XLII

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*Una hora para el eclipse*

Termino de abrocharme los tacones y me pongo de pie. El vestido es ajustado y largo hasta los tobillos, abierto en una pierna, color negro para recordar el luto que significa esta noche. Los labios rojos como la sangre, misma que derramará Antón si logra asesinarme, o misma que él beberá de mí si logro asesinarlo.

De cualquier forma, es sangre y muerte. No hay luz ni salvación para mí. Ni para él.

Hoy es el día.

Bajo las escaleras para encontrar a Isabella y a Marcus tomados de las manos diciéndose algo que no logro comprender, y abrazándose después.

- ¿Estás lista? -pregunta Isa al percatarse de mi presencia, destilando agonía por cada poro.

- Jamás lo estaré.

Marcus toma mi mano para ayudarme a bajar el último escalón. Su rostro también se ve roto, triste, desesperanzado, como los rostros de los ángeles de piedra de los cementerios.

- Estaremos detrás, cuidándote las espaldas.

- ¿Qué pasa con Pamela? -inquiero al no verla ni tener noticias suyas en todo el día.

- Ha estado manteniendo ocupado a Dylan para evitar interrupciones.

Asiento una vez. Y lo siento mil veces.

- Es hora. -anuncio tras escuchar el claxon del carro de Anton.

Me coloco mi autodestructivo traje de odio y frialdad. E intentando levantar un muro en mi corazón abro la puerta.

Inútil.

*Antón*

Golpeo el espejo con fuerza y no puedo dejar de sentir impotencia, ira, dolor. La sangre corre por mi puño con las astillas de vidrio aún clavadas en él evitando que la herida sane. Me dejo caer en el suelo pensando en por qué también mi corazón no tiene esa capacidad.

Me golpeo la cabeza llorando como juro por dios que jamás lo he hecho, intentando olvidar, intentando no pensar, intentando no recordar, intentando no preguntarme una y otra vez por qué, por qué yo, por qué nosotros, por qué ella.

La amo, joder. Por qué el destino se empeña en ser así. Nunca fui un santo, pero esto es mil veces más el castigo que merezco por mis pecados.

El dolor es demasiado insoportable. No... no podré vivir con este dolor un solo día, y ni siquiera Vee está muerta aún y ya no puedo respirar...

El olor a azufre no tarde en aparecer. Ya lo esperaba.

- ¿Estás dudando? Miserable debilcuho. -Lucifer reclama con una voz furiosa y bastante más grave de lo habitual. También el olor a azufre es más intenso.

Lo miro con todo el odio del que soy capaz acumulado en mis pupilas.

- Tú si que eres un ser miserable y detestable. Me das asco. Nos das asco a todos. -siseo entre dientes sintiendo la vena de mi cuello a punto de reventar de la ira.

Él rueda los ojos haciendo una mueca de aburrido.

- Vivo del miedo. No del amor como ese idiota petulante de allá arriba. Soy invencible gracias a eso.

Me río sin pizca de humor.

- ¿Por eso le temes tanto? Tú y yo sabemos que no eres invencible.

Mi padre se enfada y lanza contra la pared un puñetazo, destruyéndola.

- Sabes lo que tienes que hacer Antón. Sabes lo que pasará si no lo haces.  -espeta por última vez.

- Haré lo que tenga que hacer. -contesto antes que desaparezca.

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