ventitres;

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El lunes llegó casi sin darme cuenta y me sorprendí a mí mismo siendo capaz de funcionar como si nada. Había ido a la boda de Diana sin Liam y lo había pasado bien. Sí, me habría gustado que él estuviese allí, pero lo había pasado bien. Y había sobrevivido a mi primer encuentro con Paul desde que anulamos la boda. No sólo eso, no sólo había sobrevivido, sino que ahora podía afirmar rotundamente que Paul ya no me importaba y que, aunque eso hablase también mal de mí, probablemente nunca me había importado demasiado.
Evidentemente, Diana no estaba porque se había ido de luna de miel, pero después de la boda me sentía mucho más cómodo con el resto de mis compañeros e incluso había algunos con los que intuía que podríamos establecer una relación de amistad.

A primera hora de la mañana, Patricia me pidió que fuese a su despacho y me entregó un par de casos menores de Diana para que los siguiera durante la ausencia de ésta. Con aquellas carpetas entre las manos me sentí como si me hubiesen nombrado juez del Tribunal Supremo y me dirigí de vuelta a mi mesa como flotando en una nube.
Llevaba un par de horas trabajando cuando sonó el teléfono.

—¿Sí?
—Zayn, hay un hombre que pregunta por ti —me dijo Suzzie, la recepcionista.
—¿Un hombre? —Yo nunca recibía visitas en el bufete y todavía no tenía clientes propios.
—El señor Paul Delany.
¿Paul? ¿El mundo se había vuelto completamente loco?
Miré el reloj y vi que faltaba poco para las doce.
—Dile que en seguida salgo. Gracias, Suzzie.
¿Qué hacía Paul allí? Volví a sentir la misma confusión que el sábado, pero pensé que el mejor, el único modo de averiguar qué diablos estaba pasando era hablando con él. Pero no en el bufete, no quería convertir mi lugar de trabajo en un circo, no con lo que me había costado descubrir lo mucho que me gustaba ejercer de abogado en Porter & Payne.
Apagué el ordenador y guardé mis cosas antes de ponerme en pie. Fui al baño un segundo para retocarme y cuando salí de nuevo al pasillo me encontré, evidentemente, con Liam.
—Ah, Zayn, te estaba buscando.
—¿Ah, sí? —Enarqué una ceja.
—Sí, Patricia me ha dicho que te ha pasado los casos de Diana. ¿Crees que podrías llevar otro?
—Claro —contesté.

Eran muy pocas las ocasiones en que Liam me hablaba sólo como mi jefe y me pareció raro.
—Perfecto. Entonces podríamos ir a almorzar y aprovecho para ponerte al día.

¿A almorzar? ¿Con él? ¿Con quien había jurado que nunca saldría conmigo? A no ser que estuviese relacionado con el trabajo, recordé. Y entonces lo miré a los ojos y también recordé que no me había acompañado a la boda y que ahora se estaba comportando como si nada.

—No puedo, ya tengo el almuerzo comprometido.
—¿Con quién? Diana está de viaje de novios.
Podría haberle dicho que no era asunto suyo, pero confieso que una parte de mí se moría de ganas de decirle con quién me iba.
Y se lo dije:
—Con Paul. Me está esperando en el vestíbulo.
Un destello brilló en sus ojos y yo lo vi justo antes de que él pudiese evitarlo, pero después se quedaron fijos en mi rostro. ¿Estaba celoso? No tenía derecho a estarlo. Era él quien había puesto todas esas condiciones.

—Dejaré la carpeta del expediente en tu mesa. Si tienes cualquier duda, házsela llegar a Ariana o a mí directamente. No es un caso difícil, pero no tenemos tiempo que perder.
—De acuerdo, me pondré a ello en cuanto vuelva.
¡Qué iluso había sido! Liam no estaba celoso, sencillamente molesto por lo de ese caso.
—Perfecto.
Se alejó de mí sin ni siquiera despedirse.
Paul me estaba esperando en recepción y en cuanto me vio me sonrió. Y la verdad es que yo le devolví la sonrisa. Iba vestido tal como lo recordaba, con unos vaqueros de lo más corrientes y un jersey azul marino.
Entre otras cosas, el sábado me había descolocado un poco verlo tan elegante con su esmoquin.
—Hola, Zayn. Lamento haberme presentado así, sin avisar —se disculpó, tras darme un beso en la mejilla.
—No te preocupes, es mi hora del almuerzo e iba a salir de todos modos —contesté yo algo confusonpor su comportamiento.
—¿Te importa que te acompañe?
—No, por supuesto que no.
Bajamos en el ascensor y, como había más gente, los dos pudimos fingir durante un rato más que no sucedía nada raro entre nosotros.
—En esa esquina hay una cafetería —propuse.
—Lo que a ti te apetezca me parecerá bien —dijo él, sin ocultar ya lo incómodo que se sentía.
Llegamos a la cafetería y nos sentamos a la primera mesa que encontramos libre.
—Supongo que te preguntarás por qué he venido —soltó Paul, tras beber un poco de agua.
—Sí, la verdad es que sí.
—Me sorprendió mucho verte el sábado. Estabas muy guapo, parecías otra persona. —Abrí la boca para defenderme de lo que me había parecido un insulto pero él me detuvo—: No, no, lo siento. Me he expresado mal. Tú siempre estás guapo, lo que quería decir es que sencillamente parecías, pareces, otra persona.
Me quedé pensándolo unos segundos, porque, para ser sincero, la frase de Paul tenía todo el sentido del mundo. Era otra persona.
—¿Por qué te llevaste a aquella mujer a casa? —le pregunté de sopetón.
Él sabía perfectamente a quién me refería.
Se pasó una mano por el pelo e inspiró hondo. Pensé que no me contestaría, o que buscaría alguna excusa, pero cuando me miró a los ojos supe que quizá por primera vez desde que lo conocía iba a ser completamente sincero conmigo.
—No quería casarme contigo, pero tampoco tenía ningún motivo para romper y pensé que si me encontrabas con otra, no tendrías más remedio que dejarme.
—Deberías habérmelo dicho.
—Lo sé y aunque a estas alturas no sirva de nada, en cuanto te vi la cara supe que me había equivocado.
—Tienes razón, ya no sirve de nada. ¿Y Barbara?
—A ella la conocí hace poco y la verdad es que me gusta. Y tú y Shawn,:¿hace mucho tiempo que salís juntos?
—Me gusta —copié su respuesta, aunque, probablemente, mi «gustar» era distinto del suyo.
—Tú también me gustas —dijo él entonces.
—¿Disculpa? —Seguro que no lo había oído bien.
—He dicho que me gustas. Me gustaría volver a intentarlo.
—Te has vuelto loco —afirmé, atragantándome con el agua.
—No, escúchame un segundo, por favor —me pidió, pasándome una servilleta.
No sé por qué, pero decidí quedarme y escucharlo. Bueno, sí sé por qué, porque quería mandarlo a paseo.
—Está bien.
—Tú y yo hemos pasado por muchas cosas juntos. Nos precipitamos con lo de la boda…
—Tú te me declaraste —le recordé yo, interrumpiéndolo.
—Y tú aceptaste —replicó—. Habría sido un error, pero ahora tú estás aquí y yo también he decidido mudarme a Londres. ¿Y?
—Podríamos salir, ver cómo se nos da esta vez. ¿No crees que vale la pena?
—No —respondí rotunda, antes de ponerme en pie—. Me fuiste infiel, Paul. Quizá en tu mente lo hayas justificado, pero a mí sigue pareciéndome una traición y un acto de pura cobardía. Y no quiero tener nada que ver con un hombre que no es capaz de tomar una decisión y de llevarla a cabo por sí mismo.
—Comprendo que estés enfadado. Si necesitas tiempo…
—No necesito tiempo. Mira, si nos encontramos por la calle, te saludaré y si volvemos a coincidir en un sitio te preguntaré por tus padres y tú por los míos, pero nada más. Me voy, tengo que volver al trabajo.
—Te llamaré dentro de unos días —insistió él.
—No, Paul. No me llames y ni se te ocurra venir a verme. Adiós.
Salí de la cafetería con una sonrisa de oreja a oreja. Por fin podía clausurar esa parte de mi vida y no volver la vista atrás.
Saludé a Peter al entrar en el edificio y él se dio cuenta de mi buen humor, porque se quitó la gorra del uniforme para devolverme el saludo. Recorrí el pasillo de Porter & Payne rumbo a mi mesa y vi que Liam efectivamente me había dejado la carpeta del caso allí encima. Me senté y la abrí.
Había una nota.

Noventa días « Ziam »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora