Catorce

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—Ian, debes decirme donde estás, iré por ti, vendremos a casa y conversaremos, amigo. No tienes porqué estar solo —escucho el audio que John me ha dejado luego de llamarme veinte veces— no tienes que pasar por todo esto tu sólo, nos tienes a nosotros, somos tus amigos... —dejo de escucharlo.

¿Amigos? Cuestiono mentalmente.

Si ellos fueran mis amigos jamás habrían provocado todo lo que pasó. Ellos la obligaron, ellos le dijeron que sí era capaz, cuando todos sabíamos que no. Ella, por muy buena que fuera para patinar, aún no estaba preparada para hacer ese truco. Pero ellos simplemente le dijeron que sí y ella les creyó.

Ayer cuando Melanie salió, negó con la cabeza y me contó que ella me había olvidado, simplemente salí corriendo sin dirección alguna. No podía quedarme ahí viéndole la cara a ellos, cuando sabía que les daba gusto que ella me haya olvidado.

—Ian ella... —Melanie se llevó una mano al rostro, apenas podía hablar— ella cree que estamos en Nueva York, cree que todavía no abro mi instituto, ni que me casé con su hermano —me observó con los ojos llorosos— ella simplemente se olvidó de todo lo que vivió en Chicago estos últimos nueve meses —es lo último que dijo, luego simplemente me fui del lugar.

Elevo la botella y bebo el licor que baja de ella. Cierro fuerte los ojos cuando siento como quema mi garganta. La dejo de lado cuando ya nada le queda.

Luego me pongo de pie y camino a poner el vinilo de nuevo. Es como si el departamento tuviera vida nuevamente cuando la música suena. No se siente tan vacío como realmente está cuando la aguja cae sobre el vinilo y lo hace sonar.

Cuando la música suena me vuelvo a sentar en el piso. Paso mi vista por todos los rincones de este estúpido departamento. Del departamento que nos acogió por tanto tiempo.

De pronto mis ojos caen en ese papel, el que está sobre el velador, ese que hicimos hace meses atrás, ese que hemos ido llenando con recuerdos a lo largo de los meses. Me levanto y camino a tomarlo, observo las cosas que anoté ese día y como una a una han sido rayadas por nosotros mismos.

Las leo y recuerdo cada momento que pasé a su lado.

Jamás me he enamorado —dijo ella ese día, yo bromee diciéndole que llevaba meses intentándolo, aunque claramente era cierto. Llevaba meses acercándome a ella, diciéndole lo hermosa que era y lo importante que era para mí.

Jamás me han roto el corazón —dijo también, en ese momento no lo escribí, pero ahora me parece un buen momento para hacerlo.

Tomo un lápiz y escribo al final de la hoja, la cual ya está sucia y un poco rota.

14. Que te rompan el corazón.

—Catorce, que te rompan el corazón —leo en voz alta, luego le hago un tic, claramente no fue el de ella, pero el mío sí.

Observo las palabras una a una, luego arrugo el papel y lo lanzo lejos.

Vuelvo a sentarme en el mismo lugar en el que estoy desde ayer. Desde que supe que ella no me recordaba, ni a mí, ni a todos los lindos momentos que pasamos juntos.

Ella quizás jamás me recuerde y es algo que me lastima de solo pensarlo.

Mi vista vuelve a caer en el papel arrugado, camino nuevamente donde está, me agacho y lo recojo. Luego lo estiro e intento aplanarlo un poco.

—Te quedarás conmigo —le hablo como si fuera una persona— tu eres el único recuerdo de que ella sí me amó —asiento guardándolo en el mueble.

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