchar.

De existir, incluso.

Barcelona nunca había sido del tipo que dejaba que la vida la golpeara, pero justo en ese momento, desde Martín, no le encontraba sentido alguno a seguir. Ya no sabía para qué vivir, no tenía motivos, ni una motivación, ni un propósito. Martín se los había llevado todos con él.

La castaña refunfuño al darse cuenta de que se le había acabado el pegamento, y sin este, no tendría nada más que hacer. Y para no caer una vez más en su miseria, se levantó, cogió su abrigo y salió en dirección al centro de Florencia.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora