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—Apártate del señor Malik, Randy.
—Hola, Liam. —Hudson saludó a mi salvador y su sonrisa se ensanchó un poco más hasta convertirse en una mueca esperpéntica.
—Apártate.
Liam Payne entró en la sala y se acercó a donde yo estaba sin dejar de mirarme a los ojos. No desvió la vista hasta que me vio asentir levemente, un gesto que hice de manera inconsciente, pues estaba absorto mirándolo. Tuve la sensación de que si le hubiese dicho que el señor Hudson se había propasado, lo habría echado de allí sin dudarlo. Sin dudar de mí.
—No volveré a pedírtelo, Randy —le advirtió él, en cuanto quedó a medio metro del otro hombre.
Hudson me miró el escote que tenía mi camisa, directo a mi pecho palido. Yo había elegido precisamente ese día para ponerme una camisa de seda blanca. No transparentaba mucho y, además, debajo llevaba uno de esos visos de seda que parecen de otra época, pero, aun así, tuve ganas de taparme. No lo hice, no quería levantar las manos y que aquel cretino volviese a sonreírme. Apreté los dedos para contener el impulso y Liam, evidentemente, se fijó en el gesto.
—Basta, Randy. —Lo cogió por el antebrazo y lo apartó de mí con un único y firme movimiento.
El señor Hudson quedó con la espalda pegada a la pared y Liam, aunque lo soltó, se colocó justo delante de él y le dijo muy despacio:
—Discúlpate con él, Randy.
—He venido a buscar mi móvil —se justificó, fingiendo que la presencia de aquel hombre más joven y mucho más fuerte que él no lo intimidaba.
—¿Este móvil? —Liam le mostró un smartphone que dejó con un golpe seco en la mesa—. Estaba en el servicio de caballeros. Aunque eso ya lo sabías, ¿no?
—No todos somos tan retorcidos como tú, querido Liam.
Yo habría podido irme, pero mis pies y mis ojos se negaron a alejarse de allí; gracias a eso, vi que esa última frase había herido a Liam, o, como mínimo, rozado, porque frunció el cejo y, por un instante, le cambió el brillo de los ojos.
—Vete de aquí, Randy. Y no vuelvas si no es por algo que tenga que ver con el divorcio.
—Tú tendrías que ser mi abogado y no el de Garis. Se suponía que eras mi amigo.
Eso sí que no me lo esperaba.
—Ya sabes por qué soy el abogado de Garis.
—Oh, sí, me olvidaba… Estás convencido de que porque le fui infiel merezco ir al infierno. ¿Y qué te mereces tú, Liam? ¿Adónde van los hombres como tú?
Él entrecerró los ojos, que se le vieron completamente negros. Me pareció que apretaba la mandíbula, pero el resto del cuerpo lo mantuvo inmóvil.
—Discúlpate con la señor Malik.
Al oír de nuevo mi nombre, me esforcé por centrarme en lo que estaba pasando y no en lo que mi mente estaba pensando. ¿Acaso ellos eran amigos?
Los dos se sostenían la mirada, midiéndose como si fueran a batirse en duelo. Aun en el caso de que fuesen amigos, algo que me costaba creer, no sería bueno para nadie que se liasen a puñetazos en medio de la sala de reuniones. Seguro que a Patricia no le gustaría. Y yo no quería darle ningún motivo al señor Liam para despedirme.
—No es necesario —dije, para ver si así disminuía un poco la tensión.
—Por supuesto que es necesario —repuso Daniel rotundo.
El señor Hudson levantó la vista para mirarlo a los ojos y, tras unos segundos, abrió los suyos como si acabase de descubrir algo realmente sorprendente.
—No sabía que fuera tuyo—dijo entonces y Liam retrocedió un poco y movió levemente la cabeza, intentando negarlo. Hudson levantó una mano y lo detuvo—: Le ruego que me disculpe, señor Malik, todo ha sido un malentendido.
Luego cogió el móvil de donde Liam lo había puesto y se fue de allí dejándome a mí confusa y a Liam Payne en completo silencio.
—Gracias por haber venido a ayudarme —le dije yo tras unos largos segundos.
No sabía si quería que me fuese, pero después de haber estado unos días sin verlo, quería quedarme un poco más. Y no iba a analizar el porqué. Liam Payne acababa de salvarme de una situación como mínimo embarazosa y eso lo convertía en lo más parecido a un príncipe azul que yo hubiese visto nunca. Aunque cualquiera que lo viese entonces diría que se arrepentía de haberme ayudado. Quería preguntarle qué había querido decir Hudson con lo de que yo era suyo, pero no me atreví. Los ojos le brillaban con intensidad y era más que evidente que estaba haciendo un esfuerzo por contenerse.
Él se dio cuenta de que lo estaba mirando y sacudió la cabeza para despejarse; después volvió a centrar sus ojos negros en mí. Esperé a que hablase.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Perfectamente. —Respiré—. Gracias a ti.
—No deberías haberte encerrado aquí con él —dijo, recorriéndome con la mirada, como si quisiera comprobar que de verdad había salido ileso del encuentro.
Debió de sentirse satisfecho con el resultado, porque se metió las manos en los bolsillos y se dio media vuelta.
—Él ha entrado detrás de mí y ha cerrado la puerta. Me he portado como una estúpido —solté yo, casi sin saber por qué.
No, sí sabía por qué; no quería que Liam creyese que me había encerrado gustosa en la sala de reuniones con el señor Hudson.
Se detuvo y se volvió de nuevo.
—No eres estúpido, Zayn. Eres demasiado inocente.
—¿Por qué lo dices como si fuese un insulto?
Para mi sorpresa, el majestuoso Liam Payne se sonrojó un poco, lo que lo hizo todavía más atractivo.
—No es un insulto, es una barrera.
—¿Una barrera? —le pregunté confusa.
—No me haga caso, señorito Malik. Acabo de llegar del aeropuerto y estoy de mal humor.
Volvió a tratarme de usted, pero esta vez no me importó. Tuve la sensación de que era algo entre nosotros. «Ya está, Zayn, ya vuelves a imaginarte cosas».
—David Letel me ha dicho que está impresionado con usted —continuó él.
—Eso es bueno, ¿no, señor Payne? —Le sonreí.
—No lo sé, señor Malik. No lo sé.
Se frotó la cara y, por primera vez desde que había entrado en la sala, me di cuenta de que tenía ojeras y que parecía muy cansado.
—Debería irse a casa y descansar un rato, señor Payne.
—No creo que pueda. —Se balanceó sobre los talones, un gesto que no encajaba con el tipo duro que había amenazado a uno de los hombres más famosos de Inglaterra hacía unos minutos. Carraspeó y se puso firme—. ¿De verdad estás bien, Zayn?
Sonreí al oír mi nombre otra vez. Nunca me había parecido tan sexy. Normalmente, me parece anticuado y pasado de moda. Cursi incluso. Pero en boca de Liam Payne sonaba sencillamente perfecto; elegante, misterioso. Sensual. Él pronunciaba cada sílaba, cada letra, como si su lengua quisiera grabar esos movimientos en su paladar.
—De verdad, Liam.
Me acerqué a él e hice algo completamente inapropiado. Mucho más inapropiado que mis pensamientos. Me puse de puntillas y le coloqué una palma en la mejilla. Lo noté temblar bajo mi mano; empezaba a notársele la barba, así que seguro que no había podido afeitarse en el avión.
—Gracias —le susurré al oído derecho y, antes de apartarme, le di un beso en la mejilla.
Me fui de allí antes de que él pudiera reaccionar y decidiese despedirme, y de que yo me convenciese a mí misma de que podía volver a besarlo.
—¿Irás a la fiesta? —me preguntó Diana.
—¿Qué fiesta? —le pregunté, mientras almorzábamos, una semana más tarde. Había decidido no contarle nada de lo del señor Hudson; básicamente porque luego tendría que contarle lo de Liam Payne y entonces probablemente tendría que explicarle algo que por el momento ni siquiera yo entendía.
—La del Museo Británico. La organiza el colegio de abogados con el patrocinio de los bufetes más importantes de la ciudad. Porter & Payne participa cada año.
—No creo que me inviten, acabo de llegar —afirmé convencida.
—Siempre estamos todos invitados. Seguro que David o Patricia te lo dirán hoy mismo.
—Así es, Zatb —nos interrumpió David, entrando con un sobre en la mano—, aquí tienes tu invitación.
—Gracias —balbuceé—, aunque creo que…
—Ah, no, no te atrevas a decir que no vas a venir —me interrumpió Diana—, es la primera vez que no soy la más joven del bufete. Tienes que venir.
—Diana tiene razón, Zayn. Tienes que venir. Es un acto muy importante y a los socios les encanta demostrar lo generosos que son al invitar a sus empleados.
Alguien dio unos golpecitos en la puerta y los tres nos volvimos hacia allí. Era Patricia: parecía cansada, pero tenía una sonrisa en los labios e iba tan elegante como siempre.
—Te estaba buscando, David, ¿tienes un momento?
—Por supuesto, para ti todos los que quieras, Patricia —le contestó él, flirteando.
—Oh, no, ¿qué has hecho esta vez? —El piropo no dejó indiferente a Patricia, que se sonrojó.
—¿Yo? Nada —se defendió David—. Le estaba diciendo a Zayn que tiene que venir a la fiesta del viernes.
—Ay, es verdad, Zayn, me había olvidado de comentártelo. Han sido unos días muy complicados y…
—No hace falta que te disculpes, por favor —la detuve.
Patricia había hecho tantas cosas por mí que me incomodaba que se sintiese culpable por esa nimiedad.
—En fin, tienes que venir y no porque David te haya dicho que nos encanta presumir de empleados —puntualizó, mirando al abogado, cuyo rostro se puso del color de la corbata escarlata que llevaba.
—Yo no he dicho tal cosa.
—Iré. Gracias por invitarme —contesté para salvar a mi jefe.
Patricia me sonrió y luego volvió a mirar seria a David.
—Jovenes —dijo éste—, seguid trabajando en el divorcio de los Hudson. La última reunión fue bien, pero no quiero ninguna sorpresa en el juicio. —Y desapareció junto con Patricia.
Diana y yo seguimos con el caso, aunque confieso que, en más de una ocasión, me descubrí pensando que no tenía nada que ponerme para esa fiesta. Al final me di por vencido y, aunque sabía que quedaría como una quinceañera, me atreví a preguntárselo a mi compañera.
—¿Tú qué te pondrás para la fiesta?
Diana dejó el bolígrafo encima de la mesa y apartó los papeles que tenía delante.
—No sabes qué clase de fiesta es, ¿a que no?
—¿A qué te refieres?
—Abre la invitación —me dijo, señalando el sobre que, efectivamente, yo no había abierto.
Rompí el lacre, no sabía que hoy en día aún se utilizaran esas cosas, y saqué la invitación.
—Es un baile de máscaras.
Tras recuperarme de la impresión y decidir que encontraría alguna excusa para no ir a la fiesta, como por ejemplo que había tomado la determinación de entrar en un convento, me centré en mi trabajo: repasar por enésima vez el acuerdo prematrimonial de los Hudson.
Igual que los demás días, me quedé solo hasta tarde en la biblioteca del bufete, intentando ponerme al día. Aunque me molestase reconocerlo, en Bradford, la práctica del Derecho era algo distinta a la de Londres.
Estaba leyendo una aburridísima sentencia cuando oí la puerta y, al levantar la vista, me topé con el causante de que estuviese hasta las tantas repasando jurisprudencia.
—¿Qué está haciendo aquí, señor Malik? — Liam sacudió el brazo izquierdo y se miró el reloj, que sobresalió por el puño de la camisa blanca. Volvía a llevar un traje negro, pero no tenía el pelo mojado como el primer día—. Debería haberse ido a casa hace un rato.
—Y usted también —repuse.
Se metió las manos en los bolsillos y se acercó a la mesa en la que yo estaba trabajando. Cuando pasó por detrás de mí, pensé que se detenía un segundo, pero no, seguro que sólo fue mi imaginación. ¿Por qué quería que se detuviese a mi espalda? No tuve tiempo de analizarlo pues él siguió avanzando hasta pararse a un lado de la mesa, a dos sillas de distancia de la que yo ocupaba.
—Lamento lo que sucedió con Randy —me dijo.
—No fue culpa tuya. No tienes por qué disculparte por él.
—Debería haberle advertido a David acerca de su carácter impetuoso —añadió, asumiendo de nuevo la responsabilidad por lo sucedido.
—No sabía que fueras amigo del señor Hudson.
—¿Amigos? ¿Randy y yo? No, no somos amigos —replicó, ofendido por la mera observación.
—Lo siento —rectifiqué de inmediato. No quería echar a perder la primera conversación más o menos normal que manteníamos.
—Hudson y yo coincidimos una vez en un sitio. —¿Fueron imaginaciones mías o tardó mucho en elegir cada palabra?—. Y él se quedó con la idea equivocada de que tenemos cosas en común.
—Qué disparate —me salió del alma—, pero si sois completamente opuestos.
—Gracias, pero no deberías juzgar tan rápidamente a las personas. Quizá Randy Hudson y yo nos parezcamos más de lo que crees —respondió, mirándome a los ojos.
—No. Imposible —insistí, a pesar de que tuve el fuerte presentimiento de que en su frase había una advertencia.
—David me ha dicho que está muy contento contigo —comentó, encogiéndose de hombros.
Seguía con las manos en los bolsillos y si a eso le sumamos su cara de cansado y la barba que empezaba a salirle, el resultado final era devastador. Liam Paynr en plan abogado agresivo era impresionante, pero cansado y algo inseguro, porque eso era exactamente lo que parecía en ese momento, dejaba sin aliento.
El hombre que tenía delante en ese preciso instante no parecía el mismo que había echado a Randy Hudson de la sala de reuniones. ¿A qué se debía el cambio? ¿Qué había sucedido durante los días que no lo había visto?
—Estoy aprendiendo mucho y todo el mundo es muy amable conmigo.
Él asintió y creo que tuvo intención de sonreírme, pero al final no lo hizo.
—Será mejor que me vaya —dijo entonces. Y se dirigió decidido hacia la puerta. Pensé que se iría de allí sin más, pero se detuvo al tocar el picaporte—. No deberías haberme besado.
—Yo… —balbuceé.
—No vuelvas a hacerlo.
—Yo… —Perdí la capacidad de hablar.
—Patricia me ha contado que tu madre es su mejor amiga, así que sé que no puedo despedirte. Y es evidente que eres demasiado terca como para renunciar al trabajo. También me ha contado por qué decidiste irte de Branford.—añadió, antes de que yo pudiese decirle que no era terca.
Genial, el primer hombre que me hacía sentir una atracción que hasta entonces creía que sólo existía en las novelas sabía lo que me había hecho mi novio, mi único novio. Perfecto. Sencillamente perfecto.
—¿Significa eso que puedo quedarme? —le pregunté, negándome a darle ninguna explicación acerca de Paul o de mi pasado.
—Significa que no voy a hacer nada para que te vayas —me aclaró él sin darse la vuelta—, pero lo demás sigue en pie.
—¿Lo demás? —Me sentí tan aliviado al saber que no intentaría despedirme que no supe a qué se refería con esa coletilla.
—Sí. A no ser que sea una cuestión de vida o muerte, manténgase alejado de mí, señorito Malik. ¿Comprendido?
—¿Por qué?
Oh, no, lo había dicho en voz alta. Y él se estaba volviendo poco a poco.
—¿Por qué? —Liam repitió mi pregunta mirándome a los ojos—. Porque nos sentimos demasiado atraídos el uno por el otro.
El corazón me dejó de latir. Quizá me había quedado dormido y todo aquello era un sueño. No, Liam Payne estaba allí de verdad, con sus ojos negros fijos en los míos, mirándome como si estuviese furioso. Tuve que tragar saliva varias veces antes de poder hablar.
—¿Y eso es malo?
Quizá el bufete tenía una política muy estricta en cuanto a las relaciones entre trabajadores. Pero él era uno de los dos socios, su nombre estaba en la puerta, seguro que podía hacer lo que quisiera.
—Puede serlo.
—¿Por qué? ¿Acaso tendrías problemas con Patricia si salieras conmigo?
No quería seguir dándole vueltas al tema, y si él tenía derecho a ser tan directo, yo también. O eso me dije cuando me noté la espalda empapada de sudor.
—No, aunque probablemente querría arrancarme la piel a tiras. —Se pasó las manos por el pelo y respiró hondo—. Yo no quiero salir contigo.
Vaya, entre mi ex y Liam Payne mi ego jamás se recuperaría.
—Lo que yo quiero es mucho más complicado y tú no eres de la clase de hombre que puede entenderlo —aseguró, pero el brillo que apareció en sus ojos, sólo por un instante, proclamó a gritos que esa afirmación era falsa.
No sé qué me pasó exactamente. Quizá fue porque cuando pillé a Paul con aquella rubia de rodillas delante de él, haciéndole —cito textualmente sus palabras— «la mejor mamada de la historia», mi ex me dijo que yo no era de la clase de hombre que podía hacerlo feliz. ¿Qué clase de hombre se suponía que era yo? ¿De las que todo el mundo se atreve a ignorar o a pisotear? El caso es que dije:
—Yo tampoco quiero salir contigo.
Recogí furioso mis cosas, devolví los libros a la estantería y me guardé la invitación en el bolso. Daniel seguía inmóvil en el mismo lugar, observándome intrigado.
—Si sabes lo de Paul —añadí, mientras ordenaba los libros—, entonces entenderás que ahora mismo no quiera salir con nadie. —Cerré el portátil e intenté no hacerle pagar las consecuencias—. Ahora mismo, lo único que quiero es pasarlo bien. —Vi clarísimamente que él apretaba los puños y entrecerraba los ojos, pero seguí adelante—. No voy a negar que me siento atraído por ti, tú mismo lo acabas de decir —me colgué el bolso del hombro y me acerqué a él—, pero estoy convencido de que encontraré a otro hombre que me haga sentir lo mismo.
—Vaya con cuidado, señor Malik. Está jugando a un juego muy peligroso —me advirtió, mirándome a los ojos.
Me concentré y le dediqué mi mejor mirada de hombre fatal; no quería que se diese cuenta de que todo aquello era una actuación.
—No se preocupe, señor Payne...—le dije—. Ya buscaré a otro con quien jugar.
Levanté la mano para tocarle la mejilla y hacer una salida triunfal, pero él me cogió la muñeca y me detuvo.
—Esto no es ningún juego, Zayn.
—Suéltame.
Liam me miró a los ojos. Noté cómo los dedos con que me aprisionaba la muñeca temblaban ligeramente. Casi podía sentir el calor de su piel bajo mis yemas, el cosquilleo que me produciría su incipiente barba. Detecté un leve olor a cloro y sonreí. No le había visto el pelo mojado, pero había ido a la piscina. Seguí sonriendo y él entrecerró más los ojos e inclinó un poco la cabeza, un poco más. Noté que su torso se acercaba al mío, las solapas de su americana me rozaron y el corazón casi se me salió por la boca.
Iba a besarme. Empecé a cerrar los ojos y me pasé la lengua por los labios en un gesto inconsciente. Pero entonces Liam me soltó y se apartó. Cuando abrí los ojos, ya estaba en la puerta.
—Una última cosa —dijo.
Yo permanecí en silencio y, aunque Liam no me veía, no habló hasta que yo asentí.
—No vayas al baile —ordenó, con un tono que dejaba claro que esperaba que lo obedeciese.
Salí de allí y me fui a la que, según todos los blogs de moda, era la mejor tienda de máscaras de Londres.

Noventa días « Ziam »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora