Capítulo 16

178 13 0
                                    

Alzó una temblorosa mano y las tocó mientras hacía algo que no había hecho en mucho tiempo: recordar el día que se ganó el derecho a llevarlas.

Durante la batalla de Tebas, el general que les comandaba cayó abatido y las tropas macedonias comenzaron a replegarse aterrorizadas. Él agarró la espada del general, reagrupó a sus hombres y les condujo a la victoria, aplastando a los romanos.

El día posterior a la lucha, la Reina de Macedonia en persona le trenzó el cabello y le regaló las tres cuentas de cristal que las sujetaban en los extremos.

Alejandro encerró las pequeñas bolitas en un puño.

Esas trenzas habían pertenecido al que una vez fuera un orgulloso y heroico general macedonio, cuyo ejército fue tan poderoso que obligó a los romanos a dispersarse aterrorizados.

El recuerdo le atormentaba.

Bajó la mirada hacia el anillo que llevaba en la mano derecha. Un anillo que había estado allí tanto tiempo que ya no era consciente de que existía; hacía mucho que había olvidado su significado.

Pero las trenzas...

No había pensado en ellas desde hacía muchos, muchos siglos.

Tocándolas en ese momento, recordaba al hombre que una vez fue. Recordaba los rostros de sus familiares. A la gente que se apresuraba a servirle. A aquéllos que le temían y le respetaban.

Recordaba una época en la que él mismo gobernaba su destino, y el mundo conocido se extendía ante él para ser conquistado.

Y ahora no era más que...

Con un nudo en la garganta, cerró los ojos y se quitó las cuentas del extremo de las trenzas, antes de comenzar a deshacerlas.

Mientras sus dedos se esforzaban en deshacer la primera de ellas, miró los pantalones que había dejado caer al suelo.

¿Por qué estaba haciendo Lucia eso por él? ¿Por qué se empeñaba en tratarle como a un ser humano?

Estaba tan acostumbrado a ser tratado como a un objeto, que la amabilidad de esta mujer le resultaba insoportable. El trato impersonal y frío que había mantenido con el resto de sus invocadoras le había ayudado a tolerar la maldición, a no recordar quién y qué fue tiempo atrás.

A no recordar lo que había perdido.

Le permitía concentrarse tan solo en el aquí y el ahora, en los placeres efímeros que tenía por delante.

Pero los seres humanos no vivían de ese modo. Tenían familias, amigos, un futuro y muchos sueños.

Esperanzas.

Cosas que hacía siglos que él había dejado atrás. Cosas que jamás volvería a conocer.

- ¡Maldito seas, Príapo! - resopló mientras tironeaba de la última trenza -. ¡Y maldito sea yo también!

Lucia lo miró asombrada, de la cabeza a los pies y de nuevo hacia arriba, cuando por fin Alejandro salió del probador vestido con unos vaqueros que parecían haber sido diseñados específicamente para él.

La ceñida camiseta de tirantes que Soledad le había prestado, le llegaba justo a la estrecha y musculosa cintura. Los pantalones le caían sobre las caderas, dejando a la vista una porción de su duro estómago, dividido en dos por la línea de vello oscuro que comenzaba bajo el ombligo y desaparecía bajo el vaquero.

Lucía tuvo el fuerte impulso de acercarse a él y deslizar la mano por aquel sugerente sendero para investigar hasta dónde llevaba. Recordaba demasiado bien la imagen de Alejandro desnudo delante de ella.

The god of sex 🔥  [Adaptación LUCIALEX]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora