doce;

34 2 0
                                    

—Siéntate, Zayn.
Al oírle pronunciar mi nombre en aquel tono tan serio, tan autoritario, el mismo que utilizaba en el despacho, me sorprendí. Él se percató de mi sorpresa y la malinterpretó, porque añadió un «por favor» que sonó muy raro en sus labios.
Me senté en un sillón de cuero marrón oscuro que había cerca del hogar. Liam se acercó a un cesto de mimbre repleto de troncos y cogió cuatro de ellos y una caja de cerillas. Se agachó y los fue colocando con mucha pericia, como si lo hubiese hecho miles de veces y aquellos movimientos mecánicos lo relajasen.
Yo lo observé fascinado; los músculos de la espalda y de los antebrazos se le flexionaban con cada gesto y pensé que quizá el olor a madera que había detectado antes en su piel se debía que hacía eso con frecuencia.
Prendió el fuego y las primeras llamas le iluminaron el rostro y no por primera vez me fijé en la cicatriz que tenía en una ceja.
Se puso en pie y se acercó a mí. Respiró hondo y noté en mi propia piel su proximidad. Deseé que se inclinara y me besase, que me cogiese en brazos y me devorase con los labios sin explicarme nada. No sabía qué iba a decirme, pero una parte de mí sabía que no iba a ser fácil y esa misma parte no quería tener que afrontar ninguna dificultad más. Esa parte sólo quería que Liam, el primer hombre que me había seducido, me llevase a la cama.
Pero yo seguía siendo yo, a pesar de todas las frases de víctima  fatal que le había soltado a Niall, o al propio Liam, y necesitaba saber qué era lo que tenía que contarme.
Pensé que se quedaría en pie y probablemente habría sido mejor, porque de todos los sitios disponibles, Liam optó por sentarse en la banqueta que había frente al sillón que yo ocupaba. Se cruzó de brazos, hizo un gesto de asentimiento y levantó la cabeza para mirarme a los ojos.
—¿Te acuerdas del día que nos conocimos, en el ascensor?
—Sí —contesté, a pesar de que sabía que no hacía falta. Era imposible que ninguno de los dos olvidase ese encuentro.
—El aire cambió a nuestro alrededor, jamás me había sentido tan atraído por alguien tan de repente.
No sé si esperaba que yo dijese algo, pero tras oírle decir eso, se me secó la garganta y noté lo mismo que aquel día.
—Incluso en los casos en que me he sentido atraído por un hombre —continuó—, nunca, nunca he tenido el impulso de retenerlo a mi lado y de no dejarlo marchar. —Sus ojos seguían clavados en los míos y pensé que me quemarían—. Durante un segundo, me planteé seriamente la posibilidad de hacer saltar la alarma del ascensor y quedarme allí contigo. Pensé que así tendría el tiempo necesario para entender por qué me habías afectado tanto. Y por el modo en que me miraste, tuve la certeza de que tú habías sentido algo parecido.
Su seguridad en sí mismo me habría parecido insultante si no hubiese estado tan justificada. Seguro que en el ascensor yo había puesto la misma cara de bobo que estaba poniendo en ese momento.
—Me dijiste a qué piso ibas —sonrió— y cuando supe que ibas al bufete, di por hecho que eras algún nuevo cliente y que no me costaría demasiado volver a dar contigo. Fui a la piscina y nadé un poco. Tracé un plan, lo tenía todo perfectamente planeado; tú nos ibas a contratar para llevar tu divorcio, o para gestionar el patrimonio de tu familia, o algo por el estilo. Eras una persona de mundo. Te conocería, saldríamos un par de noches, te convertirías en mi amante y después de un tiempo nos separaríamos como amigos.
Oírlo hablar de ese modo sobre nosotros, a pesar de que ese plan se ajustaba a lo mismo que yo le había dicho a Niall, me sorprendió y me dolió un poco. Liam me había dicho que no quería salir conmigo, ¿y al principio había querido que fuésemos amantes?
—No lo entiendo —dije sincero.
Él apretó los labios y sacudió levemente la cabeza, como si durante un breve instante se hubiese olvidado de que yo estaba allí y no en sus recuerdos del día que nos conocimos.
—Pensé que eras como esos que acuden al bufete —me explicó y esa frase sí que me ofendió.
—Soy como esas personas —afirmé rotundo.
—No, no lo eres y por eso te he traído aquí.
Esa insinuación acerca de que en aquella casa no había estado ninguna de los otros amantes, fue lo que me convenció de seguir escuchándolo. Vi que apretaba la mandíbula, un gesto que ahora ya sabía que lo delataba, y adopté una postura más relajada y receptiva.
—Termina de contarme lo que me estabas diciendo.
—Bajé a mi despacho y me llamó Patricia para decirme que había llegado el nuevo  abogado que íbamos a contratar y que teníamos que entrevistarlo. Recuerdo que cuando me llamó para recordarme la cita, tuve un presentimiento, pero no le di importancia. —Descruzó los brazos un segundo y los volvió a cruzar—. Hasta que entré en la sala de reuniones y te vi. Y supe que jamás podría tocarte.
—¿Por qué? ¿Porque iba a trabajar para vosotros?
—No, por el modo en que me miraste.
—¿Qué tiene de malo cómo te miré?
—Nadie me había mirado así antes. Estoy acostumbrado a que las mujeres y hombres me miren con lujuria o que crean que acostándose conmigo podrán conseguir algo; una noche de pasión, su fantasía erótica más concreta, una vida llena de lujos… Lo que sea, pero algo tangible y con un claro valor transaccional. Sé distinguir la lujuria de la avaricia y de la codicia, incluso sé cuándo un hombre me mira con esos objetivos en mente. Pero tú no me miraste así.
—¿Y eso es malo?
—Para ti sí.
—¿No crees que estás siendo muy condescendiente conmigo? Quizá estás buscándole sentido a algo que no lo tiene.
—¿Qué quieres decir? —me preguntó, realmente intrigado.
—Quizá yo también te miro con lujuria —le dije sonrojándome.
—Sé que me deseas, lo noto en la piel siempre que estás cerca. Pero me miras con algo más que deseo. Contigo es como si el deseo sólo fuese el principio y no un fin en sí mismo.
—Reconozco que nunca he tenido ninguna relación que fuese exclusivamente física —le confesé—, pero no las juzgo. Nunca he tenido ninguna porque nunca me he sentido inclinado a hacerlo. Y si sabes que te deseo —tragué saliva— y tú me deseas a mí, ¿qué tiene de malo que lo intentemos?
—Yo no «lo intento», Zayn. Yo tengo aventuras. Empiezan y terminan —explicó solemne—. No respondo al cliché romántico, alguien que espera encontrar a su alma gemela para enamorarse y formar una familia. Yo nunca tengo relaciones, tengo parejas sexuales que están de acuerdo en cumplir con mis condiciones y en seguir unas determinadas normas de conducta.
Se quedó en silencio y me observó igual que cualquiera observaría una probeta a la que acaban de lanzar un producto explosivo.
—¿Nunca has tenido una relación estable?
—De todo lo que te he dicho, eso ha sido lo que más te ha sorprendido —dijo casi para sí mismo—. No, nunca —respondió—. Y no quiero tenerlas.
—¿Por qué?
—Porque no.
—Pero sí que has tenido, tienes, relaciones sexuales —puntualicé yo, más confuso que cinco minutos antes.
—Sí, siete en total.
¿Siete? Liam era el prototipo del hombre perfecto; listo, guapo, educado y con muchísimo dinero y ¿sólo había tenido siete parejas? Imposible. Claro que no parecía estar mintiendo.
—¿Y nunca te has enamorado?
—No. Me gusta pensar que por alguna de ellas sentí algo de afecto, pero nunca me he enamorado. Yo jamás me casaré ni formaré una familia —aseveró como quien afirma que la Tierra es redonda.
—Entonces, lo que me estás diciendo es que estarías dispuesto a que fuésemos amantes pero nada más. ¿Es eso?
—No quiero que seamos amantes, no en el sentido que te estás imaginando.
—¿Hay más de un sentido?
No pude reprimir la pregunta y él me sonrió con cierta tristeza.
—Debería mantenerme alejado de ti. —Se pasó las manos por el pelo y se levantó de donde estaba para acercarse a la repisa de la chimenea—. No tendría que haberte traído aquí —se lamentó pesaroso.
Seguía sin entenderlo, pero sentí que me necesitaba y me puse en pie para acercarme a él.
—¿Por qué me has traído aquí, Liam? —le pregunté, deteniéndome a su espalda.
—Porque me he convencido a mí mismo de que no eres tan inocente como sé que eres y me he dicho que tras el beso de anoche quizá me desees lo suficiente como para darme lo que voy a pedirte.
—Pues entonces, pídemelo, Liam.
—Prefiero demostrártelo. Ven aquí.
Estaba confuso y me flaqueaban las rodillas, pero tenía tantas ganas de besarlo que ni siquiera me planteé no hacerle caso. Me acerqué y le di un beso en los labios. Él tardó unos segundos en mover los suyos y cuando lo hizo fue para morderme. Me recorrió un escalofrío que se instaló entre mis piernas y entonces Liam se apartó.
Respiró hondo un par de veces y la tercera asintió igual que si hubiese tomado una decisión. Se apartó de la chimenea para acercarse al escritorio que ocupaba el otro extremo del salón en el que estábamos, abrió un cajón y sacó algo de él, un retal de tela negra. Lo deslizó entre los dedos y volvió a acercarse a mí.
—Extiende la mano —me pidió y, en cuanto lo hice, colocó la tela en mi palma—. Es un antifaz, o mejor dicho, una venda —me explicó—. Quiero que te vendes los ojos.
—¿Ahora?
Acaricié la tela con las yemas; era suave y tuve la sensación de que desprendía calor tras haber estado antes en la mano de Liam. Era una cinta doble, o quizá triple, cosida con precisión y muy larga, lo suficiente como para dar dos vueltas a la cabeza y dejar una lazada colgando por la espalda. Me imaginé a mí mismo con esa cinta tapándome los ojos y Liam a mi espalda y me mordí el labio inferior para no suspirar.
—Todavía no —me respondió él con los ojos fijos en mi boca—, pero si aceptas estar conmigo tendrás que ponértelo.
—¿Cada día?
—Siempre que tengamos relaciones.
Sonaba tan aséptico…, pero me dije que esas frases eran sencillamente el modo que tenía Liam de hablar y que no iba a dejar que me asustasen.
—¿Esto es todo? —le pregunté, levantando la cinta en la mano.
—No, esto es sólo un símbolo. Durante el tiempo que seamos amantes —pronunció la última palabra levantando una ceja y supe que la estaba utilizando en deferencia a mí—, serás mío.
—¿Tuyo?
—Sí, mientras estemos juntos, necesito saber que confías plenamente en mí, que sabes que jamás haré nada que pueda hacerte daño. No soy estúpido y sé que es imposible que ahora confíes ciegamente en mí, pero ése sería mi mayor deseo, por lo que me dedicaré en cuerpo y alma a ganarme tu confianza.
—Mientras estemos juntos —repetí yo.
—Exacto. Quiero que tu cuerpo y tu placer me pertenezcan, que recurras a mí para sentirlo. Quiero poder castigarte si me desafías, premiarte si me satisfaces —titubeó y pensé que iba a añadir algo más, pero se quedó en silencio.
Yo tenía la garganta seca y apenas podía respirar de lo sensual que me parecía lo que me estaba insinuando.
—Como anoche por bailar con Shawn.
—Sí, como anoche.
—Si hubiésemos estado juntos, qué me habrías hecho por haber bailado con otro hombre.
A Liam le brillaron los ojos antes de contestarme y adiviné que se había planteado seriamente ese tema.
—No habrías bailado con otro hombre —afirmó rotundo—, porque antes de acudir al baile te habría hecho el amor y te habría dejado claro que tu cuerpo me pertenece. Pero si hubieses cometido ese error, o si lo hubieses hecho para provocarme, te habría llevado de vuelta a casa y te habría enseñado lo que se siente al estar excitado y no poder hacer nada. Te habría tenido horas al límite sin dejarte alcanzar el orgasmo y no me habría detenido hasta que tú me suplicases. —Bajó la voz—. O hasta que me jurases que eras sólo mío.
¿Eso era un mal plan? Dios, nunca había estado tan excitado y duro como en ese instante.
—No quería bailar con Shawn—murmuré tras unos segundos—. Quería bailar contigo.
Liam me arrebató la cinta de entre los dedos y me acarició la palma con los suyos. La caricia se extendió por todo mi cuerpo y me dio un vuelco el corazón. Se colocó a mi espalda y me vendó los ojos. Dio dos vueltas a mi cabeza con la cinta de seda y cuando terminó, me la anudó con fuerza, aunque con suma delicadeza, en la nuca.
Se inclinó y me dio un beso bajo la oreja. Me estremecí y suspiré. Por nada del mundo lo habría detenido.
Me cogió de la mano y me llevó hasta un sofá.
—Siéntate —me dijo.
Lo hice y a él se le escapó un suave gemido.
—Dios, no te imaginas lo que me afecta verte obedecer con esa dulzura y naturalidad.
Yo negué con la cabeza y entreabrí los labios buscando los suyos.
Él volvió a gemir. No lo veía, pero podía imaginarme a la perfección sus ojos negros y su mandíbula ensombrecida por la incipiente barba. Las cejas fruncidas por la concentración.
—Zayn, si aceptas estar conmigo, tendrás que ponerte esta cinta cada vez que estemos juntos. Vendrás a mi apartamento siempre que yo te lo pida, me aseguraré de que tengas una llave y de que mi chófer vaya a buscarte. Te pondrás la venda y no te la quitarás en ningún momento y no dirás nada. Nada en absoluto. Si aceptas, te prometo que jamás abusaré del regalo de tu confianza y te aseguro que conmigo sólo sentirás placer. Si algún día, por el motivo que sea, hay algo con lo que no estás conforme, lo único que tienes que hacer es decir no. Y podrás irte sin más. Yo no intentaré retenerte y tampoco haré nada para perjudicarte en el bufete.
Me quedé pensando en lo que acababa de decirme y recordé lo que Niall me había contado de esa compañera suya de trabajo. Liam me estaba pidiendo que confiase en él cuando apenas hacía unas semanas que lo conocía, que confiase en él vendándome los ojos y acatando sus órdenes. El último hombre en el que había confiado, el primero y único hasta entonces, me había puesto los cuernos y me había dicho que nunca me había querido.
—Sé que te estoy pidiendo mucho, así que si quieres irte, sólo tienes que quitarte la venda e irte a tu dormitorio a descansar. Mañana regresaremos a Londres y será como si esto no hubiese sucedido, aunque tendría que pedirte, por favor, que no se lo cuentes a nadie. ¿De acuerdo, Zayn?
—No se lo contaría a nadie tanto si acepto estar contigo como si no —respondí con absoluta convicción.
—Lamento si te he ofendido, no estoy acostumbrado a ti —se disculpó él—. ¿Quieres hacerme alguna pregunta?
—Sí —dije, antes de que cambiase de opinión.
—Adelante.
—¿Eres sadomasoquista?
—No, no lo soy, pero ¿sabes qué significa realmente esa palabra?
—No soy tan inocente como te empeñas en creer y sí, sé lo que significa. Niallbme dijo que tenía una compañera de trabajo que tuvo una relación de ese estilo y que su pareja no la dejaba sentarse a la mesa y que le decía qué tenía que comer y qué podía ponerse. Yo no aceptaré una relación así.
—Y yo jamás te lo pediría, Zayn. Te lo repito, no, no soy sadomasoquista. Nunca me han gustado las etiquetas, normalmente, nadie encaja del todo en ninguna, aunque los humanos nos empeñemos en meternos a todos en cajitas perfectamente estancas que sólo consiguen asfixiarnos. No soy sadomasoquista —repitió—, no necesito que firmes ningún contrato ni decidir qué puedes tomar para desayunar ni nada por el estilo, pero sí necesito tener el control en todo momento. Y no sólo en la cama, aunque ahí sin duda es importante. Necesito tener el control en todos los aspectos de mi vida y el sexo es parte vital de ella. Ya te dije que no soy como los demás hombres —me recordó, tras abrir y cerrar los puños— y sin duda son muy distinto de Shawn. Pero jamás te haré daño. Preferiría morir antes que hacerte daño. —Esa frase resonó dentro de mí y temblé al ver que lo decía en serio—. Lo único que quiero que sientas conmigo es placer.
—¿Y, tú?
—Si tú sientes placer, yo lo sentiré. Tus orgasmos me pertenecerán, conoceré tu cuerpo mejor que tú. Aprenderé a tocarlo como si fuese un valiosísimo instrumento. Y lo será, mío. Dejará de ser tuyo para pertenecerme y no me imagino mayor placer que ése.
Si seguía hablándome así, terminaría por tener un orgasmo en aquel sillón.
—Pero sólo en la cama. Fuera de ella yo seguiré siendo el mismo de siempre. Y tú seguirás siendo el mismo de siempre.
—En el despacho todo seguirá igual. Yo no quiero dominarte, tú eres un hombre muy listo y nadie sabe mejor que tú cómo hacer tu trabajo, pero si algún día veo que un cliente abusa de ti, intervendré igual que lo haría con cualquier otro empleado. Yo no me siento atraído por las personas sin personalidad y mientras estemos juntos quiero seguir disfrutando de la tuya. Pero según mis normas.
«Estemos juntos…» Esa frase hizo que sintiera como si infinitas mariposas revoloteasen en mi estómago y se instalasen en mi entrepierna.
—¿Y cuándo terminará? Has dicho que tú sólo tienes aventuras y que siempre tienen fecha de caducidad.
—Siempre terminan. Llegará un día en que querrás quitarte el antifaz, o en que no querrás seguir obedeciéndome. O sencillamente te cansarás de esperar o me pedirás algo que no podré darte.
—¿Y si no llega?
—Llegará, Zayn. Un día querrás que te acompañe a conocer a tus padres, o querrás ir a cenar y hacer el amor como una pareja normal. Y yo te diré que no y tú te irás.
—Si tan seguro estás, ¿por qué estás dispuesto a seguir adelante? Es imposible que a ti no te afecte —lo reté, a pesar de que no lo veía.
—Me afectará, de eso también puedes estar seguro. Estoy dispuesto a seguir adelante porque yo soy así. Porque no existe otro modo. Incluso ahora he sido incapaz de contarte todo esto mirándote a los ojos.
Levantó una mano y me tocó la venda que me cubría los párpados. Habría jurado que le temblaba, pero no tuve tiempo de comprobarlo.
—Una última cosa —añadió—: nunca podrás quedarte a dormir conmigo. Nunca te echaré de mi apartamento, pero si quieres quedarte, tendrá que ser en otro dormitorio. Yo nunca duermo con nadie. Nunca.
Por el modo en que lo subrayó, deduje que como mínimo una de esas siete personas que había mencionado antes había tenido problemas para entenderlo.
Idiotas. Tenía ganas de arrancarles los ojos a todas, aunque ni siquiera sabía quiénes eran. Y Paulse quejaba de que yo no era celoso …
—Tendré que ponerme la cinta siempre —dije en voz baja, tras humedecerme los labios—, y no podré decir nada excepto no.
—Así es.
—Y eso sólo podré decirlo una vez, porque cuando lo diga dejaremos de vernos y todo volverá a la normalidad.
—Exacto.
—Nunca saldremos a cenar —recité las normas de Liam.
—A no ser que esté relacionado con el trabajo —puntualizó él y el romántico que habita en mí lo tomó como muy buena señal.
—Y nunca dormiremos juntos.
—Nunca.
—Son muchas condiciones —repliqué, dándole vueltas en mi mente.
—Lo son y es comprensible que te parezcan completamente injustificadas. Quítate la venda y…
—Estoy pensando.
—De acuerdo —dijo él y lo sentí sonreír—. No vuelvas a interrumpirme cuando hablo, señor Malik.
—No vuelvas a interrumpirme cuando pienso, señor Payne.
Nos quedamos en silencio unos minutos. Sabía que él no se había ido, porque yo seguía teniendo la piel de gallina y el pulso descontrolado, y eso sólo me sucedía cuando Liam estaba cerca.
—Son muchas condiciones —repetí.
—Sí.
—Yo también quiero poner una.
—¿Cuál?
—Por cada siete noches que pasemos juntos, tendré derecho a hacerte una pregunta sobre lo que sea y tú tendrás que contestarme sinceramente.
—¿Siete noches?
—Sí. Siete noches a cambio de una pregunta.
—Y de una verdad —puntualizó él.
Quería quitarme la venda. Necesitaba ver a Liam con todas mis fuerzas, pero sabía que él necesitaba la distancia que proporcionaba aquel retal de tela negra. Quizá todavía no lo comprendía, pero lo sabía.
—Piénsalo —le dije entonces.
—Lo pensaré.
—Si acepto, nada de esto empezará hasta el lunes, ¿no? ¿Qué haremos el fin de semana? —pregunté ingenuo, aunque me sonrojé en cuanto las palabras salieron de mis labios, porque sabía que él las malinterpretaría.
Liam soltó una leve carcajada y, olvidándome de mi sonrojo, supe que haría lo que fuese para volver a oírla.
—Lo que hacemos los chicos de ciudad cuando vamos al campo: pasear. En seguida vuelvo, señor Malik, voy a fingir que preparo la cena que nos ha dejado la señora Riverton. Cuando estés listo, ven al comedor.
Oí que la puerta se abría y volvía a cerrarse y supe que estaba a solas, porque pude respirar de nuevo con normalidad. Me llevé las manos, que no dejaban de temblarme, a la nuca y tiré del nudo de la cinta de seda. Se deslizó por mi rostro y la enredé alrededor de los dedos. No tuve que pensarlo, me la guardé en el bolsillo del pantalón y me aseguré de no perderla. A Liam no se lo diría hasta el día siguiente, pero mi respuesta iba a ser sí.
Un sí rotundo.

Noventa días « Ziam »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora