XXXIV

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*Vee*

Me dejo caer en la cama, lanzándome con tal fuerza que reboto par de veces sobre el colchón y me quedo unos minutos observado las pequeñas irregularidades del techo, que forman figuras extrañas, como las constelaciones.

El viaje de regreso fue realmente agotador, apenas me duché y comí un sándwich desde que llegué.

Suspiro pensando en mil cosas al mismo tiempo. Por un lado se siente bien estar de vuelta, como dicen nada como el hogar. Y en siglos jamás sentí un lugar de ese modo. Este año las cosas han cambiado mucho. Mucho más de lo que cambió mi vida en cuatro milenios.

Por otro lado es duro pensar que he vuelto a la realidad, siento como si Acapulco hubiera sido solo un sueño, uno que realmente me hubiera gustado que no acabara, uno en el que estaba con el chico que amo, sin secretos, ni problemas. Solo él y yo. Felices. 

¿Realmente ya no hablaré más con Anton? ¿Esta es la realidad en la que actuamos como si nada nunca hubiera pasado? ¿Como si no sintiéramos nada el uno por el otro?

Vuelvo a suspirar. ¿Por qué es tan difícil? ¿Por qué duele tanto? He experimentado durante mi existencia miles de formas de morir, miles de formas de dolor, miles de formas de tortura... Y puedo asegurar que ninguna se compara con el dolor de un corazón roto.

Todo era tan fácil cuando vivía en el cielo. Era feliz y no lo sabía. A veces me pregunto si tendré perdón para mis pecados, si un día por imposible que suene... pueda regresar. Sin embargo si no estuviera aquí, jamás habría conocido a Anton y por mucho que me duela es de las mejores cosas que me ha pasado.

Sonrío para mis adentros de pura ironía. Ojalá tuviera respuestas, por mínima que sea... Oh, vamos. Ni siquiera sé si Dios me escucha.  

- Claro que te escucha. Eres su favorita. -una voz me hace levantar de un brinco, mirando hacia todos lados buscando de dónde proviene.

- ¿En serio? Creí que su favorito era Lucifer. -duda una segunda voz.

- Al parecer prefiere el espíritu rebelde. -contesta la primera voz.

- ¿Pueden callarse? -una tercera reprende a las dos anteriores- Míren a nuestra hermana al parecer no recuerda nuestras voces.

- Oh, vaya. Eso me entristece. -espeta la primera y poco a poco tres nebulosas brillantes van tomando forma delante de mí. Tres ángeles. Chamuel. Gabriel y Miguel.

- Vaya vaya. Pero si te ves... -Miguel me estudia de arriba a abajo- linda, como sea, te hicieron sin defectos.

- Al menos sin defectos externos. -se burla Gabriel.

- Ya basta. ¿Vinimos a parlotear y hacer leña del árbol caído? -exclama Chamuel.

- Más bien del ángel caído. -suelta Gabriel y echa a reír de su propio chiste.

- Concéntrate en la misión y deja de molestarla.

- ¿Misión? -pregunto en cuanto logro articular palabra, con los ojos llenos de lágrimas de alegría de verlos.

Sin poder evitarlo mucho más tiempo me lanzo a los brazos de Miguel y Chamuel, llorando a mares. Se siente cálido, tan bien, tan en paz. Ambos me devuelven el abrazo.

- Mi dulce niña. Has sufrido mucho ¿Cierto? -murmura Chamuel mientras me acaricia el pelo y yo solo sé llorar en su pecho.

Una vez recompuesta me separo de él y saludo a Gabriel con un asimiento de cabeza.

- Gabriel. -saludo.

- Agiel. -contesta por mi antiguo nombre.

- Ahora soy Victoria. -digo entre dientes.

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