—Llegas tarde.
Miré el reloj y vi que efectivamente pasaban cinco minutos de las nueve, aunque eso no justificaba que ni siquiera me hubiese dado las buenas noches.
—Sube arriba y véndate los ojos.
Si no lo hubiese mirado, probablemente me habría ido del apartamento dando un portazo. Pero lo miré y decidí arriesgarme y confiar en lo que creí ver en sus ojos: desesperación porque me quedase con él.
Subí, me senté en la cama —las piernas no dejaban de temblarme— y me vendé los ojos.
—Fuiste a la boda con Shawn—dijo Liam con la voz contenida.
Debió de subir poco después de mí y sonaba más enfadado de lo que me lo había parecido abajo.
—Y hoy has ido a comer con Paul.
Noté sus manos alrededor del cuello, que luego descendieron para quitarme el la camisa con un único movimiento.
—Tú sabías las normas —añadió un segundo antes de quitar mis zapatos con prisa y lanzarlos al suelo—. Las sabías desde el principio.
Asentí a pesar de que no sabía si me estaba mirando.
—Sabías las normas y me pediste que fuese a la boda.
Tiró de mi pantalón hasta quitármelo y separó las piernas con las manos.
Estaba de rodillas delante de mí. Podía sentir su mirada fija en mi cuerpo y con cada respiración suya me excitaba más y más. Y seguro que él podía notarlo. Verlo.
—Tú no puedes cambiar las normas.
Me cogió las manos y me las colocó encima de sus hombros, una a cada lado. Yo me aferré a él.
—Pero yo sí.
Inclinó la cabeza hacia mi sexo y sopló ligeramente sobre el glande. Me estremecí y gemí. Él esperó unos segundos y luego volvió a inclinarse y me pasó la lengua por encima de la ropa interior. Volví a gemir y apreté tanto los dedos que le clavé las uñas. Liam ni se inmutó; se limitó a apartarse un poco y entonces me dijo lo que quería:
—Esta noche vas a tener que pedirme lo que quieras que te haga. No voy a ponértelo fácil, Zayn. Si quieres algo, si quieres que te bese, que te toque, que te acaricie, tendrás que pedírmelo. Tú sabes lo que necesitas, así que ya va siendo hora de que lo reconozcas. Y que aprendas que yo no tengo sustituto.
¿Sustituto? ¿Liam pensaba que Shawn o Paul podían sustituirlo? Oh, Dios, estaba celoso y ni siquiera él lo sabía. Y aquél era su modo de expresarlo. Eso, o mi mente ya estaba buscando —otra vez— el modo de justificarlo.
—Dime, Zayn, ¿qué quieres? —me susurró entonces al oído. Se había incorporado un poco y yo, a pesar de que seguía con las manos en sus hombros, no me había dado cuenta—. ¿Quieres que te bese? —Me besó en la mandíbula—. ¿Que te muerda? —Me mordió el lóbulo de la oreja y después el cuello—. ¿Que te toque? —Deslizó una mano por mi muslo derecho hasta llegar a la cintura, luego subió despacio, me recorrió el ombligo y las costillas y se detuvo tras pellizcarme el pezon —. ¿O quieres que me vaya y te deje en paz?
Tragué saliva un par de veces. No podía pensar, todo mi cuerpo estaba al borde del abismo; me temblaban las manos, me sudaba la espalda, no sabía si lo que tenía en el estómago era un nudo o el mayor enredo del mundo. Los labios me hormigueaban a la espera de los besos que él todavía no me había dado.
—Dímelo, Zayn. Esta noche tienes que decidirlo tú. Tienes que asumir que sólo yo puedo darte lo que necesitas.
«Y tú necesitas oírmelo decir», pensé, en medio de la bruma de deseo que me nublaba la mente.
—Quiero que me desnudes —dije, tras humedecerme los labios—. Quiero que los dos estemos desnudos.
Liam me cogió una mano y entrelazó los dedos con los míos, luego la guió por su torso y su cintura.
—Yo ya lo estoy.
Me colocó la mano en su pene, que se movió ligeramente bajo mis dedos. Mientras yo seguía tocándolo, él llevaba mi mano de arriba a abajo a través de su miembro. Me apartó la mano para poder tomar la otra y confieso que mis dedos se negaron a apartarse.
Tocar a un hombre nunca me había parecido erótico, digamos que siempre había creído que era un trámite necesario, pero tocar a Liam era fascinante y muy, muy excitante. Su piel quemaba y temblaba, aunque, al mismo tiempo, su erección, que había estado acariciando, desprendía tanto poder como su dueño. Lo habría seguido haciendo hasta que él me hubiese pedido que parase. Se me escapó otro gemido.
—Levanta las caderas.
Su voz me puso la piel de gallina, todavía más, y en cuanto hice lo que me pedía, él me quitó el boxer.
Y luego se detuvo.
Yo volvía a estar sentada en la cama, con él delante de mí. Lo sabía porque, aunque no lo veía, podía sentir su respiración sobre la piel. Atormentándome.
—Pídeme lo que quieres que te haga.
Volvió a cogerme la mano y pensé que volvería a llevármela a su erección. Deseé que lo hiciese, pero Liam volvió a demostrarme que sólo él sabía lo que yo de verdad quería. O necesitaba. Con sus dedos entrelazados con los míos, colocó ambas manos encima de mi miembro.
—Pídemelo, Zayn. O me iré y tendrás que solucionarlo tú sólo. —Me mordió de nuevo el cuello y luego lamió el mordisco—. No dudo de tu capacidad para masturbarte. —Me movió los dedos hacia mi glande y yo gemí. Un poco más. Un mordisco más. Un beso. Y llegaría al orgasmo—. Pero sabes que no es eso lo que necesitas.
¿Ah, no?
Movió un poco más la mano y bajó la cabeza para atraparme un pezón con los labios. ¡Dios mío! Me lo recorrió con la lengua una y otra vez y no dejó de mover nuestros dedos. Pero Liam tenía razón, nada de eso era suficiente. Estaba muy excitado, mi cuerpo y mi mente necesitaban llegar al final, pero sólo él podía llevarme hasta allí. Era tal como me había dicho la primera vez, ahora mis orgasmos, mi placer, le pertenecían y sólo él podía dármelos.
—Dime lo que de verdad deseas, Zayn. Dímelo y te lo daré.
—Yo… —balbuceé al fin.
—¿Sí?
¡Dios! Liam me soltó la tetilla y repitió la caricia en la otrae. Sus caricias eran perfectas. Lentas, intensas, podía sentir lo excitado que estaba en las yemas de mis dedos, lo excitado que estaba él respirando pegado a mi torso. Y nada de eso era suficiente.
—Hazme el amor —sollocé casi desesperada.
—Oh, no —dijo, apartándose un instante—. No es eso lo que quieres —susurró, deslizando, por fin, un dedo en mi entrada, justo debajo de mis bolas. Quise cerrar las piernas para retenerlo allí, pero Liam me lo impedía—. Eso no es lo que quieres. Hacer el amor es una frase de seriales de televisión, Zayn. Tú no quieres que te haga el amor. —Dejó el dedo inmóvil y me mordió un pezón. Yo arqueé la espalda en busca del placer que me estaba negando—. Dime la verdad. Qué quieres.
—Quiero… —Tuve que humedecerme los labios varias veces y tragar saliva—. Quiero que me poseas. Quiero que te metas dentro de mí y no salgas nunca. Quiero que me hagas tuyo.
—Buen chico.
Apartó la mano de mi entrada y yo me habría quejado, le habría suplicado incluso, si en aquel mismo instante no me hubiese cogido en brazos y me hubiese tumbado en la cama.
Me separó las piernas, levantando mis piernas y él se colocó en medio, entonces, me sujetó las manos y me las llevó a sus pectorales. Estaba sudado y temblaba, y me dije que era porque estaba tan excitado como yo.
Y también que ése era su modo de decirme que sentía lo mismo que yo. Pero entonces escupió mi entrada y me penetró yo solo dejé de pensar.
—Sí, Zayn. Siente cómo tu cuerpo se niega a dejarme escapar —dijo Liam sin mover las caderas—. ¿Es esto lo que necesitas?
Yo gemí y apreté los dedos para indicarle que si no se movía, me volvería loco.
—No, no, tienes que pedírmelo. ¿Recuerdas?
—Muévete.
El muy bastardo movió ligeramente las caderas.
—¿Así?
Negué con la cabeza. ¿Era posible morir de placer?
—Vamos, Zayn. dime lo que quieres. Tú rompiste las normas. Dime lo que quieres.
Colocó una mano en uno de mis pezones y me lo pellizcó.
—Muévete más rápido, tócame, muérdeme, bésame, haz lo que quieras. —Eso era. Por fin lo entendí—. Haz lo que quieras, Liam.
El gemido de placer que escapó entonces de sus labios fue el más erótico que había oído en toda mi vida y fue lo único que necesité para llegar a correrme.
Liam me poseyó con la misma certeza e intensidad que las otras veces. Me besó como si me necesitase para respirar, que era como yo lo necesitaba a él; me mordió, me tocó y, con las caderas, mantuvo un ritmo frenético que consiguió volver a excitarme.
Y cuando eyaculó y dijo «¡Mío!» al llegar al orgasmo, yo también lo alcancé. Y lo abracé.
—Haz conmigo lo que quieras —le susurré a su oído.
Y él tembló.
Liam fue el primero en reaccionar, al fin y al cabo, él estaba encima y yo seguía con los ojos vendados. Se apartó despacio y se incorporó y oí que sus pasos se alejaban de la cama en dirección a la escalera (lo supe porque el primer escalón hacía un ruido característico al pisarlo).
¿Iba a irse?
Ni hablar.
—Ya han pasado siete noches más —le dije como si nada—. Tengo derecho a otra pregunta.
Durante unos segundos no oí nada. Liam no había dado ni un paso más, ni para acercarse ni para marcharse de allí, así que supuse que lo estaba pensando.
—De acuerdo —se avino al fin.
Solté el aliento que estaba conteniendo y me senté en la cama. Levanté las manos para quitarme la venda, pero me topé con las de Liam.
—Ya lo hago yo —se ofreció con voz ronca.
Tuve que parpadear un par de veces para enfocar la vista y, aunque mi corazón me pedía justo lo contrario, fingí que no había pasado nada del otro mundo entre los dos y me levanté de la cama.
—Voy al baño un segundo —le dije.
Él estaba de pie, a medio camino entre la cama y la escalera, como si todavía no estuviese seguro de si iba a quedarse.
Fui al baño y, después de asearme un poco, me puse el batín que colgaba de detrás de la puerta. A pesar de que sabía que tendría que volver a mi piso, y de que me había jurado a mí mismo que no me importaba, no iba a vestirme a toda prisa.
Salí del baño y vi que él se había puesto una camiseta negra y unos calzoncillos y que me estaba esperando sentado en el suelo, justo en el primer escalón. Bueno, pensé, al menos no se había ido.
—¿Qué quieres preguntarme?
—¿De quién era el rosal de rosas rojas?
Liam ni siquiera intentó ocultar que mi pregunta lo había pillado por sorpresa. Seguro que pensaba que le preguntaría por qué no me había acompañado a la boda o por qué era como era con relación al sexo.
No, eso quizá se lo habría preguntado antes. Antes de comprender que, si quería estar con él, debía tener paciencia. Liam no era el único que sabía lo que necesitaba el otro.
—De mi madre. Lo tenía plantado en el jardín de nuestra casa y lo regaba cada día. La recuerdo arrodillada, con su delantal y con las tijeras de podar en una mano. Yo la ayudaba y supongo que al final terminé por aprender algo.
—¿Es el mismo rosal?
—No exactamente, cuando vendí la casa me quedé con un brote y después lo planté en mi jardín. No quería llevarme nada entero de aquella casa.
Allí estaba, era el momento perfecto para preguntarle algo más, para averiguar parte de lo que le había sucedido de pequeño. Pero no lo hice. No le pregunté nada más. Liam se habría dado cuenta de que lo estaba interrogando y la próxima vez que quisiera preguntarle algo se cerraría en banda.
—Son unas rosas preciosas. Todavía tengo la que me regalaste el día del baile; la colgué boca abajo para que se secase —le expliqué, mientras recogía mi ropa y mis zapatos del suelo. Él siguió mis movimientos sin decir nada y, cuando lo tuve todo, fui yo la que volvió a hablar—: Me voy a vestir, no hace falta que me esperes, ya cerraré al salir. Buenas noches, Liam.
Quería besarlo, abrazarlo, tumbarlo allí mismo en el suelo y hacerle el amor tal como él me lo había hecho a mí, pero obligué a mis pies a ir en dirección contraria.
—Buenas noches, Zayn.
Oí que se levantaba y que bajaba la escalera. Y no negaré que me habría gustado que fuese detrás de mí, me cogiese en brazos y me pidiese que me quedase, pero al menos esa vez había sido yo la que había decidido irse antes de que él me dejase sólo en la cama.
Vestido y decidido a no derrumbarme, al menos hasta que no estuviese a solas, apagué la luz y bajé la escalera.
No vi a Liam por ninguna parte, pero encima del mueble de la entrada había una rosa roja.
Me la llevé..
.
.
.
.Que picante estuvo esto. Me encanta.
Pueden dejar su comentario y su voto en apoyo, ánimo.
ESTÁS LEYENDO
Noventa días « Ziam »
FanfictionTras poner punto final a su relación días antes de la boda, Zayn Malik decide romper con su vida anterior y se muda a Londres dispuesto totalmente a empezar de cero. Él cree estar listo para el cambio, pero nada lo ha preparado para enfrentarse a Li...