Capítulo tres

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Fiona Felicci es doctora en el Hospital Inés Blanch, cirujana general. El señor Felicci, Damon, era contador. Viajaron desde Italia cuando Nico tenía solo tres años buscando mejores oportunidades en Osavia, y las encontraron. Formaron una familia hermosa, eran felices, Fiona estaba perdidamente enamorada de la misma forma que el señor Felicci, y sus hijos eran tan felices como ellos. Pero cuando Nico y yo teníamos diez años hubo un accidente.

El señor Felicci había ido a Catacan por asuntos del trabajo durante un fin de semana, era finales de otoño y en Catacan llueve mucho. Hay una parte de la carretera, El Mirador como lo llama todo el mundo, que es particularmente peligrosa y en la que se pide tener cuidado en las curvas.

Supongo que se entiende lo que pasó.

Luego de eso los recuerdos son borrosos. Fiona lloró durante días, ni siquiera se presentó al funeral y mis padres se hicieron cargo de los niños y del cuerpo, o lo que quedaba de él. Nico estaba devastado, yo me quedé a su lado como lo he hecho toda la vida.

Luego de unas semanas, Fiona volvió a salir de la casa y volvió a trabajar, pero ya no era la misma. No es la misma mujer que conocí una vez, llena de alegría y felicidad. Luego de perder a su esposo ella simplemente se apagó, y creo que por lo único que decidió vivir fue por sus hijos.

No es mala madre, pero está ausente, trabaja prácticamente toda la semana en horarios largos, cuando está en casa duerme y habla con los chicos poco.

Cuando fue consciente de la situación, a eso de los doce años, Nico comenzó a hacerse cargo de sus hermanos de la forma que no lo hacía su madre, y pidió ayuda a mis padres de vez en cuando.

—No, Theo —Papá toma el cuchillo que Theo estaba por usar para picar cebolla—. De este forma, ¿ves? Mueve la muñeca con suavidad.

—Él no entiende de suavidad, Francis —Se burla Cari mientras lava unas zanahorias—. Deberíamos cambiar trabajos.

—Ella tiene razón —Señala Theo con esa voz que comienza a cambiar.

—Mi cocina, mis decisiones —Determina mi padre y los obliga a trabajar.

Andy está poniendo la mesa con ayuda de Luc, cosa que es bastante desastrosa pero no han roto nada aún. Mamá está en el supermercado y yo estoy repasando unos apuntes, o pretendo hacerlo mientras le envió mensajes a Nico para despertarlo, pero me interrumpe una llamada de mi hermana.

—¿Qué sucede ahora? —Pregunto soltando un respiro. Mi hermana es dramática pero la amo así— Si es por tus conquistas...

—¿Qué color te parece más sexy, rojo o negro? —Murmura.

—¿Disculpa? —No sé si escuche bien. Miro mi entorno y camino hacia el jardín— ¿Rojo o negro?

—En lencería, para ser más específica.

—Necesito un poco más de contexto para responder —Mascullo muy confundida. En su vida Ollie ha usado lencería, la considera incómoda. Ella es más de bragas de anciana— ¿No odiabas la lencería?

—Eso fue hace tres meses, hoy es hoy y necesito lencería —Responde, aun murmurando— ¿Rojo o negro?

—¿Por qué murmuras?

—Porque estoy en un probador de una tienda y no quiero que me escuche la dependienta que está parada afuera de mi puerta a la espera de oler algo como marihuana —Responde con sencillez— ¿Rojo o negro?

—¿No tienes amigas a las que preguntarle?

—¡Joder, Lena, escoge rojo o negro, carajo! —Explota finalmente.

Las Alas de Cupido (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora