la subasta

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                                13 de marzo del 2014
                                Florencia, Italia

Barcelona camina sin ganas por los pasillos del monasterio, en dirección a la oficina de nadie más que el pobre señor Giovanni. Si él supiese que sería honorado con su visita, estaría preguntándose con qué locura intentaría persuadirlo ahora, pero al contrario; ella lo tomó por total sorpresa.

Ella le sonrió, tan amplio como siempre, y para el pobre hombre esa sonrisa era señal de que iba a terminar accediendo a lo que fuese que ella pidiera. Y en parte, no entendía por qué. Tal vez porque veía en la castaña a una hija, o tal vez porque gracias a Barcelona su monasterio seguía en pie.

Sentía que le debía mucho, y seguir comprando animales para darle más vida al monasterio no sería suficiente para pagarle. Y por eso la consentía en absolutamente todo.

—Señorita Barcelona, ¿qué la trae por aquí?— él se pone de pie para recibirla. La castaña entra, le da un cariñoso abrazo y se sienta con confianza frente a él.

—Verás, tengo dos peticiones.— anuncia con una sonrisa gatuna.— Pero primero, cuéntame cómo estás, cómo va todo con los monjes...

—Bueno, mis muchachos este año son más disciplinados de lo que esperaba.— le comenta.— Hemos tenido unos cuantos inconvenientes con las cabras, que entran en las capillas, en las habitaciones de los monjes... Y también tenemos unas cuantas quejas contra el señor Berrote.

Barcelona, al oír su nombre, se pasó una mano por la cara. A pesar de todas las quejas, Martín no paraba.— ¿Qué pasa con Martín ahora?

—Sigue irrumpiendo en los cantos matutinos...

—¿No podéis cerrar las puertas? Ponerle llave, o algo.— sugiere la castaña.— Porque ya le he dicho más de cincuenta veces que deje de hacerlo, pero lo sigue haciendo.

—No podemos vivir encerrándonos solo por una persona...

—Tampoco es que viváis encerrados, ¿vale? Solo es cerrar la puerta con llaves cuando os pongáis a cantar. Es todo.— insiste.

Y el pobre hombre, después de un largo suspiro, asiente.

—Y bueno, ¿qué quería decirme usted?

Barcelona vuelve a esbozar su sonrisa gatuna.

—Bueno, pasa que Andrés se va a casar, con Tatiana, la colorina que se pasea por acá a veces.— anuncia.— Y quería pedir permiso para realizar la boda aquí, en el patio.

—Señorita Barcelona...

—Seremos solo siete personas, será algo pequeño.

—Bueno, en ese caso, entonces podéis hacerlo.— accede el hombre, y ella le agradece.— ¿Algo más?

—Sí... bueno, como usted es un monje, también tiene la autoridad para casar a dos personas, ¿no?

—Prácticamente...

—Vale, pues eso, quería pedir que sea usted quién los case.— pide con una sonrisa inocente, y como al monje no le pareció gran cosa, accedió de inmediato.— Y...

—¿Hay más?

Barcelona ríe, avergonzada. Y se preguntó otra vez el por qué estaba ella allí pidiendo todas esas cosas y no el mismo Andrés. Pero se respondió de inmediato: Giovanni solo accedía con ella.

—Quería pedirle prestado al coro... para la boda-- para que canten en la boda.— murmura, y los ojos fuera de órbita del monje fueron respuesta suficiente.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora