Alejandro miró el bulto que se apreciaba bajo los vaqueros. Había llegado la hora de darle utilidad. Debería estar encantado. Era lo que había querido desde el primer instante en que la vio. Pero, por alguna razón, le dolía el hecho de tomarla así. Por lo menos no le harás daño. ¿No?. De hecho, dudaba mucho que Benjamin la hubiese hecho sufrir tanto como él estaba a punto de hacer
-¿Alejandro?-
- Voy — le contestó, obligándose a abandonar el sofá.
En la puerta, volvió la cabeza para mirarlo todo por última vez. Incluso ahora podía ver la imagen de Lucía tumbada en el sofá, con los pechos cubiertos de crema de leche mientras él, muy lentamente, los lamía hasta no dejar ni rastro de la crema. Podía escuchar su risa y ver el brillo de sus ojos cada vez que la llevaba al clímax.
«No me abandones, Alejandro», le había susurrado la noche anterior mientras él supuestamente dormía, y sus palabras le habían abrasado. Ahora le estaban partiendo en dos el corazón.
- ¿Alejandro?-
Dándose la vuelta, se encaminó hacia las escaleras y se apoyó en el pasamanos. Sería la última vez que subiría estos escalones. La última vez que cruzaría el pasillo para llegar al dormitorio de Lucía.
Y la última vez que la vería en su cama... Con el corazón en la garganta, se dio cuenta de que apenas podía respirar.
¿Por qué tenía que ser así?. Soltó una amarga carcajada. ¿Cuántas veces se habría hecho esa misma pregunta?. Se detuvo al llegar a la puerta. La habitación estaba alumbrada por la tenue luz de las velas, pero lo que más le impresionó fue ver a Lucía con la lencería roja que él había elegido. Estaba arrebatadora. De repente, sintió que la lengua acababa de caérsele hasta el suelo y que era imperante enrollarla de nuevo para meterla en la boca.
- No vas a ponérmelo fácil, ¿verdad? — le preguntó con voz ronca.
Ella le dedicó una sonrisa traviesa.
- ¿Debería hacerlo?-
Totalmente embobado por ella, Alejandro era incapaz de mover un músculo mientras observaba cómo se acercaba.
- ¿No tienes demasiada ropa?-
Antes de que pudiese responder, ella agarró el borde inferior de su camisa y la levantó hasta pasarla por su cabeza. Una vez la arrojó al suelo, alargó un brazo y colocó la mano en su pecho, justo sobre el corazón.
En ese instante, para Alejandro era la mujer más hermosa del mundo. Ni siquiera la belleza de su madre podía competir con la de Lucía. Permaneció inmóvil como una estatua mientras ella deslizaba las manos sobre su piel, provocándole escalofríos. No, no iba a ponérselo nada fácil. Alejandro notó que ella intentaba desabrocharle el botón del pantalón.
- Lucía— le advirtió, y le apartó las manos.
- ¿Mmm? — murmuró ella, con los ojos oscurecidos por la pasión.
- No importa-
Ella se apartó y se subió a la cama. Alejandro contuvo el aliento al vislumbrar su trasero desnudo a través de la diáfana gasa de la lencería. Se tumbó de lado y lo miró fijamente. Tras despojarse de los vaqueros, se unió a ella. Hizo que se tendiera de espaldas y, en esa posición, el profundo escote dejó a la vista uno de sus pechos. Alejandro se aprovechó de la situación.
- ¡Ah, Alejandro! — gimió Lucía.
La sintió estremecerse bajo él cuando pasó la lengua alrededor del endurecido pezón. Su cuerpo era fuego líquido y gritaba exigiéndole que la poseyera. Pero no sólo anhelaba su carne. La quería a ella. Y abandonarla lo destrozaría. Alejandro tragó y se apartó. Había estado esperando esta noche durante una eternidad. Había pasado la eternidad esperando a esta mujer. Con mucha ternura acarició su rostro, guardando en la memoria cada pequeño detalle. Su preciosa Lucía.
Jamás la olvidaría. Su alma lloraba a gritos por lo que estaba a punto de hacerle. Le separó los muslos con las rodillas. Se estremeció involuntariamente al sentir su piel desnuda bajo la suya. Y, en ese momento, cometió el error de mirarla a los ojos. El sufrimiento que vio en ellos lo dejó sin aliento. «Jamás tuviste nada que no robaras antes». Se tensó al escuchar las palabras de Demian en su cabeza. Lo último que quería era robarle algo a la mujer que le había entregado tanto. ¿Cómo voy a hacerle esto?.
- ¿Qué estás esperando? — le preguntó ella.
Alejandro no lo sabía. Lo único que tenía claro era que no podía apartar la mirada de sus tristes ojos verdes. Unos ojos que llorarían si la utilizaba para después abandonarla. Unos ojos que llorarían de felicidad si se quedaba.
Pero si se quedaba, su familia la destruiría. Y, en ese instante, supo lo que debía hacer. Lucía le envolvió la cintura con las piernas.
- Alejandro, date prisa. El tiempo se acaba-
Él no habló. No podía hacerlo. En realidad, no confiaba en sí mismo, y podía decir algo que lo hiciera cambiar de opinión. A lo largo de los siglos había sido muchas cosas: huérfano, ladrón, marido, padre, héroe, leyenda y, finalmente, esclavo. Pero jamás había sido un cobarde. No.
Alejandro de Macedonia jamás había sido un cobarde. Era el general que había contemplado victorioso a legiones enteras de romanos, y les había desafiado entre carcajadas a que le mataran y le cortaran la cabeza si podían. Ése era el hombre que Lucía había encontrado, y ése era el hombre que la amaba. Y ese hombre se negaba a hacerle daño. Lucía intentó mover las caderas para que el miembro de Alejandro se hundiera en ella, pero él no la dejó
-¿Sabes lo que más echaré de menos? — le preguntó, mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos y le acariciaba el clítoris
-No — murmuró
-El aroma de tu pelo cada vez que entierro mi rostro en él. El modo en que te agarras a mí y gritas cuando te corres. El sonido de tu risa. Y sobre todo, tu imagen al despertar cada mañana, con el sol bañándote el rostro. Jamás podré olvidarlo- Apartó la mano y movió las caderas para encontrar las de Lucía.
Pero, en lugar de penetrarla, todo se quedó en una placentera caricia que los hizo gemir a ambos. Bajó la cabeza hasta la oreja de Lucía y le mordisqueó el cuello
-Siempre te amaré — le susurró
Lucía lo oyó respirar hondo en el mismo momento en que el reloj daba la medianoche. Con un brillante destello, Alejandro desapareció. Horrorizada, Lucía permaneció inmóvil esperando despertar. Pero siguió escuchando las campanadas del reloj y se dio cuenta de que no era un sueño. Alejandro se había ido. Se había ido de verdad.
- ¡No! — gritó mientras se sentaba en la cama. ¡No podía ser! — ¡No!-
Bajó de la cama con el corazón martilleándole con fuerza en el pecho y corrió hasta el salón. El libro estaba aún sobre la mesita de café. Pasó las páginas y vio que Alejandro estaba justo en el mismo sitio que antes, sólo que ahora no sonreía diabólicamente y llevaba el pelo corto. ¡No, no y no!, repetía su mente una y otra vez. ¿Por qué había hecho eso?. ¿Por qué?
- ¿Cómo has podido? — Le preguntó mientras abrazaba el libro contra su pecho
—Yo te habría dado la libertad, Alejandro. No me habría importado. ¡Dios!, Alejandro. ¿Por qué te has hecho esto? — sollozó
-¿Por qué?- Pero en el fondo lo sabía. La ternura que había visto en sus ojos hablaba por sí misma. Lo había hecho para no herirla como Benjamin. Alejandro la amaba. Y, desde el momento que llegó a su vida, no había hecho otra cosa que protegerla. Cuidarla. Hasta el final. Aun cuando de ese modo se negara la posibilidad de quedar libre de un tormento eterno, ella había sido más importante. Lucía no soportaba pensar en el sacrificio que Alejandro acababa de hacer. Lo veía condenado a pasar la eternidad en la oscuridad. Solo y sufriendo una agonía. Él le había contado que pasaba hambre mientras estaba atrapado en el libro, y sed. Y en su mente lo veía sufrir del mismo modo que lo había visto en su cama. Recordó las palabras que dijo después. «Esto no es nada comparado con lo que se siente dentro del libro» Y ahora estaba allí. Sufriendo.
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The god of sex 🔥 [Adaptación LUCIALEX]
Hayran KurguEsta historia no es mía, todos los créditos a su increíble autor o autora 🤍 Una Antigua Leyenda Griega Poseedor de una fuerza suprema y de un valor sin parangón, fue bendecido por los dioses, amado por los mortales y deseado por todas las mujeres q...