ANHELANDO NO TENER MIEDO 21

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Sorprendidos todos lo miraban, Helene sonrió , era el. Su Ligh.

Quería acercarse y abrazarlo, pero las miradas de los invitados estaban sobre él.

– Es tan guapo!– exclamó alguien.

Los jadeos se escucharon, no era aceptable que una dama se expresará de esa manera.

Helene seguia contemplando a su prometido, había cambiado demasiado al quitarse esa anticuada y horrible barba.

Lady Ailsa orgullosa mantenía su mentón elevado.

Los Firtz-James miraba a los presentes sintiéndose orgulloso de su hijo.

– Mis estimados invitados, en esta noche les anuncio que lord Grosvenor y mi querida hija, lady Helene están comprometidos en casamiento – dijo elevando la voz para acallar los murmullos y ser escuchado por los presentes, el lugar quedo en silencio por un breve momento. Pero de inmediatos los asistentes elevaron sus copas para brindar por la pareja.

Ruborizada Helene sonrió, Grosvenor orgulloso saco pecho y se irguió más.

– Ahora sí podemos pasear por el jardín, sin que piensen mal- Helene sonrió ante las palabras de su amado conde.

– Como usted diga milord.

Leighton sentía que sus manos le hormigueaban por tocar, pero se astenia, no quería dar una mala impresión.

Lord Ailsa sonrió, al ver la felicidad de su hija, ya no sentía que la había tratado como moneda de cambio por la deuda con el marqués.

Leighton trago en seco, no quería que toda aquella felicidad se derrumbara por lo que su padre había hecho tiempo atrás. Debía dialogarlo con él, debía solucionar aquello y devolverle a lord Ailsa lo que era de el.

EN ALGUNA POSADA CAMINO A LONDRES....

Sentada en su balcón lloraba sin cesar, sabía que Leighton era plenamente feliz; pero ella se consumía por dentro. Tanto dolor la mataba.

– Mi lady, venga adentro– le pidió su doncella.

– No, déjame aquí, a esta hora deben estar anunciando su compromiso – limpió una lágrima que resbaló por su tabique – y yo aquí, tan sola como siempre, mi vida no ha tenido felicidad desde que mi amado Domblit falleció.

La doncella sintió pena por su ama, sabía que Miranda era buena y no merecía sentir tanta tristeza.

– Tranquila mi lady, pronto llegará su príncipe – sin humor sonrió Miranda, sabía que ella no podía aspirar a un hombre soltero y joven, la sociedad la acusaría y trataría como paria si rompía sus reglas.

– A lo único que tengo derecho es a un esposo viejo y feo, una mujer viuda no tiene derecho a casarse con un joven heredero – Suspiró entrecortadamente –   y más yo, que pronto mi hijo comenzará a darme nietos.

Su doncella nego, el ser un noble era tan triste, los lujos y opulencia daban mucho, pero quitaban más.

– Y vera que pronto llegará el indicado – ahora descanse mañana debemos seguir el viaje para llegar a Londres.

Haughtines manor.

Flotando entre los brazos de Grosvenor no dejaba de sonreír.

– Estás preciosa esta noche, no puedo esperar a que llegue el casamiento – sonrojada escondió su rostro – no te avergüences, pronto serás mi mujer y te enseñaré a amar libremente.

– Dices unas cosas que a veces no te entiendo – gimió al sentir como Leighton la atraía más a él.

– Oh mi dulce y amada Helene, jamás pensé que mi tortura terminará, si pudiera te robaba un beso aquí mismo – alarmada abrió los ojos, si el hacia tal cosa su honor estaría en peligro – pero tranquila, nunca haría algo que te lastimara.

– Lo se.

El vals termino, ambos hicieron una reverencia ante los presentes y se dispusieron a salir de la pista de baile improvisada.

– Mi lord, si me lo permite me gustaría salir un rato al jardín con lady Ailsa – lord Ailsa asintío.

– Está bien, pero lleven una chaperona.

Amarin como siempre pegada a Helene camino tras ella para acompañarlos al jardín.

– La noche está hermosa – dijo Helene mirando el firmamento estrellado - Leighton la admiraba, era tan hermosa.

Deseaba besarla.

Miró hacia atrás, dándose cuenta que Amarin aguardaba a unos pasos de ellos.

– Si pudiéramos deshacernos de ella – Helene sonrió divertida, sabía que Leighton no la besaría o tocaría mientras su amiga estuviera allí.

– No te apresures, caminemos un rato más y luego volvemos, te espero esta noche en el invernadero – Leighton entrecerró sus ojos, Helene lo estaba invitado a escaparse por la noche los dos solos, sonrió, eso le agrado.

– Como mandé mi lady– contaron un rato más, colgada de su brazo sentí como el calor del cuerpo de Leigthon la envolvía – anhelo ya terminé el verano para que seas mi esposa.

Helene se sonrojó, llevo una mano a su mejilla sabiendo que llegaría con aquella unión.

Sintió como su corazón brincaba desaforado en su pecho, sintió que la respiración se le cortó, pero ella también anhelaba aquel día.

Volvieron al interior, dónde los demás danzaban, sonreían y charlaban amenamente.

Se imagino en un par de años en su hogar con su esposo y al menos con su primer hijo; anhelaba tantas cosas al mismo tiempo.

Mas tardes todos los invitados se fueron retirando a sus recamaras, Helene beso la mejilla de su padre y se retiró antes de sonreírle a su Ligh, quien entendió la señal de su amada, despiendose de sus futuros suegros subió a su recámara, se despojo del corbatín de su chaleco de cola y desabrochó los dos primeros botones de su camisa, y arreglando las  mangas de su camisa, nego, optó por cambiarse esas ropas por otra más ligera.

Se apostó en el balcón para esperar un rato más.

Sonrió al ver a su amada en el jardín, bajo rápidamente para alcanzarla.

Llegó al invernadero y la encontró allí, sonriendo como siempre para él. La observó, ella llevaba una larga y pesada capa.

– Amor – dijo ella acercándose – haz venido.

Se acercó a él y con su suave mano acarició la mejilla ahora suave y lampiña de su amado

– Te ves tan diferente – los ojos de Leighton estaban más azules que de costumbre.

– Te gusta? – apenada bajo su rostro y asintío.

– Si, aunque si te dejabas la barba no me hubiera importado – Gimió al sentir las fuertes manos de Leighton atravez de la gruesa tela.

– Te amo, me vuelves loco – bajo su nariz para absorber el aroma a fresas de su piel.

– Y yo a ti mi amado Light – como el corazón de su adolescente el suyo brinco en su pecho, cada vez que Helene le decía que lo amaba lo sentía como si fuera la primera vez.

– Oh Helene, Dios quiera jamás te pierda– tentado a decirle la verdad tomo el rostro de su prometida entre sus manos, dándose cuenta que ella esperaba con los ojos cerrados a qué el la besara. Bajo sus labios hasta los de ella para apoderarse de sus rojos y apetecibles labios; la beso como su la vida se le fuera en ello.

– Te amo, si algún día te pierdo te juro me muero – extrañada le miro.

– No. No digas tal cosa, jamás me perderás – acarició de nuevo la mejilla de Leighton – siempre seré tuya.

Asintío, pero en el fondo sabía que podía perderla.

Maldita la hora en la que su padre había hecho aquello.


EL ANHELO DE UN LORD.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora