Liam se había quitado el traje oscuro y se había puesto unos vaqueros, un jersey de cuello vuelto negro y unas botas. En la mano derecha llevaba una bolsa de deporte también negra y una cazadora de piel. Pensé que me quedaba sin respiración.
—Ah, señor Payne.—La oportuna reaparición del portero me salvó de hacer el ridículo—. El caballero Malik ha decidido esperarlo y compartir taxi con usted. Es todo un milagro que haya podido conseguir uno estando como está la ciudad.
Noté que Liam desviaba la vista hacia mí y que contemplaba la posibilidad de rechazar mi ofrecimiento delante de Peter; él quedaría como un maleducado y yo como un idiota que le estaba haciendo la pelota a su nuevo jefe. No sé por qué, quizá por el modo en que apretó la mandíbula o por cómo le brillaron los ojos, pero supe que no iba a hacer tal cosa.
—Sí, un milagro —dijo, en voz más baja que antes, y entonces se volvió hacia mí—: Gracias por esperarme, señor Malik. No era necesario que se molestase.
—No ha sido ninguna molestia —repuse, poniéndome en pie.
Peter nos acompañó fuera con un paraguas, bajo el cual sólo me coloqué yo, y luego volvió al interior del edificio. Liam entró en el taxi por la puerta que quedaba más lejos de la acera y, tras sentarse, se pasó las manos por el pelo para quitarse las gotas de lluvia. Dejó la bolsa de deporte entre ambos y le dijo mi dirección al taxista tras darle las buenas noches.—¿Cómo sabe dónde vivo? —le pregunté yo en cuanto el taxi se puso en marcha.
—Lo he visto en su contrato, señor Malik —me contestó, cruzándose de brazos—. ¿Qué hacía trabajando hasta tan tarde?
—Ponerle difícil mi despido.¿Había dicho eso en voz alta? Apenas lo conocía, pero sabía que no debería provocarlo y esa frase era como mostrarle un capote rojo a un toro.
Sorprendentemente, él me sonrió y, tras unos segundos, pareció incluso que se le aflojaron un poco los hombros.
—¿David la ha puesto a trabajar con Diana?
—Sí —le contesté cuando conseguí recuperarme de su sonrisa.
El semáforo se puso en rojo y el taxi se detuvo. A pesar de que Peter había intentado cubrirme con el paraguas, me había mojado un poco y noté una gota de lluvia deslizándoseme por el cuello de la camisa. Liam la siguió con la mirada y yo fui incapaz de entender por qué me daba cuenta de todas sus reacciones.
Él no intentó disimular, sino que mantuvo los ojos fijos en la gota, con el cejo fruncido. Volvía a estar furioso. Sería porque llegaba tarde a alguna parte, o por lo de aquella rubio, Victor...—¿Por qué volvió a Bradford después de licenciarse, señor Malik?
De todas las preguntas que habría podido hacerme, aquélla era probablemente la más incómoda. Preferiría contarle que sufría una leve adicción a las novelas románticas, que había vuelto a casa porque soñaba con enamorarme y formar una familia. Seguro que a Liam Payneble daría un ataque de risa si le decía que mi sueño era levantarme cada día con el hombre de mi vida a mi lado, ir a trabajar y volver a casa pronto para estar con mis hijos. Un niño y una niña, a poder ser.
Sí, seguro que le parecería una idea ridícula. Y a mí también debería parecérmelo, después de lo que me había sucedido, pero supongo que soy un caso perdido, aunque antes quisiera ver si de verdad es tan emocionante vivir al límite…
—¿Se encuentra bien, señor Malik?
«Mierda. Me he quedado embobada sin contestarle».—Llámeme Zayn... —le dije de repente. No me gustaba que me llamase «señor Malik» o, mejor dicho, no me gustaba que se me pusiese la piel de gallina cada vez que se lo oía decir.
—Mejor que no, señor Malik—se negó él, aunque los ojos le brillaron al final de la frase y me recordó a un niño pequeño cuando dice que va a portarse bien sin tener ninguna intención de hacerlo.
Aquel hombre era muy peligroso.
—A Diana la llama por su nombre y también a David y a Ariana. Y a Peter. Y a Victor—enumeré, mirándolo a los ojos y negándome a ceder.
—Tiene razón. Pero ellos no son usted, ¿verdad? A Patricia y a mí —cuando pronunció el nombre de Patricia sonrió y me restregó sutilmente que me había olvidado de incluirla en la lista— nos gusta mantener un trato cordial en el bufete y solemos llamarnos por nuestros nombres.
—Yo formo parte del bufete.
—Por poco tiempo.
—¡Qué más quisiera usted!
«¡Tengo que aprender a morderme la lengua!»
Volvió a sonreír.
—No ha contestado a mi pregunta —me recordó y el taxi retomó la marcha.
—Y usted sigue sin llamarme por mi nombre.
La lluvia caía con fuerza y el ruido del limpiaparabrisas se repetía constante en el interior del vehículo. Él estaba sentado de lado, mirándome, y yo me alisé la camisa y fingí estudiarme las uñas. Había ido a hacerme la manicura un par de días antes y ahora lucía una manicura muy elegante…
El taxi frenó de repente y me di cuenta de que no me había puesto el cinturón de seguridad. Una bicicleta pasó justo por el lado de mi ventanilla, con el joven ciclista insultando al conductor. El chico estaba empapado y llevaba una bolsa de mensajero colgando de un lado.
Yo no me había dado de bruces contra el cristal que separaba los asientos de los pasajeros del conductor porque Liam me había puesto el brazo delante y me estaba sujetando con el otro.
—Disculpen —se apresuró a decir el taxista—. Con esta lluvia no he visto la bicicleta y esos mensajeros van como alma que lleva el diablo.
—No se preocupe —contestó Liam sin soltarme—. Estamos bien.¿¡Estamos bien!? El corazón me latía tan de prisa que había empezado a sentírmelo en la garganta y el estómago me había ido a parar a los pies. Y cada vez que tomaba aire, notaba su brazo pegado a mi torso. Bajé la vista hacia ese brazo y respiré.
Él lo apartó despacio, retiró la mano con que se había sujetado a la puerta y luego se echó hacia atrás. Su otra mano estaba alrededor de mi antebrazo y sentí cómo aflojaba los dedos uno a uno; luego hizo algo todavía más sorprendente: me alisó la manga de la americana y me apartó un mechón de pelo que se me había puesto en el rostro. Me pareció que lo acariciaba durante un instante, pero seguro que me lo imaginé.
—Gracias —le dije, tras tragar saliva.
—De nada.
Pasó un minuto durante el cual no nos dijimos nada. Yo no podía pensar. La lluvia, el perfume de Liam, que empezaba a dominar el interior del taxi, la piel de gallina de mi espalda. Me atreví a mirarlo y lo encontré con la vista fija al frente, aunque vi que le temblaba levemente el músculo de la mandíbula. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas levemente separadas. Parecía incómodo, igual que en el ascensor esa mañana: una pantera enjaulada.
—Hemos llegado —anunció el taxista.
Miré por la ventana y comprobé que nos habíamos detenido delante del portal del edificio de Niall. Cogí el bolso para pagar, pero una mano me lo impidió.
—No me ofenda —dijo Liam muy serio.
Se movía tan rápido que yo ni siquiera había tenido tiempo de reaccionar. Había colocado una mano encima de la mía y mis ojos parecían negarse a dejar de mirar cómo sus dedos cubrían los míos. Eran mucho más cálidos de lo que me había imaginado.—Llámeme Zayn.
Durante un instante pensé que se negaría. Y de hecho, lo hizo.
Apartó la mano de encima de la mía sin dejar de mirarme a los ojos.—Buenas noches, Zayn.
No me había dado cuenta de que había dejado de hacerlo, pero cuando le oí pronunciar mi nombre volví a respirar.
Abrí la puerta del taxi y me aseguré de tener el bolso y el maletín bien sujetos.
—Buenas noches, señor Payne.
Salí y cerré a toda prisa, para que la lluvia no entrase en el interior del vehículo y me dije que no lo había visto sonreír.
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Noventa días « Ziam »
FanfictionTras poner punto final a su relación días antes de la boda, Zayn Malik decide romper con su vida anterior y se muda a Londres dispuesto totalmente a empezar de cero. Él cree estar listo para el cambio, pero nada lo ha preparado para enfrentarse a Li...