2.-Hera: La cárcel voladora

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Heidrun me coge de la sudadera y la toca, palpando el grosor. Me mira con cara rara y automáticamente sé lo que va a decir.

—¿No tienes calor?—Pregunta de manera tonta.

—Para nada.—Sonrío falsamente y ella entrecierra los ojos, como si con eso pudiera leerme la mente. Agradezco al cielo que no pueda hacerlo porque no estoy segura de que quisiera seguir siendo mi amiga después de oír lo que pasa por mi mente.

—Claro que tienes calor. Es imposible. Estamos a veintiséis grados. Literalmente estamos en un horno para ser Noruega.

—Esto no es nada con tus veranos en Roma.

—Precisamente por eso puedo comprarlo. ¿Y tú? ¿Nunca sales de este pueblo de mierda?—Me encojo de hombros y simplemente miro a la nada mientras rebusco en el bolsillo de mi sudadera el porro y el mechero.

—Algún día, quizás.—Encuentro el porro pero no el mechero.—¿Tienes mi mechero?—Ella asiente y me lo tiende abriendo la palma de la mano. Sus uñas negras y descuidadas me hacen sonreír al igual que mi mechero de una caca con ojos.

—Es un mechero horrible.

—Pues no dejas de intentar robármelo.

—Porque funciona.—Se ríe y yo me coloco el porro en los labios justo antes de encenderlo y aspirar para que la llama aflore. —Sabes, deberíamos escapar algún día.

—Tú no tienes nada por lo que escapar, Heidrun.—Le recuerdo y ella señala los embarcaderos. No habrá nadie, no a esta hora, y aunque lo hubiera... A nadie le importa una mierda nada en este sitio.

—Este sitio es deprimente. Sorbe la energía.

—Creo que son las drogas.—Doy una gran calada y se lo paso para que ella también le dé. Le sonrío cuando lo coge y ella asiente dándome la razón.

—Benditas drogas.

—Amén.—Remato yo y la miro como fuma dos rondas mientras caminamos como zombies hacia los embarcaderos. El sol es débil, propio de la tarde, con un ligero aire fresco que alivia el calor queme provoca la sudadera. Heidrun me pasa el porro y yo lo cojo, soplándolo para que no se apague.

—Deberíamos irnos de este pueblo, Hera. Deberíamos no sé, quizás ir a la capital.

—¿Crees que Oslo está lo suficientemente lejos de Svalbard? A veces me da la sensación de que incluso si nos fuéramos a Oslo, seguiría sin ser lo suficientemente lejos.

—Es Svalbard, no el infierno.

—El infierno tiene muchas capas.—Le digo y ella asiente rascándose un ojo.

—Oslo puede ser el inicio. Luego podríamos ir a Ámsterdam, o... ¡Praga! ¡Quizás París! Te encantaría París, Hera. Todo es...

—Francés.—Digo riéndome cuando llegamos al final del embarcadero. Le señalo con la cabeza el sitio de siempre, junto a uno de los barcos más grandes que hay para que nos tape de ojos curiosos.

—Te hablo en serio. Vámonos. Tú y yo solas.

—Ojalá fuera tan fácil.—Comento casi más para mi que para ella mientras nos sentamos en la madera, húmeda y fresca. Trago saliva que sabe a marihuana y miro el agua como fluye debajo de nuestros pies, que cuelgan lánguidamente. Fumo tres caladas largas y se lo paso. —¿Tienes ganas de empezar las clases?

—La verdad es que no. Preferiría continuar quedando cada día contigo.

—Ya. Yo también.

—A veces me cuesta entender a tu madre, tía. No entiendo porque tienes que estudiar desde casa. Me parece algo importante para tu desarrollo como persona el hablar con gente.

PROYECTO Y-13 ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora