XII

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*Marcus*

Termino de servir el café justo cuando Vee llega a la cocina, con grandes ojeras, el pelo desarreglado y los pies descalzos. Normalmente a estas horas se supone que debe estar lista. Pero hoy por alguna razón no está de buen ánimo.

- ¿Estás bien? -deslizo una taza de café hacia ella que detiene con la mano y le da un sorbo, seguido de una mueca.

- ¡Ash! Está caliente. -se queja.

- ¿Estás bien? -pregunto de nuevo, con el mismo tono que antes, me dedica una mirada sorprendida, lo que me hace pensar en las millones de veces que la vi mal y no me interesé, en cómo me convertí en eso.

- No. Me he quemado. -dice contorneando el dedo alrededor de la taza.

- Vee. -enarco una ceja.

- Es... Solo que... Era tan fácil antes... Cuando nadie me importaba, cuando los sentimientos hacia otras personas no me ponían de malas porque simplemente no sentía nada.

Suspiro y me acerco un poco a ella y le acaricio el pelo, como en los viejos tiempos, cuando aún los siglos no nos habían robado la ternura en nuestros corazones.

- ¿De verdad crees que es mejor así? Es cierto que sentir tristeza, dolor, culpa, es una mierda. Pero que hay de la amistad? Saber que hay gente que te quiere y que está y estará ahí para ti. Para siempre.

Ella se levanta y de un movimiento torpe se lanza a mis brazos hundiendo la cabeza en mi pecho para que no la vea llorar.

- Estoy enamorada de alguien ¿sabes? -confieza finalmente, luego de un rato en silencio- pero no soy correspondida.

- Pues él se lo pierde Vee. No puedes llorar por alguien que no lo merece. Además ¿estás segura que él no te corresponde? A lo mejor sí lo hace pero tiene miedo. Como tú lo tienes de sufrir, de... Pues que tú nunca vas a morir Vee, y él envejecerá y le llegará su fin. ¿Has pensado en eso? ¿Tal vez sea lo mejor, no crees?

Ella se separa de mí un poco molesta por mi comentario.

- Me voy a la universidad. No queremos levantar sospechas ¿cierto? -y dicho esto se va a su habitación, pero sé que tras esa expresión de molestia en su rostro hay una de que sabe que es cierto lo que digo.

Regreso al refrigerador y saco par de manzanas y huevos para preparar el desayuno cuando una vocecita delicada me interrumpe mis pensamientos.

Isabella.

- Perdón. Me quedé dormida. Enseguida hago desayuno señor. -dice tomando de mis manos las manzanas y los huevos, cosa que impido y los coloco sobre la mesa.

- ¿Qué haces de pie? Debes descansar. -la reprendo.

- Pronto podré hacerlo, señor. -dice con la mirada baja y más triste que he visto en mi existencia, sé perfectamente a lo que se refiere.

No sé qué decir.

- Vee no está de ánimos para desayunar, tal vez solo se lleve una manzana, yo salí a cazar esta mañana, bebí sangre suficiente para un mes, sabes que me da repulsión la comida humana. Así que no es necesario que hagas el desayuno. Pon las cosas de vuelta al refrigerador y luego puedes retirarte, ve a donde quieras, tienes el día libre.

Salgo de la cocina dejándola atrás, pero su voz me corta el paso.

- No es necesario, señor. No tengo a dónde ir... Ni con quien.

Sus palabras me cayeron en la conciencia como si de pronto alguien me estuviera obligando a tragar piedras.

Isabella, la chica que nos sirve desde que tiene uso de razón, jamás tuvo amigos, ni fue de fiesta, y que ahora va a morir sin haber vivido. Tan joven. Tan bella, la vida es simplemente injusta. Al igual que yo lo fui durante todos estos años.

- Dime... ¿Alguna vez has ido al cine?

- No, señor.

- ¿Tienes algo que hacer hoy en la tarde? -no sé que estoy haciendo, pero siento que se lo debo.

Ella levanta la cabeza de pronto con un ligero rubor pintando sus mejillas pálidas, y un brillo especial en los ojos tristes, uno que nunca antes vi.

- No, señor.

Me acerco a ella y hago que me mire a los ojos levantando su rostro con una leve presión de los dedos en su barbilla. 

Una vez que sus ojos se posan sobre los míos me doy cuenta de dos cosas, una: que tiene unos ojos azules preciosos de los que jamás me había percatado y dos: que nunca me había mirado a los ojos. Y por alguna razón siento un extraño calor que me recorre todo el cuerpo, como si mi corazón volviera a latir de nuevo. Pude haberme sonrojado, si la sangre me circulara aun por las venas. Pero de que mi mente se convirtió en un caos, lo hizo.

- A las 7 intenta estar lista. Iremos juntos. -digo como si nada pasara dentro de mí.

Dicho esto volví a darme la vuelta pero sus manos frías en mi brazo me hicieron retroceder una vez más.

Giré hasta quedar frente a ella.

Se veía más muerta de lo que me veo yo.

- Perdón. -dice retirando el agarre avergonzada- ...es que... Me gustaría... -respira profundo antes de hablar- ...ir al cementerio.

No puedo evitar reír ante esas palabras. Ella se sonroja de la vergüenza e inmediatamente intenta retirarlo.

- Lo siento. Es muy tonto

- Es... ¿Al cementerio? -esta vez no me río de hecho no sé por qué lo hice.

Ella me mira nuevamente, directo a los ojos, directo al alma.

- Nunca antes fui. Nunca antes estuve en uno. Siempre pensé que sería un lugar tranquilo, calmado, sin nadie a tu alrededor, nadie vivo...

- Ahora mismo no tienes a nadie vivo a tu alrededor... -la interrumpo, ella baja la mirada.

- Lo siento. -susurra- No me refiero a la muerte como usted la ve, me refiero al descanso, al lugar para descansar. No puedo evitar pensar que de toda mi familia y antepasados la única que dormirá en un cementerio seré yo. Ellos fueron enterrados en fozas comunes por todo el mundo, a medida que iban muriendo y nosotros huyendo de sitio a sitio. No tengo un lugar para visitarlos u honrarlos, más que las pinturas de mis escasas memorias sobre sus rostros.

- Isa...

- ¿Puedo tener un sepulcro? ¿Podría tener una lápida con mi nombre?

Esas palabras me rompen el corazón. Lo mínimo que pude haberles dado a todos esos que me entregaron su vida era un lugar digno para su muerte, y sin embargo ni siquiera les di eso.

De un momento a otro siento que me ahogo, como si aun respirara realmente. Pero no sé qué decir o hacer. No puedo enfrentarme a sus palabras, son muy crueles en una voz muy dulce. Tal vez no sean sus palabras las que me afligen, sino las de mi conciencia.

Sonrío de pronto. De nuevo fingiendo que todo está bien.

- Entonces ya tienes un sitio a donde ir. Le diré a Patrick que te lleve. No regreses muy tarde.

Y dicho esto me dirijo hacia la salida, dejándola detrás, en la cocina. Sola.

- Gracias. Señor. -son sus últimas palabras.

No volteo. Ella tampoco. Puedo escuchar los latidos de su corazón, desbocados, tanto que temo que de desmaye, pero su rostro no muestra absolutamente ninguna expresión. Y me pregunto cuántas veces habrá sido así. Habrá tenido que fingir que está bien cuando se desmorona en realidad, justo como acabo de hacer yo estos apenas 15 minutos en la cocina.

Extraño su sonrisa. Esa en la que me fijé por primera vez unos segundos antes de que desapareciera para siempre.

Entonces la idea acudió a mi mente como un rayo de sol acude a la ventana en la primera hora de la mañana. Por todo lo que no he hecho por ella y su familia, al menos la haré feliz sus últimos días. No sé si pagará mi deuda, pero se los debo a todos.

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