11

6.2K 410 59
                                    

SEIS HORAS DE ATRACO.

Ya llevábamos cinco horas y cuarenta y tres minutos dentro de este lugar. Al ser yo y Denver los encargados del control de rehenes, los teníamos a todos sentados frente a la escalera. Hace unos pocos minutos atrás, mi amigo de ojos claros había venido a informarme que la cámara acorazada había sido abierta, por su padre. Así que el plan ya iba a empezar muy pronto.

Era el momento de hacerle saber a todo el mundo que nos habíamos tomado la puta Fábrica de Moneda.

Helsinki apareció por las escaleras, tocando mi hombro, haciéndome una señal de que era su turno de relevarme. Accedí, obviamente, caminando hacia la sala de descanso para tomarme un café. Un expresso de vainilla exactamente, sentándome a un lado de Nairobi, que merodeaba entre los billetes dentro de los bolsos con admiración. Ya me imaginaba como miraría a los billetes que crearía ella misma dentro de poco.

Poneos los chalecos y preparaos para salir. —pide Berlín, ingresando en la cafetería. Me mira fijo, una mirada que conocía perfectamente. Era esa mirada de por favor no hagas nada estúpido y mántente al margen. 

Denver me lanza uno de los chalecos antibalas, el cual me pongo rápidamente y vuelvo a subirme el mono. Tomo mi arma y guardo una carga extra en uno de mis bolsillos. Lo mismo hacen mis compañeros, preparados para disparar. Pero disparar a los pies. ¿Por qué? Porque nuestra regla principal, lo único más importante que nos había pedido el profesor, era que ninguna gota de sangre podía ser derramada.

¿Pero y si la sangre era nuestra?

Tokio, Denver, Río y yo bajamos las escaleras rápidamente para formarnos con los bolsos en frente de la puerta. Disparar armas era mi cosa favorita en el mundo, pero era muy probable que esta no fuese la ocasión para soltar un par de balas.

¡Rehenes! —el grito de Berlín se oye con ecos. —¡Por su seguridad, todos tres pasos para atrás! —pide. —Vamos, vamos, todo va a salir bien. —intenta tranquilizarlos con su ironía disfrazada. Río se encargó de activar la alarma, mientras Nairobi se unía a la formación. —Dos minutos. —anuncia Berlín por el intercomunicador mientras la alarma resonaba por el edificio. —Un minuto y cuarenta segundos. —vuelve a anunciar. Denver me da una mirada rápida, y yo le sonreí emocionada. Lo estaba realmente. —Treinta segundos. —anuncia nuevamente, a la vez que las sirenas policiacas se escuchan a lo lejos. 

Y lo que llamó mi atención fue Tokio, que respiraba agitadamente bajo su máscara, tomando el bolso entre sus manos con seguridad; como si estuviese lista para entrar a la guerra.

¡Ahora! —grita ella, comenzando a caminar. Pero la orden tenía que darla Berlín, y nunca la recibimos ya que esta puta loca salió antes de tiempo. Y Río, sin tibutear, sale detrás de ella como un puto perro faldero.

Me cago en Dios. —maldecí, mirando a Denver y a Nairobi, colocándome la careta yo también. Prontamente, los disparos comienzan a escucharse, al igual que los gritos de los rehenes. 

Y luego, todo se va a la mierda cuando el cuerpo de Río cae al suelo por un disparo.

No tuve otra opción que salir, disparando a bocajarro como si nada en la puta vida me importará. Pero sí importaba algo, no herir a ningun policía. Y eso es lo primero que Tokio había hecho.

Ella misma se encarga de ingresar el cuerpo de Río mientras nosotros tres la cubríamos, disparando sin más a los pies del único policía que quedaba activo; siendo Nairobi quien le dispara en uno de sus pies, haciéndolo tirarse dentro del auto.

Así retrocedimos, logrando volver a la fábrica sin rasguño alguno, pero con la regla más importante del plan podrida en el piso gracias a Tokio. Denver me mira, con sus ojos llenos de lágrimas gracias a la frustración y la adrenalina que aquella situación había provocado en todos nosotros.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora