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¿Aquél era Liam? ¿Liam Payne?
Dios, iban a despedirme antes de contratarme. Era imposible que aquel hombre me aceptara después de haberme visto babear en el ascensor. Y me estaba bien merecido, por haber perdido la compostura de esa manera y haberme quedado mirándolo como si fuera a comérmelo.
Quizá no fuera él, quizá el tal Liam Payne tenía un hermano gemelo en el mismo edificio, pensé, presa del pánico. Y entonces lo miré y él me sonrió, pero a diferencia de cuando lo vi en el ascensor, la sonrisa no le llegó a los ojos. Echó a andar en dirección a mí y se me puso la piel de gallina. No, no tenía ningún hermano gemelo; era imposible que existiesen dos hombres tan devastadores en el mundo y que ambos me provocasen el mismo efecto.
—Encantado de conocerla, señor Malik —me saludó, tendiéndome la mano.
¿Tenía que tocarlo? Si antes me había parecido una pantera, en ese momento estaba convencida de que su tacto sería como acariciar a un animal salvaje. Y lo peor de todo era que me moría de ganas de hacerlo.
—Lo mismo digo, señor Payne —respondí, estrechándole la mano.
Él me dio un fuerte apretón y, cuando me soltó los dedos, alargó el índice y me acarició la parte interior de la muñeca. Yo me estremecí, y recé para que Patricia, que estaba a menos de medio metro de mí, no se hubiese dado cuenta.
Y entonces, de repente, Liam Payne se puso furioso. ¿Se puso furioso? ¿Por qué?
—Patricia me ha dicho que quiere contratarlo —dijo sin más, cambiando completamente de actitud.
Caminó de nuevo hasta la mesa y retiró una silla para mí y otra para su socia; luego se sentó al lado de ella.
—Sí, Zayn se licenció la primero de su promoción —me defendió Patricia, al notar la más que evidente reticencia de Liam. «Del señor Payne», tuve que corregirme mentalmente—. Y hace unas semanas decidimos que ampliaríamos el departamento de Matrimonial.
—Ese es uno de mis departamentos, Patricia —le recordó él.
—Lo sé, Liam... —convino la mujer, mirándolo a los ojos—. Llevo meses diciéndote que busques a alguien. Zayn es perfecto.
—Lo dudo.
Tanto Patricia como yo nos quedamos estupefactas, aunque ella lo disimuló mucho mejor.
—¿Cuándo se licenció, señor Malik? —me preguntó él, cruzándose de brazos.
Lo miré un segundo y me di cuenta de que tenía el pelo mojado y de que estaba recién afeitado. Llevaba el mismo traje de antes, pero ¿se había duchado? Él notó que me había quedado mirando una gota que le caía de uno de los mechones de la nuca y me fulminó con la mirada. Cada segundo que pasaba estaba más furioso conmigo.
Dejé de mirarlo e intenté concentrarme. No podía perder aquel trabajo. Sencillamente no podía.
—Hace dos años, señor Payne —le contesté.
—¿Y qué ha hecho durante estos dos años, señorita Malik?
—He trabajado en el despacho del señor Jensens, en Bradford. Llevábamos la mayoría de los asuntos locales, señor.
—Comprendo. No se ofenda, señor Malik, pero mi departamento de Matrimonial está a años luz de los asuntos que pudiese llevar el señor Jensens. No tengo tiempo para enseñar a nadie y tampoco lo tienen mis adjuntos.
—No me ofendo, señor —repuse yo, mirándolo a los ojos. ¿Quién se había creído que era?—. Me siento muy orgulloso del trabajo que desempeñé con el señor Jensens.
Liam me sostuvo la mirada y me pareció que sus ojos brillaban. Descruzó los brazos y, con los dedos de una mano, tamborileó en la mesa ligeramente.
—¿Podemos hablar un momento, Patricia? —le preguntó de repente a su socia.
—Iba a sugerirte lo mismo. Quédate aquí, Zayn. En seguida volveré —me dijo y en ese momento habría podido abrazarla.
Los dos se pusieron en pie y abandonaron la sala de reuniones, que era tan elegante como el resto del bufete. Yo no quería reconocerlo, pero a pesar de lo que le había dicho, el señor Payne tenía parte de razón. Había pasado los dos últimos años en un pequeño despacho, pero la ley es la ley y a mí siempre me había encantado descifrarla, buscarle todos los sentidos y dar con la mejor solución para cada caso. Estaba convencido de que podía hacer ese trabajo, pero probablemente había cientos, o miles de candidatos mejor preparados que yo para el puesto.
Pasaron varios minutos, aunque a mí me parecieron horas. Iban a decirme que no tenía el puesto. «Bueno —pensé—, me quedaré en el piso de Niall y seguro que encontraré algo. No será tan fantástico como esto, pero me conformaré y no volveré a Bradford hasta que…» Oí la puerta y me volví, convencida de que vería entrar a Patricia.

Noventa días « Ziam »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora