dieciocho;

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Después de lo que había sucedido en el despacho de Liam, tardé más de una hora en recuperar cierta normalidad. Y aunque supongo que mi aspecto exterior no lo revelaba, o al menos esperaba que así fuese, por dentro seguía temblando. Todavía lo sentía moviéndose dentro de mí, sus labios engullendo los gemidos de ambos...

-Siento haberle dicho al jefe dónde estabas -se disculpó Diana, apoyándose en mi mesa-. Apareció de repente preguntando por ti y se lo solté sin pensar.
-No pasa nada, no te preocupes -le dije yo, rezando para que no viese que se me aceleraba el corazón al oír que Liam había preguntado por mí.
-Suzzie me ha dicho que te has pasado casi cuarenta minutos encerrada en su despacho. Es una chismosa. ¿Estás metido en un lío?
¿Cuarenta minutos?
-No, tranquila. -Carraspeé, una técnica de despiste nada original, y cogí una carpeta-. ¿Cuándo es la próxima reunión con el señor Hudson? Todavía nos queda una antes del juicio, ¿no?
-De eso precisamente quería hablarte. La abogada del señor Hudson ha llamado a David Letel para decirle que esta tarde nos harán llegar su última oferta. Al parecer, su cliente ha cambiado de opinión y no quiere correr el riesgo de poner su futuro, y su fortuna, en manos de un jurado popular.
-Quizá la oferta no sea lo bastante buena -planteé yo, agradecido porque Diana hubiese aceptado el cambio de tema.
-Algo me dice que lo será. En fin, David quiere que repasemos las cuentas de Hudson una vez más; tiene la teoría de que si ha accedido tan fácilmente a cambiar de opinión, entonces quizá se nos ha pasado algo por alto.
-David Letel cree que nos está ocultando algo que podría hacer que su esposa se quedase prácticamente con todo.
-Exacto, así que me temo que tenemos que volver a repasar todos los archivos del divorcio. Tengo dos portátiles en una de las salas y ya he llamado a casa para decir que llegaré tarde. Cuando recibamos la oferta de Hudson, seguro que tendrá validez limitada y David no quiere que se nos cuele nada.
-En seguida voy.
-Tranquilo, ni yo ni los ordenadores nos iremos a ninguna parte.

Diana se fue de mi mesa y se encaminó hacia la sala de reuniones en la que probablemente íbamos a pasarnos varias horas. ¿Debería avisar a Liam? Sí, eso sería lo correcto. ¿Cómo? ¿Lo llamaba por teléfono y le decía que no me esperase, igual que había hecho Diana con su prometido? Según Liam, él y yo no teníamos una relación normal y con todas las estrictas normas de conducta que había establecido y sus condiciones, no sabía si tenía derecho a llamarlo o no.
Oh, todo aquello era una completa tontería. Descolgué el teléfono y marqué la extensión de su despacho. Comunicaba. Colgué y me dije que lo intentaría más tarde.
Eran las nueve y Diana y yo seguíamos encerrados en la sala de reuniones. La abogada del señor Hudson había aparecido en el bufete a las seis y media con su oferta; la propiedad de las casas que reclamaba su hasta entonces esposa, la mitad de los bienes declarados y la custodia compartida de los niños. Demasiado bueno para ser verdad. En eso coincidimos los tres; David Letel, Diana y yo. Y por eso mismo seguíamos buscando qué era eso que el señor Hudson tenía tanto interés en esconder. Si lográbamos encontrarlo antes de las diez de la mañana del sábado, hora en que perdía vigencia la oferta, quizá lograríamos que nuestra clienta se quedase con lo único que de verdad quería: la custodia total de sus hijos.
-David Letel me ha dicho que estabais aquí -dijo Liam, apareciendo en la puerta-. Vengo a ayudaros -añadió, mirándome a los ojos- y David también vendrá en seguida.
-Hemos repasado todas las cuentas oficiales -le explicó Diana, ajena a lo que estaba sucediendo entre él y yo- y ahora íbamos a leer otra vez los informes de los peritos contables.
-Perfecto, dame el primero -le pidió, tendiendo una mano con la palma hacia arriba-. Entre los cuatro iremos más rápido.
En el poco tiempo que llevaba en Porter & Payne había oído contar que tanto Liam como Patricia no tenían ningún problema en remangarse y colaborar en cualquier parte del proceso, pero ver a Liam comportándose como si fuese un becario y no uno de los dos socios del despacho, hizo que mi pobre corazón diese otro salto mortal.
A esas alturas, ya tendría que estar acostumbrado.

Noventa días « Ziam »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora