XXV

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*Anton*

Los recuerdos del fin de semana me carcomen la cabeza. No puedo dormir, cada vez que lo intento recuerdo la profecía, la maldita profecía, y luego las palabras de mi padre en mi cabeza me irritan de nuevo

"debes encontrar ese ángel, Anton, y asesinarlo. Tu destino fue escrito"

Siempre viví con esa idea en la mente, entrené muy duro y pasé años, siglos más bien, buscando la daga del destino, con la que le dieron muerte a Jesucristo milenios atrás, la única arma capaz de quitarle la vida a un ser inmortal creado directamente por Dios, un ángel.

"...y la luz caerá desde el cielo... y se oscurecerá en la tierra, mas la oscuridad que desciende ascenderá hacia el reino una vez que sea dado un final al desterrado en la tierra"

Personalmente jamás entendí esa profecía, aunque la grabé a sangre en mi mente para nunca olvidar que tengo un destino que cumplir.

La interpretación de los sabios fue que se trataba de la caída de un ángel a la tierra, no al infierno, sino como un eterno humano. El único ángel que cayó y no se convirtió en demonio, el único caído... Al que no condenaron al infierno. El único ser que no pertenece a ningún bando, ni al cielo ni al infierno. Y que he amado en toda mi vida. Vee. Y debo asesinarla, he nacido para ello, mi deber es darle fin para que las puertas del cielo le sean abiertas nuevamente a los ángeles que cayeron, entre ellos Lucifer. Cuyos planes es reinar incluso en el cielo.

"la oscuridad que desciende"...

Siempre odié esa parte, la que me denomina a mí como el responsable. La oscuridad se refiere a Lucifer, y yo, como su último descendiente llevo la carga de tal destino. No soy más que su medio para regresar al cielo.

Siempre fui eso para mi... ¿cómo le llamaban? Oh, sí. Padre. Soy el último hijo de Lucifer, lo que me convierte en el más perfecto, y el mejor de sus instrumentos, los demás fueron considerados... experimentos... Antes de llegar a mi. Así les llama él... A sus hijos, no, a sus instrumentos. Yo solo soy el más útil. Por ahora.

Un beso en la mejilla me sacude la cabeza haciendo que salga completamente de mi ensimismamiento. Miro confundido hacia el lugar de donde provino el acto para encontrar a Vee escrutándome el rostro.

- ¿Pensando en lo mucho que me amas? -bromea apoderándose del asiento de al lado.

Sonrío para mis adentros.

- Tibio. Algo por el estilo. -digo sonriendo de vuelta y besándola en los labios.

- Mientras me ames, poco importa el resto. -se encoge de hombros mientras su mirada se pierde en algún punto cerca de sus pies.

- ¿Pasa algo? -inquiero preocupado ante su repentino cambio de expresión.

Ella niega con la cabeza.

- Solo tuve un día muy duro ayer.

Asiento entendiendo lo que pasa.

- ¿Es por Isabella? Tranquila, estará bien.

Vee abre los ojos de par en par, tal vez no esperaba que supiera acerca de la existencia de los seres sobrenaturales. Hace una mueca con la cara y luego mira hacia otro lado de nuevo. Evitando mis ojos.

- ¿Cuánto sabes Anton? ¿Cuántos secretos guardas?

Su pregunta hizo que se me erizara la piel. Intento guardarle la menor cantidad de secretos posibles, como si eso fuera a compensar el tamaño del secreto más grande que guardo, el hecho de que soy hijo biológico de Lucifer, el único demonio capaz de asesinarla, cuya misión debo ejecutar en 3 meses.

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