Durante el desayuno, le conté a Niall lo que había pasado en la fiesta. A pesar de que sabía que me bombardearía a preguntas, necesitaba su opinión.
—¿Por qué no te fuiste con el tal Shawn?
—Porque no me hace sentir como Liam.
—¿Cómo te hace sentir?
—Hecho un lío. Confuso. Intrigado.
—¿Excitado? Oh, vamos, a mí puedes decirme la verdad. Es la primera vez que te veo babear por un hombre.
—Sí, está bien, lo reconozco. Liam Payne me resulta excitante.
—¿Y qué es eso de que quería castigarte?
—No lo sé.
—Mira, Zayn, sé que te gusta, pero quizá deberías pasar. Parece demasiado complicado y él mismo te dijo que no tiene intención de tener una relación estable ni contigo ni con nadie.
—No me dijo eso. Sólo que no podía darme una casita con valla blanca y la parejita. Lo dio por hecho, como quien explica que es zurdo.
Lo defendí de inmediato, porque una parte de mí no podía dejar de pensar en que él no había dicho que no «quisiera», sencillamente que no «podía».
—Temo que estés intentando hacer que parezca más romántico de lo que es, Zayn. Quizá lo único que pasa es que el tal Liam es un manipulador, uno de esos hombres que se excitan dándoles órdenes a las personas y sometiéndolas.
—Él no es así.
—¿Cómo lo sabes? Hace muy poco que lo conoces y tu mismo dices que no logras entenderlo.
—Lo sé.
—Una compañera de trabajo salió un tiempo con un tipo así, con un hombre que todo el día le daba órdenes y le prohibía hacer cosas y luego la insultaba cuando practicaban sexo.
—Lo siento por esa chica, pero Liam siempre ha sido respetuoso conmigo. Es todo un caballero. Ayer incluso pagó el taxi.
—Sí, reconozco que tiene gestos caballerosos, pero Shawn me parece más de tu estilo.
—Paul era de mi estilo y me puso los cuernos.
—Mira, es obvio que te sientes muy atraído por Liam y que nada de lo que yo pueda decirte te hará cambiar de opinión. Pero te pido por favor que tengas cuidado. ¿De acuerdo?
—Claro. No te preocupes. Te llamaré desde casa de Liam para que te quedes tranquilo, ¿te parece bien, mamá?
—Me parece perfecto y ahora ve a quitarte ese pijama de ranas y ponte bien guapo para atormentar a tu señor misterioso.
Niall se fue y yo me quedé solo en el piso. Me duché y me vestí, nada complicado, una camisa informal estampada con pequeñas flores, vaqueros, medias y botas. Me asicale un poco y me dejé el pelo revuelto, pero luego recordé lo que Liam me había dicho sobre mi cabello peinado y me hice una raya en medio.
Niall tenía razón, Shawn parecía mucho menos complicado y sin duda era muy atractivo, pero me dejaba completamente indiferente. Además, lo único que me había dicho Liam era que iría a buscarme y que, si yo estaba dispuesto, hablaríamos.
Y realmente teníamos que hacerlo. Si no intentaba llegar al fondo de los sentimientos que me provocaba, jamás me lo perdonaría.
Oí el timbre y me quedé sorprendido al ver que ya eran las cinco en punto. Me había pasado dos horas sentado en el sofá, pensando en él. Sí, definitivamente necesitaba aclarar lo que estaba pasando con ese hombre, porque, si las cosas seguían así, terminaría sin saber dónde tenía la cabeza.
—¿Sí? —pregunté por el interfono.
—Buenas tardes, señorito Malik —me saludó él desde la calle.
No dijo «Soy yo», no hacía falta.
—Ahora mismo bajo.
Colgué antes de que pudiera preguntarme si de verdad quería bajar.
Era lo que más deseaba en el mundo, pero no quería que él lo supiera. No sabía muy bien por qué, pero no me apetecía que se enterase de ese «pequeño» detalle.
Salí y bajé los escalones de dos en dos. Tenía muchas ganas de verlo, aunque al mismo tiempo tenía miedo, miedo de que Liam se portase como si el beso de la noche anterior no hubiese existido. Miedo a ser el único con aquellos sentimientos.
Abrí la puerta de la calle y me sucedió lo que me sucedía cada vez que lo veía: se me aceleró el corazón y la respiración. Llevaba unos vaqueros y un jersey de pico negro y estaba apoyado en un Jaguar aparcado delante mismo del edificio. Pero no fue ni el coche, espectacular, ni la ropa de diseño lo que hizo que casi me cayera al suelo. Fue su sonrisa y el alivio que me pareció que sentía al verme.
—Estás precioso—me dijo, apartándose del coche para acercarse a mí.
—Gracias.
Me temblaban las piernas y no podía dejar de sonreír.
—Mi apartamento está a pocos minutos de aquí, pero si no te importa, me gustaría llevarte a la casa que tengo a las afueras de Londres —me sorprendió diciéndome.
—No, no me importa. Pero deja que antes avise a Liam, por favor.
—Por supuesto.
—¿Volveremos muy tarde? —le pregunté, mientras terminaba de escribir el mensaje.
—Depende de ti. —Se apartó del coche y se me acercó—. Yo había pensado quedarme todo el fin de semana, pero si quieres irte después de hablar, te traeré de vuelta.
No añadió nada más y no intentó convencerme, clavó los ojos en los míos y esperó unos segundos.
—Aunque tienes que saber una cosa —añadió, justo antes de que yo le contestase—, ahora que he decidido dar este paso, y después del beso de anoche, tengo la firme intención de hacer todo lo posible para que aceptes lo que te voy a proponer. ¿De acuerdo?
Entrelazó los dedos con los míos y luego levantó nuestras manos juntas para besar la mía.
—De acuerdo. —¿Desde cuándo me costaba tanto tragar saliva?—. Iré a por una bolsa con mis cosas. Por si acaso —puntualicé, soltando despacio su mano para alejarme.
Casi me tropecé con el escalón de la entrada al verlo sonreír.
Subí al apartamento, cogí una bolsa de fin semana y, sin fijarme lo más mínimo, metí en ella un pijama, una muda de ropa interior, otro cambio de ropa, otras medias, un jersey y mi neceser de viaje con el kit de aseo.
Volví a bajar corriendo y lo encontré esperándome en el portal, dispuesto a cargar con mi equipaje.
—Ya la llevo yo —se ofreció, como si la bolsa pesase una tonelada, y luego fue hasta la puerta del acompañante y me la abrió—. Abróchate el cinturón.
Me lo abroché y Liam se agachó para darme un beso en los labios. Yo no podía moverme, pues el torso de él me aprisionaba contra el respaldo del asiento. Por otra parte, tampoco quería irme a ningún lado; por mí, Liam podía seguir besándome toda la vida.
Nunca me había sentido tan deseado, sus labios temblaban un segundo antes de tocar los míos, igual que si estuviese intentando contener la fuerza de su deseo. Conmigo nadie había tenido que contenerse nunca y no quería que Liam lo hiciese.
Él se apartó igual de despacio que la noche anterior y se detuvo a escasos centímetros de mi rostro.
—Cierra los ojos, pareces cansado.
Y yo que me había esmerado tapándome las ojeras…
—Tú también pareces cansado.
—Últimamente no duermo bien.
—Lo siento —dije yo de inmediato.
Le habría tocado la mejilla, realmente tenía muchas ganas de acariciarlo, pero no me atreví. Todavía no sabía cómo actuar delante de aquel Liam. ¿Era el definitivo? ¿El de verdad? ¿O al cabo de unas horas me llevaría una gran decepción al encontrarme de nuevo con el frío y distante que no quería estar conmigo?
—No es culpa tuya. No del todo —puntualizó—. Vamos a mi casa y te prometo que hablaremos.
—Está bien —acepté—, cerraré los ojos, pero te advierto que no suelo dormirme en los trayectos en coche.
—La casa está a dos horas de Londres, te despertaré cuando lleguemos —dijo él, ignorando mi último comentario.
Creo que le repetí una vez más que yo nunca me dormía yendo en coche.
Una hora y cincuenta y tres minutos más tarde, abrí los ojos y me encontré con la mano de Liam encima de la mía, descansando en uno de mis muslos, y frente a la casa más bonita que había visto nunca.
Era una vivienda antigua, rodeada de árboles y rosales, con un camino de grava que conducía hasta la entrada. Tenía dos plantas y las ventanas estaban repletas de flores.
—Ya hemos llegado —dijo Liam, tras retirar la mano de encima de la mía. Apagó el motor del coche y salió del mismo para abrirme la puerta—. Bienvenida a mi humilde morada, señorito Malik
—Es preciosa —murmuré embobado como un idiota.
La casa parecía sacada de mis sueños y no encajaba para nada con la imagen de playboy multimillonario. Miré a Liam y vi que me estaba ofreciendo una mano para ayudarme a salir del coche. Se la cogí y noté que me apretaba ligeramente los dedos, capturando los míos en una cárcel de la que no querrían escapar. Y de repente pensé que la casa sí que encajaba con esos detalles que él parecía tener sin darse cuenta, con las miradas de ternura y con las sonrisas inseguras. El problema era que siempre que ese otro Liam aparecía, él mismo se encargaba de contenerlo.
—Gracias.
Liam llevaba colgada del hombro mi bolsa de viaje, que contrastaba espantosamente con la carísima bolsa de piel negra que llevaba él en la mano.
—Creía que siempre estabas en la ciudad.
—No, no siempre. ¿Vamos? —Subimos los dos escalones de la entrada y abrió la puerta—. La señora Riverton lo ha dejado todo listo.
—¿La señora Riverton?
—Mi ama de llaves.
—¿Tienes ama de llaves? ¡Oh, Dios mío! —exclamé como un idiota—, eres del siglo pasado —me burlé.
—Ella dice que es mi niñera —explicó Liam, encogiéndose de hombros—, pero no es verdad. La señora Riverton se ocupa de todo, no sólo de mí. Es también quien cuida el jardín, excepto de las rosas.
—¿Por qué no las rosas?
—Las rosas son mías —contestó sin más—. Ven, te enseñaré tu dormitorio para que te refresques un poco y luego te mostraré el resto de la casa.
—¿Mi dormitorio? —Me sonrojé en cuanto terminé de decir la frase—. Lo siento, creía que…
—Sé lo que creías, Zayn, pero antes tenemos que hablar.
—¿Hablar?
—Sí, hablar.
—Pues hablemos —le pedí ansioso.
Con cada segundo que pasaba me ponía más nervioso
—Todo a su debido tiempo, señorito Malik. Todo a su debido tiempo.
Levanté las manos, exasperadom
—¡Oh, está bien, señor Payne! La verdad es que me gustaría ir al baño.
—Claro, por supuesto —convino, mirándome a los ojos—. Sígueme.
Me llevó hasta un dormitorio con una preciosa cama blanca llena de cojines y con muebles que dejaban sin aliento. El papel de la pared tenía un estampado a base de flores con pequeños colibríes que le daban un aire oriental, y en un tocador que había junto a la ventana había un jarrón lleno de rosas recién cortadas.
Liam dejó mi bolsa encima de la cama y luego me indicó una puerta en el lateral.
—Ahí está el baño. Mi habitación está justo al lado —apuntó—. Iré a dejar mis cosas y volveré al salón. Baja cuando estés listo; te estaré esperando. Abrígate un poco, hace frío y me gustaría enseñarte el jardín.
Se marchó antes de que yo consiguiese recuperarme. No me gustaba que me diesen órdenes, pero cuando él me hablaba de esa manera y me miraba como si lo único que le importase en este mundo fuese mi bienestar, no conseguía enfadarme por su tono autoritario.
Abrí la bolsa y me planteé no hacerle caso, sólo para ver qué pasaba, pero entonces pensé que eso era una completa estupidez; él conocía la zona y si decía que iba a refrescar, lo mejor sería que cogiese un jersey.
Estaba ya en la puerta cuando di marcha atrás y entré en el baño para retocarme los labios con gloss. No me aplique demasiado, sólo sutilmente; todo lo que me rodeaba era tan sofisticado que tuve la sensación de que tenía que arreglarme un poco para estar a la altura.
Bajé al salón y, efectivamente, me encontré a Liam allí esperándome. Estaba de pie frente a la chimenea, dándome la espalda. Debía de estar muy concentrado, porque no se dio cuenta de mi presencia. Di un par de pasos más y vi que estaba mirando una fotografía. Yo estaba demasiado lejos para distinguir los rostros con claridad, pero pude ver la imagen de una mujer con un niño y una niña pequeña en el regazo. ¿Quiénes serían? La fotografía parecía tener unos años, pues era del mismo color que las viejas fotos que mi madre guardaba de Nathan y de mí de pequeños. Quizá el niño de la fotografía era Liam. ¿Me contestaría si se lo preguntaba?
Antes de que pudiese decidir si me atrevía a correr el riesgo de averiguarlo, dejó el marco encima de la repisa de la chimenea y se volvió. Y en cuanto me vio, durante unos segundos me miró con aquella vulnerabilidad que pocas veces dejaba entrever, pero luego entrecerró los ojos y esa debilidad desapareció.
—Te has pintado los labios —señaló.
Me los humedecí en un gesto reflejo. Ni siquiera ese pequeño detalle le había pasado por alto. Quizá por eso me sentía tan inexplicablemente atraído por él, porque nunca me había sentido tan observado por nadie. Aunque era algo más: cuando Liam estaba cerca de mí podía notar sus ojos encima de mí y sus emociones mezclándose con las mías.
No tenía sentido, incluso en aquel momento, con él sin hacer nada, sólo mirándome desde varios metros de distancia, mi cuerpo respondía al suyo. Me daba miedo, no Liam en sí mismo, sino la sensación de que con él podía hacer cualquier cosa.
—Sí —contesté.
Él no se había cambiado, pero a juzgar por el pelo mojado se había echado agua en la cara y el olor de su perfume me estaba haciendo perder la cabeza, además, no paraba de desnudarme con los ojos.
—No vas a ponérmelo fácil, ¿a que no?
—No tengo ni idea de a qué te refieres —respondí con mi mejor sonrisa inocente.
—Oh, sí, lo sabes perfectamente, Zayn, pero no importa. Vamos, sígueme, te enseñaré la casa.
Me cogió la mano y mis dedos se entrelazaron con los suyos como si lo hubiesen hecho toda la vida.
—¿Y después?
Me quedé firme donde estaba. Sí, me sentía muy atraído por él y aquella casa era preciosa y parecía sacada de un sueño, pero antes de que sucediese nada más entre los dos, tenía que saber si Liam sentía lo mismo que yo, o al menos una parte de lo que yo sentía.
—Después hablaremos.
—¿Me lo prometes?
Tenía necesidad de confirmarlo. Algo me decía que si me dejaba llevar por ese hombre, me costaría recuperar el terreno perdido.
Él me miró y tardó unos segundos en contestar:
—No deberías pedirle promesas a alguien como yo.
—¿Por qué no? A mí me pareces el hombre más íntegro que he conocido nunca.
—Eso no lo puedes decir. Apenas me conoces —afirmó y juraría que le dolió cada sílaba.
—Lo sé, pero… —le fui sincero, no pude ser otra cosa—, aquí dentro —me llevé una mano al corazón—, estoy convencido de que lo eres. Sé que puedo confiar en ti.
Liam tragó saliva y levantó la mano en la que retenía una de las mías y le dio un beso.
—Me compré esta casa cuando cumplí dieciocho años y me fui de casa de mi tío. Hay muy poca gente que sepa que existe. Y ahora voy a enseñártela.
—De acuerdo —accedí yo, dejando por fin que me arrastrase a la cocina.
Durante todo el recorrido por la mansión, Daniel me contó que la señora Riverton se ocupaba de mantenerla limpia y en buen estado y de llenarle la despensa siempre que él iba de visita. No volvió a hablarme de las rosas del jardín, pero pensé que algún día me lo contaría. ¿Algún día?
Podía imaginarme a mí mismo, a los dos, en cada una de las habitaciones que me enseñaba; en la biblioteca repleta de libros; en la sala de la chimenea, sentados en uno de los sofás de piel; en el comedor; en uno de aquellos diminutos salones que no servían para nada; en la despensa; en todos los dormitorios con camas con dosel.
Y en el jardín. Aquel jardín estaba tejido de sueños. Fue sin duda la parte de la casa que más me abrumó y no sólo porque Liam apenas dijese cuatro palabras cuando me lo mostró. Los árboles y los rosales parecían esconder mil secretos y tuve el presentimiento de que él me había llevado allí para que pudiese descubrirlos.
—Es una casa increíble, Liam—dije apabullada al terminar el recorrido.
—Cuando la vi, tuve que comprarla —confesó él con una de aquellas raras sonrisas que parecían escapar tan raramente a su control—. Fue como si me llamase, como si me necesitase. Seguro que te parecerá una tontería.
—No, la verdad es que no —afirmé, mirándolo a los ojos y, sin poderlo evitar, levanté una mano, la que él no me tenía cogida, y le aparté un mechón de pelo de la frente.
Él me atrapó la mano al vuelo y se la acercó a la cara; muy despacio, se llevó mi palma a la mejilla. Lo vi cerrar los ojos un segundo y luego volvió a abrirlos. Carraspeó antes de dirigirse a mí de nuevo, mientras me soltaba la mano para apartarse:
—Tenemos que hablar. Iba a esperar hasta después de la cena, la señora Riverton es una gran cocinera…
—No importa, ahora mismo tampoco podría comer nada. —Tenía el estómago encogido y estaba muerta de curiosidad.
—Ven, vamos a sentarnos.
Me llevó hasta uno de los salones que antes me había enseñado, el que más me había gustado, aunque yo no se lo había dicho. ¿Se había dado cuenta? Seguro que sí, pues había sentido su mirada fija en mi rostro durante todo el recorrido de la casa, absorbiendo todos mis gestos y mis suspiros.
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Noventa días « Ziam »
FanfictionTras poner punto final a su relación días antes de la boda, Zayn Malik decide romper con su vida anterior y se muda a Londres dispuesto totalmente a empezar de cero. Él cree estar listo para el cambio, pero nada lo ha preparado para enfrentarse a Li...