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Me desperté media hora antes de que sonase el despertador. Tenía tanto miedo de dormirme que me pasé la noche entera dando vueltas en la cama.
La cena fue un éxito. Los amigos de Niall eran todos muy simpáticos y me recibieron con los brazos abiertos, y el cumplió su palabra y volvimos pronto a casa para que yo pudiese instalarme un poco antes de acostarme.
Mi dormitorio era precioso, igual que el resto del apartamento; tenía una cama de matrimonio con sábanas blancas y las paredes estaban empapeladas con un ligero estampado a base de plumas. Era como estar en la nube más elegante del cielo. Conociendo a Niall como lo conozco, no me sorprendió: tiene un gusto exquisito.

Me levanté de la cama y fui a ducharme. Había elegido el atuendo para el primer día de trabajo con mucho esmero, aunque a última hora tuve la sensación de que debía cambiar algo y opté por ponerme la camisa de seda violeta en lugar de la blanca. Me resaltaba más la piel y siempre que me la ponía recibía muchos elogios. Quizá no tendría que preocuparme por eso y debería pensar en cambio en si iba a hacer el ridículo en ese bufete. Dios, ya estaba hecho, desde ese momento no iba a poder dejar de pensar en que metería la pata y empezaría a tartamudear y a decir tonterías.
Me asicale un poco y me dejé el pelo peinado tal como habia amanecido. Salí del cuarto de baño, pero volví unos segundos más tarde para peinarme un poco y dejarlo de lado. No podía presentarme el primer día como si fuese un loco de las montañas —sí, ése era el aspecto de mi melena—. Me peine el cabello y me hice una raya en medio. Muy profesional y masculino al mismo tiempo.
Entré en la cocina, pero no comí nada; a esas alturas, era una tontería seguir fingiendo que no estaba nervioso, y si bebía o comía algo todavía sería peor. Cogí mi maletín y mi bolso y le dejé un post-it a Niall pegado en la nevera. El seguía durmiendo. Antes de acostarnos me dijo que no tenía que ir a trabajar hasta las once y que no nos veríamos hasta la noche, pero me obligó a prometerle que lo llamaría si necesitaba algo.

Fui caminando hasta el bufete, estaba tan cerca que era absurdo tomar ningún medio de transporte, y al recorrer la calle, mientras veía los rostros de la gente que pasaba por mi lado, comprendí que aquello estaba sucediendo de verdad. Sujeté el maletín con fuerza para que no se me cayese y me detuve frente al edificio al que me dirigía. Respiré hondo y abrí la puerta.

—Buenos días, caballero —me saludó un portero uniformado.
—Buenos días.

Caminé hasta el ascensor y le di al botón. Levanté la cabeza y observé cómo se iluminaban los números de los pisos a medida que iba descendiendo. El bufete de Patricia Porter estaba en la planta 24 de las veintiséis que tenía el edificio. Miré mi reloj y vi que llegaba media hora antes de lo previsto. Quizá debería irme. Podría esperar en un café y volver después. El aire a mi alrededor cambió de un modo casi imperceptible que me puso la piel de gallina.

—Buenos días —me saludó un desconocido, deteniéndose a mi lado.

Volví la cabeza para devolverle la cortesía y casi me quedé sin respiración al verlo. El corazón se me aceleró y me golpeó con tanta fuerza las costillas que creía que me iba a dar un infarto. ¿Qué diablos me estaba pasando? Tampoco había para tanto. «Son los nervios del primer día de trabajo», me dije y me obligué a recordar que era un hombre hecho y derecho de veinticinco años que sabía hablar perfectamente.

—Buenos días —contesté.

Él se limitó a levantar una comisura de los labios. Oh, Dios mío, creía que esas sonrisas sólo sabían esbozarlas los actores de cine. Clavé los talones en el suelo —había decidido ponerme los zapatos Miu Miu que me compré en un ataque de locura— y me convencí de que no me temblaban las piernas. Por suerte, el ascensor se abrió en aquel preciso instante y esperé a que él entrase. Pero se negó y colocó una mano frente a las puertas para asegurarse de que no se cerraban, mientras me decía:
—Los caballeros primero.
Se dice que la caballerosidad ha muerto, pero al parecer aquel hombre no se había enterado.

Noventa días « Ziam »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora