veinte;

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Cuando estaba en el bufete, apenas veía a Liam, aunque él siempre me dejaba un té al lado del ordenador. De noche, iba a su apartamento, me vendaba los ojos y me entregaba a él sin reservas.
Pero no importaba lo intensas que fueran esas noches, él nunca se quedaba a dormir conmigo y había ciertos temas, la mayoría, de los que se negaba a hablar. Yo seguía diciéndome que tenía que darle tiempo, pero empezaba a tener dudas. Quizá yo no era la pareja que él necesitaba.

A juzgar por lo que sucedía entre los dos, Liam me deseaba y cada noche que pasábamos juntos era más autoritario y más creativo que la anterior, y el placer que yo sentía en sus brazos era cada vez mayor. Pero seguía sin abrirse a mí. Y tenía miedo de que nunca llegase a hacerlo.
—Zayn, acabo de enterarme de una cosa y… tenemos que hablar —me dijo Diana, apareciendo ante mi mesa. Se la veía muy nerviosa y en seguida dejé de pensar en mí y me preocupé por ella.
—Claro. —Miré el reloj—. Si quieres, podemos salir a comer.
—Sí, sí, será lo mejor —masculló ella.

Cogí mi bufanda y nos dirigimos al ascensor. Caminamos por la calle en silencio, era obvio que mi amiga y compañera de trabajo estaba alterada y pensé que lo mejor sería no preguntarle nada y darle tiempo para que pusiese orden en sus pensamientos.

Entramos en el vegetariano y justo entonces vibró mi móvil y vi que me había llegado un mensaje.
«Come algo más que una ensalada».
Sonreí y tecleé la respuesta.
«¿O si no, qué?»
Tardó apenas unos segundos en responderme:
«O esta noche tendré que cocinar y tenía pensado dedicarme a otras cosas».
Sonreí.
«De acuerdo. Besos».
Era la primera vez que le escribía algo como «besos». Y quise borrarlo en cuanto le di a la tecla de enviar.
«¿Sólo besos? Estoy decepcionado, te creía más atrevido, Zayn», leí casi al instante y suspiré aliviada.
«Estoy con Diana—escribí al ver que habíamos llegado a nuestra mesa y que mi amiga me miraba intrigada—. Adiós».

Guardé el móvil en el bolso para que no volviese a distraerme y le presté toda mi atención a Diana.
—¿Qué sucede?
—Esta mañana me ha llamado una de las amigas de Josh para confirmarme que vendría a la boda acompañada —empezó, lo que me dejó completamente perpleja.
¿Por eso estaba tan alterada?
—¿Tienes que quitar a alguien de la boda? ¿Es eso? Por mí no hay problema, ya te dije que…
—No, no es eso —me interrumpió ella— y si tuviese que quitar a alguien, tengo una lista muy larga antes que pedirte a ti que no vengas.
—Entonces, ¿qué pasa?
Cogí el vaso de agua y bebí un poco.
—La amiga de Josh, Barbara, me ha dicho que va a venir con su nuevo novio, Paul Delany. Tu Tom.
—No es mi Tom —fue lo primero que dije—, además, ¿cómo sabes que es él? Delany es un apellido muy común.
—Barbara me ha contado que Paul stuvo a punto de casarse hace unos meses y que al final canceló la boda. Y también que acaba de instalarse con ella porque se ha mudado de Brasford.
—Sí, no cabe duda de que es él —asentí entre dientes.
—Quería decírtelo para que no te pillase por sorpresa. Barbara es amiga de Josh desde la infancia, así que no puedo decirle que no venga acompañada y tampoco puedo contarle lo de Paul.
—Por supuesto que no. Te agradezco que me hayas avisado.
—Esto no te hará cambiar de opinión acerca de asistir a la boda, ¿no?
—Quizá sería lo mejor. No tengo ganas de ver a Paul, ya no pienso en él y te aseguro que no lo echo de menos ni nada por el estilo, pero no sé si quiero verlo acaramelado con otra delante de mis narices —contesté sincera.
—Pero yo quiero que vengas. Llevo semanas martirizándote con los preparativos y quiero que veas que no estoy completamente loca. —Se puso seria y añadió—: Sé que hace poco tiempo que somos amigas, pero creo que te iría bien ver a Paul. Ya sé, podrías venir acompañado por ese hombre que te manda mensajes. Siempre que recibes uno se te ilumina el semblante.
—Ah, no, él no podrá venir —me apresuré a decir.
Diana no tenía ni idea de que el hombre de los mensajes era Liam. Él nunca nos presentaba como novios ni hacía nada que pudiese indicarlo, y yo había seguido su ejemplo. Muy a mi pesar.
—¿Se lo has preguntado?
—No, pero…
—¡Pues pregúntaselo! Pregúntaselo —insistió.
—Está bien, se lo preguntaré. ¿Satisfecha?
—Sí, la verdad es que me muero de ganas de conocerlo. ¿Cómo se llama?
La llegada del camarero con nuestros platos impidió que le mintiese.
Comimos sin volver a hablar del tema y cuando Diana fue al baño antes de salir, cogí el móvil y le mandé un mensaje a Liam.
«Tengo que hablar contigo».
«¿Trabajo?», contestó él.
«No, personal», escribí yo.
«¿Urgente?»
«Sí».
«¿Estás bien? Voy a buscarte».
«¡¡¡¡No!!!! Estoy bien», me apresuré a contestarle a toda velocidad.
«Ven a mi despacho cuando llegues».
Diana y yo volvimos al bufete; ella siguió contándome cosas de la boda y del viaje de novios que emprenderían justo al día siguiente de la ceremonia, y yo intenté prestarle atención.

Noventa días « Ziam »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora