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—Estoy ridículo, Niall.
—No digas estupideces, Zayn. Estás espectacular. Seguro que Johnny Deep te llevaría en su barco.
—Johnny Deep no tiene demasiado buen gusto para sus amores...
—Oh, vamos, reconoce que estás nervioso porque no ves al señor misterioso desde lo del té y tienes ganas de verlo.
—No estoy nervioso y, para que lo sepas, el señor misterioso está de viaje.
—¿Cómo lo sabes?
Me sonrojé y mentí como todo un experto.
—Se lo oí decir a alguien en el bufete.
—¿Y no asistirá a la fiesta más importante de la profesión? —me preguntó mi amigo. Muy incrédulo.
—Ni lo sé ni me importa.
—Mientes fatal, Zayn...
Niall estaba sentado encima de mi cama, con las piernas cruzadas, mientras yo no paraba de mirarme en el espejo. Tenía que admitir que me costaba reconocerme. El antifaz y el gorro de ala ancha me ocultaban la mitad superior del rostro y me daban un aspecto muy misterioso. Y gracias al corsé de cuero negro, parecía que tuviese mucho trasero del que en realidad tenía.
—Creo que llamaré a Patricia y le diré que estoy enfermo.
—Ni se te ocurra. Vas a ir a esa fiesta y a pasártelo bien. Conocerás a un abogado superatractivo y tendrás una aventura con él.
—Ves demasiadas películas —le dije a Niall.
—El día que llegaste a Londres, me dijiste que eso era lo que querías, ¿no?
—Sí. No. No lo sé. Tú sabes lo que me dijo Paul.
—Paul es un idiota.
—Lo sé. Gracias. Pero ¿y si tiene razón?
—¿¡Cómo va a tener razón!?
El timbre de la puerta nos interrumpió.
—¡Tus amigos ya están aquí! —exclamó Niall, eufórico, saltando de la cama—. Ahora no puedes escaparte.
¿Por qué habría accedido a que Diana y su novio pasasen a buscarme? Oí que Niall los invitaba a entrar y, tras colocarme balsamo en los labios, salí a recibirlos.
—¡Zayn, estás guapísimo! —exclamó Diana nada más verme.
—Gracias, tú también —respondí yo—. Los dos estáis muy bien.
Iban vestidos de aventureros, con un atuendo similar al de los protagonistas de la película La momia. Diana me había contado el día anterior, justo después de presentarme a su novio a la salida del trabajo, que era el único disfraz que él había accedido a ponerse.
—Tenemos el taxi abajo esperando —me informó—. Ha sido un placer conocerte, Niall.
—Lo mismo digo —contestó mi amigom Entonces me miró—. Vamos, vete y pórtate mal.
—Haré lo que pueda.
Durante el trayecto en taxi me relajé un poco. Tanto Dianaa como su novio eran muy agradables y me reí con sus historias sobre los preparativos de la boda. Llegamos al baile en pocos minutos y me atreví a pensar que iba a pasármelo bien.
El local estaba decorado con mucho gusto, con distintas mesas cubiertas con manteles blancos, cada una con un jarrón en el centro con flores recién cortadas, también blancas. Al fondo, una orquesta con sus miembros vestidos de esmoquin tocaban canciones de los años cincuenta, y había camareros circulando con bandejas repletas de copas de champán. Detrás de la barra, decorada acorde con el resto, dos barmans preparaban diversos tipos de cócteles.
Vi a Patricia, iba vestida al estilo gánster, sin ningún antifaz, y me acerqué a saludarla.
—Me alegro de que hayas venido, Zayn —me contestó ella, tras darme un beso en la mejilla y dejarme allí la marca de sus labios.
—Y yo. Muchas gracias por invitarme.
—Siempre invitamos a todo el bufete. —Cogió dos copas de champán de la bandeja de un camarero que se acercó a ofrecérnoslas—. Por tu llegada a Londres —dijo al brindar.
—Gracias. —Nuestras copas chocaron y bebí un sorbo.
—Bueno, tengo que ir a saludar a un par de jueces. Si me disculpas…
—Por supuesto.
Patricia dejó la copa en la bandeja de otro camarero que pasó por su lado y se alejó. Yo me quedé allí, con la mía entre los dedos, mirando a mi alrededor. La fiesta era todo un éxito, había gente hablando por todos lados y unas cuantas parejas bailando.
Diana me hizo un gesto desde una mesa y fui hacia ella. Estábamos charlando, después de que me presentase a sus amigos, cuando noté que alguien me estaba mirando. Sentí unos ojos clavados en mi espalda y no tuve que darme la vuelta para saber a quién pertenecían. No tendría que haber mirado, porque lo que vi me causó un repentino y agudo dolor en las entrañas.
Liam Payne acababa de llegar. Estaba hablando con Patricia y con dos personas más y, cogida de su brazo, llevaba a una mujer espectacular. Sin embargo, estaba segura de que me estaba mirando. Podía notar sus ojos fijos en mí a pesar de que apenas se le veían tras la máscara blanca que llevaba.
Iba disfrazado de Fantasma de la Opera; nunca había visto a un hombre al que el esmoquin le quedase tan bien. Y la máscara blanca que le cubría hasta los labios lo hacía parecer más peligroso que de costumbre. Para mi desgracia, yo siempre había sentido especial debilidad por el Fantasma y Liam Payne hacía quedar en ridículo a cualquier actor de Broadway que lo hubiese representado.
La mujer que lo acompañaba era realmente guapísima, iba vestida de época y sonreía como una boba, pero lo que más me molestó, fue ver cómo se aferraba al brazo de él; como si tuviese todo el derecho del mundo a hacerlo.
Tenía que apartar la vista y darles la espalda, pero mis ojos seguían fijos en los dedos que ella tenía sobre el antebrazo de él. Liam se dio cuenta y, desde la distancia, vi que cogía una copa de champán y se la pasaba a su acompañante… para que así ella tuviese que soltarle el brazo.
Me di media vuelta y me fui al baño. No sabía qué era peor, que me hubiese pillado mirándolo y hubiese sabido interpretar a la perfección lo que yo estaba sintiendo, o que se hubiese comportado como si le hubiese dolido herirme. Me encerré en un cubículo y me quedé sentado en el retrete un rato, pensando, y poco a poco la confusión que sentía se convirtió en enfado. Al fin y al cabo, Liam se había presentado allí con otra y seguro que a ésa no le había dicho que no quería salir con ella.
Sí, ahora estaba furioso y me sentía mucho mejor conmigo mismo. Salí del baño y me detuve un instante frente a un espejo para volver a colocar balsamo en los labios. Me coloqué bien el antifaz y volví a la fiesta, dispuesto a divertirme.
Bailé con uno de los abogados que Diana me había presentado y con otro estuve hablando más de media hora, mientras tomábamos una copa de champán cerca de la orquesta. También estuve con Patricia y con una antigua amiga de la facultad que, al parecer, trabajaba en otro importante bufete de la ciudad.
La orquesta tocaba piezas clásicas y modernas e iba alternando partituras más rápidas con otras de bailes lentos. Yo estaba sentada a una mesa, junto con Diana y su novio, pero cuando sonaron las notas de una canción muy romántica, salieron a bailar dejándome solo. Pasó un camarero y lo detuve para pedirle que, por favor, que me trajese otra copa. No me importaba quedarme sola, las burbujas del champán me harían compañía.
—Una pirata tan guapa como tú no debería estar sola —dijo una voz a mi espalda.
Me volví y me topé con el Zorro.
—Eres castaño claro—solté sin pensar. La verdad era que resultaba muy raro ver a un Zorro tan rubio y ése lo era.
—Ya —me sonrió él—. ¿Puedo sentarme?
—Adelante.
El camarero de antes apareció con dos copas, una para mí y otra para mi acompañante.
—Me llamo Shawn Mendes, llámame Shawn, por favor. —Me tendió la mano, cubierta con un guante negro, por supuesto.
—Zayn Malik—le ofrecí la mía y me presenté a mi vez.
Creía que iba a estrecharme la mano, pero se la llevó a los labios y me la besó. El Zorro no le habría estrechado la mano a cualquiera.
—Dime, Zayn, ¿por qué estás solo? ¿Quién es el idiota que te ha dejado aquí indefenso,
—Mis amigos están bailando —respondí, señalando a Diana y su novio—, y no estoy indefenso.
—Ah, me alegro.
Me sonrió como un canalla adorable, una de esas sonrisas a lo George Clooney que probablemente conseguirían derretir a cualquier persona. ¿Por qué a mí no, entonces? Negué levemente con la cabeza al comprender que me estaba comportando como una quinceañera sobrehormonada. Tenía a un adonis delante tirándome los tejos y yo seguía pensando en un hombre que hasta el momento lo único que me había dejado claro era que no quería salir conmigo.
—¿Quieres bailar, Shawn?
Mi pregunta lo sorprendió; sin duda aquel Casanova no estaba acostumbrado a que otra persona tomase la iniciativa, pero se recuperó en seguida y me guiñó un ojo.
—Por supuesto, Zayn.
Se puso en pie y me tendió la mano con un gesto muy caballeroso.
—Los piratas primero —me dijo con otra sonrisa. Y yo se la devolví.
Me acompañó a la pista, donde empezamos a bailar. Shawn sabía lo que se hacía, todos sus movimientos eran perfectos y estaban destinados a seducir a su acompañante: el modo firme en que me sujetaba la mano, lo cerca que estaba de mi torso, las palabras que me susurraba al oído de vez en cuando. Todo estaba muy bien calculado y resultaba sumamente halagador. Además, Shawn era exactamente lo que aparentaba. Y eso, después de los últimos días, me resultó muy atractivo. Y poco complicado. Y mucho más seguro para mi corazón, presentí.
—La fiesta está a punto de terminar —me comentó, cuando el baile llegó a su fin—. Me gustaría verte sin la máscara.
—¿Eso es todo lo que te gustaría?
El champán me había vuelto atrevido y sí, una parte de mí quería demostrarle a todo el mundo, en especial a Liam Payne, que no era tan inocente o remilgado como creían.
—No —me contestó él con media sonrisa—. ¿Quieres venir a mi casa?
—Preferiría ir a un hotel.
Por guapo que fuese, no quería ir a la casa de un desconocido. Las clases de educación sexual más los capítulos de «CSI» nos han enseñado a todas las personas que es mejor estar en territorio neutral y con gente cerca que pueda oírnos.
—Chico listo —dijo y me rodeó la cintura con un brazo para pegarme a él—. Tengo que despedirme de unas personas. No tardo nada.
Pensé que me besaría allí en medio y durante un segundo quise apartarlo de mí y volver la cara, pero me soltó con una sonrisa y sin hacer nada y vi que, efectivamente, se acercaba a hablar con dos caballeros, uno de los cuales era el juez al que Patricia había saludado antes.
Bueno, conocía a un juez, señal de que era alguien de fiar. De todos modos, busqué el móvil para enviarle un mensaje a Niall con el nombre de él, contándole mis planes. Escribí el texto e intenté mandarlo, pero allí no había cobertura, así que me acerqué a un ventanal para ver si tema más suerte.
Tampoco.
—¿Qué diablos estabas haciendo con Shawn Mendes?
No tuve que volverme para averiguar quién me hablaba con aquel tono tan airado.
—No es de su incumbencia, señor Paynr.
—Pues claro que lo es. —Me colocó una mano en la cintura y sentí que apretaba los dedos por encima del corsé—. Claro que lo es —repitió.
Se me aceleró el corazón y tuve que tragar saliva antes de hablar. No me había dado la vuelta y podía notar la respiración de Liam pegada a mi nuca.
—No, no lo es. ¿No deberías volver con tu cita?
—No es mi cita, es…
—No es de mi incumbencia —lo interrumpí y él apretó más los dedos.
Estaba furioso y a mí el corazón me latía cada vez más de prisa. Lo estaba provocando, lo sabía, pero era lo que me pedía el cuerpo. ¿Quién se había creído que era? Él se había presentado a la fiesta con una mujer despampanante y se había pasado días ignorándome. Eso sí, después de dejarme claro que no quería tener nada que ver conmigo.
—¿Por qué has bailado con él?
No contesté, sino que me limité a encogerme de hombros. Entonces, Liam se pegó más a mi espalda.

Noventa días « Ziam »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora