7. BISTROT

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BISTRÓ/PEQUEÑO RESTAURANTE

De no ser por la sensación de tibieza que me proporcionaba el cuerpo de Maxine a la mañana siguiente, creería que seguía soñando, habíamos compartido la cama en ocasiones anteriores, cuando se nos hacía muy tarde viendo películas o simplemente cua...

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De no ser por la sensación de tibieza que me proporcionaba el cuerpo de Maxine a la mañana siguiente, creería que seguía soñando, habíamos compartido la cama en ocasiones anteriores, cuando se nos hacía muy tarde viendo películas o simplemente cuando me quedaba consolando a Maxine después de un día duro, pero esta vez era diferente, se sentía diferente. Era la primera vez que la estrechaba entre mis brazos con tanta dulzura, con tanto amor. La primera vez que dormía a su lado desde que me di cuenta de mis verdaderos sentimientos hacia ella.

Su cabeza se encontraba apoyada sobre mi pecho y sentía que en cualquier momento podría despertarla por el fuerte latir de mi corazón. Sonreí al verla dormir tan plácidamente, me gustó creer que solo en mis brazos podía dormir de esa manera. Miré el reloj sobre el buró del otro lado de la cama, apenas darían las 7 A.M. pero debíamos estar en el hospital en al menos tres horas. Moví un poco a Maxine con la intención de despertarla suavemente, pero vaya que tenía el sueño pesado. Sonreí y luché contra el impulso de resistirme a besar sus párpados uno a uno para despertarla, en su lugar solo me atreví a besar su frente. Aún sin éxito.

Maxie... Maxie —La llamé—. Vamos, bella durmiente, debemos levantarnos ya.

Se removió un poco, quejándose por lo bajo. La sentí estirar sus músculos, llevando sus manos por encima de su cabeza aún con los ojos cerrados y regresando enseguida sus brazos al rededor de mi. Casi dejé de respirar cuando escondió su cabeza en el hueco de mi cuello y habló, con su cálido hálito erizando la piel de mi cuerpo entero.

—Unos minutos más —Dijo con voz ronca—. Estaba durmiendo delicioso.

Reí, sin embargo di unas ligeras palmadas en su espalda.

—Está bien, perezosa. Te dejaré descansar unos minutos más, iré a la cafetería que está al cruzar la calle, traeré el desayuno para los dos.

Bistró —Corrigió sonriendo mientras se frotaba sus ojos—. Te espero justo aquí.

La vi acomodarse de nuevo en la cama causándome una ligera risa. Salí de su habitación con rumbo a la mía, tomé una ducha rápida, cepillé mis dientes, arreglé mi cabello y me vestí de la manera en que cada mañana hacía para ir al hospital. Atravesé el pasillo y fui en busca de las llaves en el pequeño colgador a un costado de la puerta.

Bajé por el ascensor, encontrándome con el velador del edificio, el señor Ratatouille, como Maxine y yo lo llamábamos en privado, su nombre es Rémi y nos recordaba sin duda al personaje de una de nuestras películas preferidas para ver.

—¡Buen día, señor! —Saludó con alegría. No importaba la hora, o el día, Rémi siempre estaba de buen humor. Lo cual era contradictorio, ya que uno de los principales clichés franceses es el mal humor de sus habitantes, ahora sabemos que no debemos juzgar sin conocer.

—Buenos días, Rémi. Le he dicho que está bien si me llama Harry —Le reprendí sonriendo—. ¿Qué tal está hoy?

El señor rechoncho infló sus sonrosadas mejillas al reír apenado.

—Muy bien, señor. ¿Cómo está su esposa?

Reí. —¿Esposa? Me temo que está equivocado, Maxine y yo somos amigos y colegas.

—Oh que pena, discúlpeme —Se lamentó—. Tienen tan buena química que creí que vivían en matrimonio. Pero claro que siendo tan jóvenes debí imaginarme que no.

Palmeé su hombro con una sonrisa.

—No se preocupe, Rémi. Maxine está bastante bien, seguramente arreglándose para ir a trabajar. Y yo debo ir por el desayuno, así que si me disculpa...

—¡Por supuesto! Que tengan buen día señor... Harry, quiero decir.

Me despedí con la mano y crucé la acera aún sonriendo, ¿Maxine mi esposa? Sería un sueño.

Crucé por la puerta del pequeño restaurante y me acerqué al mostrador para pedir. Suspiré con alivio al ver el menú en dos idiomas, su original y el inglés. Me decidí por un sándwich brioche relleno de huevo, tocino y queso derretido para mi, mientras que elegí unos gofres con tocino, huevo frito y mermelada de albaricoque para Maxine, además de café para ambos.

Lo complicado fue dirigirme al mozo para pedir mi orden. Comenzaba a sudar frío por los nervios.

—Eh...oui, oui. Gofres, sil vu pley.

¿Necesita ayuda, doctor Styles?Escuché una ligera voz por detrás de mi. Giré extrañado por escuchar mi nombre hasta encontrarme con una chica de ojos chocolate y cabello azabache, la reconocí como la enfermera que nos expresó la alegría de recibir médicos especializados en el servicio de infantes.

—Estoy teniendo algunos problemas para ordenar, por el idioma —Sonreí apenado—. ¿Podrías...?

—¡Por supuesto! —Dijo enseguida y le indiqué el pedido que traté de hacer después de tenderle el dinero y ella lo pidió en un santiamén. Me sentí aliviado por su generosidad, creí que estaría toda la mañana tratando de ordenar—. Ya está puede sentarse en una de las mesas, estará listo pronto.

—¡Te agradezco muchísimo... —Mi frase quedó inconclusa, recordaba su rostro, no así su nombre. Me apenaba tener que preguntarlo.

—Zoé —Añadió sonriente al percatarse de mi mala memoria. Estiró su mano en forma de saludo.

—Me has salvado, gracias —Agradecí sonriente mientras estrechaba su mano.

—No es nada, me dio gusto poderle ayudar.

—¿Vives cerca? —Pregunté con amabilidad.

—Solo a un par de calles, el café de aquí es exquisito, francamente mi favorito. ¿Usted vive cerca?

—Justo en el edificio de en frente, y tienes razón acerca del café.

—Que suerte que vive tan cerca, en ese caso. Debería irme, le veo en el hospital, doctor Styles. Que tenga buen día.

Respondió sonriendo y la vi irse por la puerta justo después de volverle a agradecer por su generosidad. Me senté en la primera mesa que vi para esperar los alimentos, apenas unos minutos después estuvo listo. Recité un merci y casi corrí hasta el loft.

Escuché la radio encendida apenas entré y sonreí al escuchar una voz lejana tarareando la alegre canción a la par de la radio. Estaba a punto de entrar a la cocina cuando la vi atravesar el pasillo aún en bata y una toalla en la cabeza.

—Bueno, me alegra verte despierta, perezosa. Ven a desayunar, tenemos que irnos pronto.

Me enseñó su lengua haciéndome reír, se sentó en una de las sillas del desayunador, justo al lado de mi. Desayunamos en un cómodo silencio, con la radio de fondo. Apenas terminamos de desayunar, Maxine corrió hasta su habitación para vestirse, unos minutos después ya nos encontrábamos yendo camino al hospital cruzando el bulevar.

Traspasamos las puertas sanitizantes, marcamos nuestra hora de entrada y nos despedimos para entrar en los vestidores de nuestro respectivo sexo.

Este día enseñaría a mis residentes, que por suerte manejaban ambos idiomas de manera excelente ya que algunos eran becarios del sistema de intercambios, las diferentes cardiopatías congénitas que podrían sufrir los infantes desde el nacimiento, me sentí un poco más tranquilo al compartir este curso con Maxine, ella es una experta en pequeños recién nacidos, así que haríamos una excelente dupla.

No podía dejarla de observar mientras explicaba con tanta pasión cada una de las cardiopatías frecuentes en el neonato, no solo su belleza era impactante, su cerebro lograba enamorarme cada día más también.

HAPPY PLACE | H.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora