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¡Señor, los tenemos! —vuelve a oírse la voz de Río por la radio de Suárez, y Barcelona inmediatamente lo miró a los ojos, una mirada astuta que le dejó ver al policía quién tenía el control, quién iba ganando.

Y no solo como fuerza enemiga, también como persona.

Él que había soñado cada puta noche con maneras de asesinarla, ahora seguía estando vivo por decisión de ella, y eso era tal vez lo más frustrante.

¡HIJA DE PUTA! —vocifera el moreno, dándole un fuerte golpe al suelo para expresar el dolor de su derrota y el miedo a la muerte que le rozó la sien.

Barcelona se giró a ver a Martín y rápidamente se acercó a él para auxiliarlo, como si no tuviese miedo alguno dándole la espalda al enemigo.

El disparo le había rozado el hombro, y aunque sangraba mucho, no era tan grave ni doloroso para el argentino, y a ella le volvió el alma al cuerpo.

Y entonces volvió a ponerse de pie, dándole una patada tanto a la pistola como al fusil del policía para alejarlas de su alcance. Le miró, no con superioridad, ni con astucia, ni con poder... lo miró como se mira a un enemigo que fue amigo, derrotado. —Supongo que ya te has dado cuenta de lo que está pasando aquí, ¿no? —cuestiona la castaña, recibiendo una dura mirada por parte del moreno.

¿Dónde están mis hombres? —pregunta, más como una exigencia, sentándose en el suelo, sintiendo como la sangre caía lentamente desde su sien hasta su mandíbula.

Barcelona sí le había disparado, rozándole una bala con precisión en un costado de la cabeza, como señal de advertencia de que la siguiente le vaciaría sin pudor alguno los sesos.

Están bien. —responde ella con simpleza, acuclillándose frente a él para mirarlo de cerca. Y entonces saca un pañuelo de su bolsillo y se lo extiende. —¿Y sabes por qué están bien? —consulta, al mismo tiempo que ella misma acercaba el pañuelo a la herida del policía para limpiarle la sangre después de que este rechazara su acto de tregua. —Porque nosotros no somos los malos en esta historia. —se responde. —No somos unos despiadados, ni unos asesinos, ni hijos de puta, no como Tamayo...

¿Qué esperas con ese discursito de mierda, eh? ¿Que os deje escapar? —cuestiona entre dientes, alejándose del contacto de la castaña.

Ella se ríe de costado, volviendo a guardar el pañuelo. —Vamos a escapar nos dejes o no. —suelta, con una superioridad digna de su marido. —Lo que te quiero decir es que estás luchando contra el enemigo equivocado, guapo. —aclara, con una mirada que parecía estar más asegurándoselo que sugiriendo, cuestión que lo hace fruncir levemente el ceño. —Nosotros vinimos aquí a rescatar a un compañero, mientras que Tamayo lo único que hizo fue poner a todo el mundo en contra de uno de los vuestros para salvarse a sí mismo. —Barcelona lo mira, y su plan de manipularlo emocionalmente se había ido por las trancas, porque muy genuinamente quería quitarle a Gabriel esa venda de los ojos. —Esta vez le tocó a Sierra, pero perfectamente podría haberte dejado como una escoria traicionera a ti.

Ahora es Suárez quien sonríe, a medias, al mismo tiempo que la voz de Tamayo volvía a sonar por la radio. —Suárez, ¿qué cojones está pasando allí dentro?

Gabriel la mira fijamente, porque después de todo ese tiempo, ella seguía siendo la misma mujer, seguía teniendo la misma facilidad con las palabras, con el convencer. Y Barcelona lo miró de vuelta, enfocándose en el oscuro café de los ojos del contrario.

Ya no quería manipularlo, quería hacerlo entrar en razón y hacerle ver las dos caras de la moneda.

Se han desplegado por la zona este, estamos yendo tras ellos, coronel. —habla entonces Suárez, sin despegar sus ojos de los pardos de la castaña.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora