Capítulo once

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Dos meses. Eso es lo que llevo saliendo con Samuel.

Mes y medio desde la última vez que vi a los chicos.

Tres semanas desde que deje de hablar con Nico.

Y lo último era lo que más me dolía, incluso si había sido decisión mía alejarlo.

No quiero que vea lo que le estoy haciendo a mi cuerpo, no quiero que vea que estoy a una discusión de derrumbarme. No quiero que vea el indiscutible dolor en mi mirada.

Simplemente no quiero que se preocupe, así que decidí mantenerlo lejos.

Intenté lo mismo con Cami. Ella no merece tener que lidiar con mis faltas en la universidad, ni mi desinterés, pero insiste en ponerme al día con las clases, en enviarme los trabajos y en obligarme a hacerlos con ella, incluso cuando mi participación es cada vez menor.

Mis padres se están dando cuenta de mis cambios de humor, de mi palidez y de lo falsas que son mis sonrisas. Creo que se están dando cuenta que algo está mal, pero ninguno me ha preguntado directamente.

No quiero que lo hagan tampoco, así que escapo de casa cada vez que puedo a lugares donde no me buscarían.

El día de hoy: el centro comercial Brotella.

Hace años que no vengo por voluntad propia a este lugar. Siempre está lleno de personas, es ruidoso y agotador, y nadie me buscaría aquí.

Pasaré toda la tarde leyendo en alguna librería, quizás tome una malteada de algo...

Pienso en las palabras de Samuel hace algunas semanas, y en la escena que se repitió hace algunos días, y la idea de una malteada me parece menos apetitosa.

"¿De verdad quieres ordenar papas fritas? He visto que te salió un granito, no queremos más de eso, ¿o sí?".

Estuve a punto de dejarlo, golpearlo incluso, pero estaba tan paralizada por el miedo de volver a lo que fueron mis catorce años.

Nico lo pinta de forma bonita, lo de las dos manzanas al día es prácticamente una exageración porque a veces no era nada más que agua. Que me hubiese desmayado en el cine fue solo el colapso de todo, porque antes de eso vivía constantemente mareada y con ganas de vomitar.

Me estaba matando lentamente, y no quería volver a eso.

Él tenía razón también, mi cuerpo estaba bien. Cami dice que es de envidia todas las curvas que tengo, y no sé si es para tanto, pero definitivamente no está mal. No estoy gorda, es cierto que mis muslos son anchos y que tienen celulitis, mi estómago no es plano y mis brazos no son firmes, pero es un cuerpo sano.

O lo era hasta que comencé a beber sin parar, y ahora no sé qué tan sano sea. Incluso si intento parar, no puedo.

Tengo miedo de convertirme en mi padre biológico, quien luego de perder su trabajo en el banco empezó a beber hasta volverse un alcohólico violento y despreciable. Temo volverme él porque lo odio, odio todo lo que representa y todo el daño que me causó, y no quiero tener que odiarme a mí misma.

No soportaría eso.

Voy entrando a una librería pequeña, bastante escondida entre dos boutiques de ropa, cuando veo dos cabezas que reconozco inmediatamente.

Yo solía cepillar el cabello de esas cabezas.

Por unos segundos dudo si acercarme o no. A los trillizos los veo dos o tres veces por semana porque van a casa a comer y estudiar, así que no me parece raro verlos y acercarme.

Las Alas de Cupido (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora