Capítulo veintiséis

48 12 12
                                    


Los siguientes días son confusos y muy dolorosos.

Todo comienza con Fiona Felicci, llegando al hospital dos horas después de que Andy falleciese en la madrugada. Apareció pensando que uno de sus hijos había tenido una torcedura de tobillo, pero cuando mis padres le explicaron que Andy...

No sé muy bien qué pasó por su mente, pero cuando se giró hacia sus hijos, Cari y Theo le dieron la espalda, y Nico... Dios, mi pobre Nico...

Hubo gritos, llanto y rabia. Cari y Theo se negaban a volver a su casa, y se quedaban en el cuarto de Olive. Nico durante el día estaba con sus hermanos, y en las noches se deslizaba en mi cuarto y se quedaba dormido llorando contra mi pecho.

Yo no sabía qué decir, o hacer, así que solo lo sostenía y compartía su dolor. Es cierto que Andy no era mi hermano biológico, pero era mi hermano en las demás maneras que contaban, y también estaba sufriendo por él...

Mis padres, también heridos y entristecidos, se hicieron cargo de todo lo relacionado al funeral. Los chicos, tan desesperados como yo de apoyar de alguna manera, compraron hermosas flores.

Descubrí pronto que nada puedes hacer contra el luto y el dolor, solo acompañar, abrazar y estar presente, incluso cuando la otra persona parece perdida en el infinito.

La noche antes del funeral, Nico se escabulló en mi cuarto y apoyó su cabeza contra mi pecho, cerca de mi corazón. No lloró esta vez, solo se quedó ahí, y yo también.

—Quiero enfurecerme con mamá por... —Confesó, furioso—. Pero suficiente rabia recibe de Cari y Theo.

—Fiona nunca comprendió que del dolor también puede surgir la belleza —Digo acariciando su cabello, intentando calmarlo de alguna forma—. Y que de la perdida puede nacer el amor.

Yo también había tardado en entenderlo, pero gracias a la terapia comenzaba a verlo con claridad. Mi dolor había sido enorme, pero gracias a él he podido renacer y empezar a reconstituirme... Y fue gracias a la perdida de mí misma que pude finalmente empezar a amarme, y a amar a quienes me rodean.

—Aun no entiendo... Andy nunca sale... Salía —Se corrige—, de madrugada, lo odiaba. No sé qué hacía en las calles a esa hora, no tiene sentido.

No quiero preguntar para no causar más dolor, pero necesito saber de todas formas.

—¿Qué dice la policía?

Se acomoda contra mi pecho y aspira con profundidad, estrechándome con más fuerza entre sus brazos, como queriendo asegurarse de que estoy ahí y no me iré.

—La investigación sigue, pero sin saber quién era el conductor del auto y sin una matrícula reconocible, es prácticamente imposible —Su cuerpo tiembla, y sé que está llorando—. Y no había testigos. Nadie vio cómo sucedió. La muerte de mi hermano quedará sin justicia.

—No digas eso —Imploro, obligándolo a mirarme. Sus ojos están llenos de lágrimas—. Por favor, no digas eso. Andy recibirá la justicia que merece, y su asesino será encontrado y llevado a la justicia.

No lo digo, pero pienso que quien se atrevió a hacerle daño a un niño de catorce años y luego huir, no debe ser una muy buena persona.

El silencio vuelve a caer entre nosotros y pronto ambos estamos dormidos.

A la mañana siguiente, nos encaminamos al funeral. Una ceremonia sencilla, con solo las personas cercanas a la familia asistiendo. Los familiares de Italia de los Felicci no viajaron, por lo que éramos un grupo reducido a nuestra familia, los chicos y sus familias, y el pastor que ofició la ceremonia.

Las Alas de Cupido (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora