Capítulo XXXVIII

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16 de abril-2015 - París-Francia.

El día del accidente.

El parque siempre es el lugar feliz de muchos niños. Jugar era su única prioridad y distracción.

Bullicios inentendibles se escuchaban provenir de todos esos niños hablando a la vez, gritando y riendo.

Y ahí estaba Dylan, sentado en uno de los columpios del parque, jugando con su consola un juego que sólo él entendía. Estaba frustrado y enojado, no podía pasar el nivel y eso estaba comenzando a fastidiarlo.

El niño de cabellos crespos se aleja de los columpios y se acerca a su padre, quien yacía sentado en una de las bancas de madera del parque, fumándose un cigarrillo mientras veía a su hijo a lo lejos.

El niño de catorce años de edad, se sienta junto a su padre y le habla.

—Papa, je ne peux pas passer le niveau. —Habla el niño con tono triste.

El padre suspira agotado y le responde —Dylan, habíamos quedado que nada de francés por ahora —Le recuerda al niño —. Estamos aprendiendo un nuevo idioma.

—Sí, papá, lo siento. —Se disculpa el menor.

El padre tira su cigarrillo al suelo y se gira hacia su hijo.

— ¿Qué era lo que querías decirme? —Pregunte al padre con curiosidad.

—No puedo pasar mi juego, es muy difícil. —Admite el niño, cruzándose de brazos.

El padre vuelve a suspirar — Y si es tan difícil, entonces ¿por qué no usas esos poderes que te dio el juego?

El niño baja la mirada a la pantalla de su consola —Porque tengo miedo de no poder recuperarlos después. —Admite.

El hombre le coloca la mano en el hombro a su hijo, y este voltea hacia su padre, haciendo contacto con sus ojos.

—Te daré un pequeño concejo, hijo —Habla el hombre —. Esto me lo dijo mi padre alguna vez, y cada que tenía miedo yo recordaba sus palabras, y hoy te lo digo a ti.

— ¿Y qué es? —Preguntó el niño con curiosidad.

—"Nunca dejes que el miedo te venza, porque no sabes las grandes cosas que puedes hacer con él. Si te dejas dominar, entonces nunca harás nada por el miedo a fallar, pero ¿y si tú dominas al miedo?" —Citó el padre las palabras que le decían a él de pequeño.

El niño asintió a las palabras de su padre. Él no entendía a que se refería exactamente, pero aún así se le quedaron grabadas en la memoria esas palabras.

Aquél hombre baja la vista hacia su muñeca y mira la hora en su reloj—Ya es hora de irnos, Dylan. —Le comunica.

Dylan hunde su entrecejo y se cruza de brazos — ¿Tan rápido? —Pregunta enojado.

—Sí, Dylan. Mamá nos está esperando en casa con la cena.

—No —Negó el niño —, yo no quiero irme.

Él padre suspira nuevamente, en un intento de contener la paciencia.

—Dylan, tenemos que irnos, ahora — Vuelve a decir el señor.

— ¡No! — Vuelve a negar el niño — ¡Yo no me quiero ir! —Repite.

Su padre sube su mano a la cara y se coloca los dedos en el puente de la nariz mientras cerraba los ojos. Estaba perdiendo la paciencia con la desobediencia de su hijo.

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