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Royal London Hospital

La campanilla del ascensor del hospital me devuelve al presente y sigo a la señora Portland por otro pasillo. Las paredes son blancas y los fluorescentes le dan un aspecto irreal, propio de un sueño, de una pesadilla. Pero es real. El nudo que se ha formado en mi garganta es asimismo real, igual que lo son las lágrimas que me rebosan los ojos.
—¿Puede explicarme qué ha sucedido? —le pregunto a la mujer, después de tragar saliva varias veces.
—El señor Payne ha tenido un accidente de coche. El médico le dará los detalles.
Su frialdad me pone los pelos de punta. Habla de Liam como si no fuese una persona, como si no fuese la persona más importante del mundo para mí. Pero él no lo sabe y quizá no… Dejo de pensar en lo peor e intento saber más cosas.
—¿Se recuperará?
—Tal como le he dicho, el doctor la informará de todo —me contesta ella como si me riñese.
Voy a decirle algo, pero noto que Ricky, el enfermero que nos acompaña, me aprieta ligeramente el hombro y me callo.
—Es aquí. —La señora Portland se detiene frente a una puerta—. Si quiere, puede entrar.
—Gracias —le digo, cogiendo el picaporte.
Necesito ver a Liam, pero esa arpía vuelve a detenerme.
—El doctor vendrá en seguida, pero aprovecho para decirle que en esta planta sólo se permite una visita en cada habitación.
—Comprendo.
Ni siquiera se me había pasado por la cabeza llamar al tío de Liam y a Patricia ya la llamaré más tarde. Y en cuanto al resto, pueden irse al infierno. Ahora lo primero es Liam.
Elizabeth Portland asiente y se va y yo me quedo petrificada delante de la puerta.
—Entre —me dice Ricky abriéndola por mí—. Yo me quedaré aquí fuera, llámeme si me necesita.
Camino sin darme cuenta, lo primero que oigo es el bip-bip constante que sale de una de las máquinas que Liam tiene enchufadas al cuerpo. Me acerco a él y le paso la mano por el rostro. Está caliente y le está saliendo la barba. Me late el corazón y veo que tiene una gota de agua en la mejilla; entonces descubro que estoy llorando y que mis lágrimas caen sobre él.
—Liam...—balbuceo—, lo siento.
Todavía no sé si soy capaz de ser lo que él necesita, pero sé que si se muere sin saber lo que siento, yo moriré con él.
Me echo a llorar y me desplomo en la silla que hay junto a la cama. Liam parece estar simplemente dormido, pero la inmovilidad de su cuerpo es aterradora. Nunca he sentido tanto miedo de perder a alguien como ahora. Ni siquiera cuando discutimos hace unos días y él se fue de mi vida. No, yo me fui de la suya.
—Lo siento —repito, aferrándome a su mano.
El bip-bip de la máquina es lo único que me responde. La respiración de Liam es tan leve que apenas puedo oírla. Levanto la cabeza y le suelto la mano para secarme la cara.
—No voy a permitir que me dejes —le digo solemne—. Yo no.
A Liam lo han dejado demasiadas personas importantes a lo largo de su vida, a pesar de lo que él diga.
Vuelvo a fijarme y veo por primera vez la horrible cicatriz que le cruza el lateral izquierdo de la frente y el moratón que le está apareciendo en toda esa zona y que se le extiende por el cuello y probablemente por debajo del camisón del hospital. También lleva vendada una parte del torso y tiene otro vendaje en la mano izquierda, con un par de dedos colocados encima de una férula de acero. La pierna izquierda está parcialmente enyesada y la tiene inmovilizada con un contrapeso que cuelga del techo.
Un mechón de pelo le ha caído sobre la frente y se lo aparto. Le acaricio de nuevo el rostro y deseo con todas mis fuerzas que abra los ojos y me vea. Siempre se me acelera el corazón cuando Liam me mira, es como si el resto del mundo desapareciese.
—Estoy aquí, Liam —susurro.
Me agacho y le doy un beso en los labios, pero en seguida me aparto. No porque me dé vergüenza que alguien nos vea, sino porque algo capta mi atención y me fijo en los objetos que hay encima de la mesilla auxiliar del lado de la cama.
Cerca del habitual teléfono de plástico blanco propio de los hospitales está el reloj de Daniel, un Rolex de acero que él mismo me contó que se había comprado tras ganar su primer caso en solitario, uno de los pañuelos de lino que siempre lleva en la americana, su móvil con la pantalla partida por la mitad —probablemente por el accidente— y una larga cinta de cuero negro muy delgada. Gastada, raída por varios puntos. Sin nada colgando de ella.
Los ojos vuelven a llenárseme de lágrimas.
—¿Dónde has estado estos días, Liam? —le pregunto, a pesar de que sé que no va a contestarme.
Aunque lo que de verdad quiero saber es por qué ha desaparecido sin decirme nada. Por qué me ha dejado al margen. Porque le dije que no podía darle lo que necesitaba. Tuve miedo y no supe ser tan valiente como él.
Alguien llama a la puerta y me seco los ojos al ponerme en pie.
—¿Señor Malik?
—Sí, soy yo. Llámeme Zayn. —le pido de inmediato al recién llegado.
No me gusta que nadie me llamen por mi apellido, ni siquiera señor Malik. Excepto Liam 
—Por supuesto, soy el doctor Michael Jeffries. —Se me acerca y me tiende la mano—. ¿Le parece bien que hablemos aquí o prefiere ir a mi despacho?
—Si a usted no le importa, prefiero quedarme aquí —le contesto, entrelazando de nuevo mis dedos con los de Liam
No quiero dejarlo solo.
—No, aquí está bien. Comprendo perfectamente que quiera estar con su prometido.
¿Mi prometido? Tardo medio segundo en recuperarme, pero si él se da cuenta de mi sorpresa no le parece extraña, teniendo en cuenta las circunstancias. Me planteo la posibilidad de corregirlo, pero me muerdo la lengua. Si en el hospital descubren que él y yo no somos nada el uno del otro, probablemente no me dejen estar aquí y llamen a su tío. Y Liam no querría eso, me digo para justificar la farsa. Además, casi fui su prometido, si yo no hubiese resultado una cobarde y hubiese sido capaz de…
—El señor Payne ha llegado al hospital con una fractura craneal causada por un fuerte impacto que también le ha perforado un pulmón y le ha roto dos falanges de la mano izquierda y la rodilla del mismo costado.
—Dios mío —exclamo en voz baja.
Las palabras del médico me sacan de mi ensimismamiento con brutal rapidez y tiemblo sólo de pensar en lo que ha sufrido Daniel.
—Por fortuna, el coche del señor Liam se ha estrellado cerca de un pub muy concurrido y en seguida han llamado a una ambulancia.
—¿Sabe… sabe cómo ha tenido lugar el accidente? Liam es muy buen conductor y seguro que no había bebido.
Él nunca pierde el control de nada y mucho menos de un coche. Y todos los que tiene, desde el Jaguar hasta el Jeep, están en perfecto estado. Sé que hay algo más, lo del accidente no tiene sentido, pero ahora no me importa. Sólo quiero que se ponga bien.
El médico comprueba unos datos antes de contestarme:
—Efectivamente, el señor Payne no tenía rastro de alcohol en la sangre. En cuanto al accidente, no sé cómo se ha producido, pero a juzgar por las heridas, diría que el lateral izquierdo de su coche ha debido de chocar contra algo muy pesado, un muro o un árbol, o quizá contra un camión. Supongo que la policía podrá informarla.
—¿Se pondrá bien?
—Ha ingresado en estado muy grave. A pesar de que la ambulancia ha llegado al lugar del accidente pasados pocos minutos, me temo que ha perdido mucha sangre. Lo han traído inconsciente. La herida del pulmón está suturada y debería curarse sin ningún problema y los huesos de la mano y la pierna se soldarán, aunque tendrá que hacer rehabilitación.
—¿Y la herida de la cabeza?
El doctor Jeffries suspira un instante y me mira a los ojos.
—Hemos tenido que intervenirlo de urgencia porque, tras hacerle un escáner, hemos detectado un gran hematoma en el cerebro y temíamos que la zona fuese a inundarse de sangre. La señora Portland se ha puesto en contacto con usted por si… —Carraspea y, tras una breve mirada, decide omitir la frase siguiente e ir directamente al final de su discurso—. La operación ha ido bien, ahora lo único que podemos hacer es esperar.
—¿Esperar?
—Sí, tenemos que dejar que el cuerpo del señor Payne asimile todo lo que ha sucedido. Si dentro de unas horas no se ha despertado, repetiremos el escáner y le haremos más pruebas.
—¿Puedo quedarme aquí?
—Sí. Si me necesita, llámeme —me da una tarjeta—, o pídale a alguna de las enfermeras que me localice. Volveré dentro de tres horas —puntualiza, tras mirar el reloj y antes de despedirse y salir de la habitación.
Me guardo la tarjeta con un gesto casi mecánico y vuelvo a sentarme en la misma silla de antes.
—Oh, Liam.
Le acaricio de nuevo la cara y me quedo mirándolo como si pudiese obligarlo a despertarse sólo con mi fuerza de voluntad. Él ni siquiera se mueve. Jamás he deseado tanto poder retroceder en el tiempo y cambiar algo y no me refiero únicamente al accidente, aunque estaría dispuesyta a hacer cualquier cosa con tal de que Liam no lo sufriese. Más que nada en el mundo, me gustaría retroceder hasta la noche de nuestra discusión. La noche en que él me dijo lo que necesitaba para ser feliz y yo le dije que no.
Me seco furiosouna lágrima y cojo la delgada cinta de cuero negro que hay en la mesilla. Levanto el brazo que Liam tiene ileso y se la coloco en la muñeca, sólo le da dos vueltas —a mí me daba tres—, pero se la anudo y le doy un beso antes de colocarle de nuevo el brazo encima de la cama. Entrelazo mis dedos con los suyos y me parece notar una leve presión. Sólo dura un instante, pero me aferró a la esperanza como a un clavo ardiendo.
Pasan las tres horas y aparecen unos enfermeros para llevarse a Liam. Él no ha abierto los ojos y, aparte de la presión que he sentido antes, tampoco se ha movido. Me explican que tardarán varias horas y que puedo irme a casa, que me llamarán si sucede algo. No quiero irme, pero sé que ahí no puedo hacer nada y tengo que contarle a Patricia lo que ha pasado. Se me encoge el estómago sólo de pensar en ella y en la cara que pondrá cuando se entere del accidente. Siempre he tenido celos de su relación con Daniel; sí, quizá sea poco retorcido por mi parte, pero sé que ambos me están ocultando algo.
Resignada, me pongo en pie y le doy a Liam un beso en los labios antes de irme. Uno de los enfermeros me mira raro, pero no me importa lo más mínimo. Él otro desvía la vista hacia la cinta de cuero que horas antes he anudado en la muñeca de Daniel.
—No se la quite —le digo.
El enfermero me mira y ve que hablo muy en serio.
—Si va a quirófano, se la quitarán.
—¿Molesta para las pruebas que tienen que hacerle ahora? —pregunto.
No sé por qué, quizá sean sólo los nervios, pero necesito que Liam sepa que estoy a su lado y estoy convencido de que el único modo que tengo de decírselo es con esa cinta. No quiero que se la quiten. Si se despierta y la ve, sabrá lo que significa. Tengo ganas de llorar.
—No, no molesta —me dice de repente el enfermero. ¿Me habrá visto las lágrimas? Da igual, respiro aliviado y no lo disimulo—. Si tuviese que quitársela —añade cauteloso—, se la guardaré.
—Gracias.
Me voy de allí antes de echarme a llorar delante de ellos.

Noventa días « Ziam »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora